Quizá lo más fácil es señalar a a los impostores de humanidad, a los claramente responsables que visten de luto el futuro y sus banderas.
No sé qué palabras elegir para contar lo que siento al veros compartiendo con nosotros el aire y las placentas.
Quizá lo más fácil es señalar a a los impostores de humanidad, a los claramente responsables que visten de luto el futuro y sus banderas.
A los defectuosos de empatía.
A los que, convertidos en carne de cañón, asaltan fronteras, o vigilan prisiones, o torturan, expertos, o revientan los ojos.
Pero ya está todo dicho, vuestras violencias están escritas en cada renglón de la historia.
Prefiero hablaros de otras cosas, por ejemplo de que cada día, a pesar vuestro, aún somos capaces de aferrarnos a la risa, de nutrirnos con canciones, de agitar la libertad que está en nuestros corazones, de amarnos como solo saben amar los que perdieron el miedo al golpe de los sables.
Prefiero deciros, que no sois nada sobre la tierra porque para ser algo es preciso sentir escalofríos hasta hacerse sangre con los gritos.
Se necesitan algo más que huesos y que vísceras, algo más que un nombre y unos apellidos, algo más que esa costumbre siniestra de vivir blindando el poder con mortajas de arpillera.
Guerreros; humanidad resquebrajada, metal, piedra: nosotros somos sementera.
Destrenzamos las venas para atarnos a las estrellas.
Soñamos y soñamos porque aprendimos que de nada sirve vivir si no están los sueños eternamente alerta.
Si permitimos que cada derrota nos vuelva autistas por la fuerza.
Si cedemos el paso a la tristeza sólo porque en vuestras guerras no se contempla una tregua.
¡Ay guerreros de calle, pueblos y cielos ¡ armados pero sin ideas, tolerantes sólo con quien os compra por unas pocas monedas.
No os merecéis las primaveras, ni los juegos que los niños hacen a espaldas de la violencia, ni a los viejos aferrados a victorias que nunca llegan, ni los abrazos limpios de los que estrenan la ternura sobre escombros como si no existieran.
No os merecéis la hogaza tibia, el olor a lavanda, las rodillas tersas, la sangre que os recorre siempre tan lenta.
Guerreros, no os merecéis un sitio en esta carta, ni unas palabras os merecéis, ni unas tristes letras.
Nada merecéis.
Ni el tiempo, ni los versos de una poeta a secas.
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