Sobre cerebros arrasados es fácil edificar docilidades.
Sobre cerebros arrasados es fácil edificar docilidades.
Las personas que dicen no creer en nada son herramientas que utiliza el poder para tener quieta a la humanidad que se queja.
Son el muro de contención que evita que de una vez por todas se imponga la cordura.
Es dramático escuchar a algunos empobrecidos decir con rotundidad que la justicia no sirve de nada, ni la política, ni los sindicatos, que la bondad es sólo cosa de santos y la solidaridad es pa los países lejanos.
¿Qué les queda entonces a esas personas vacías de ideas?
Es cierto que la realidad se impone para que claudiquemos, para que nos convirtamos en animales incrédulos, sordos y afónicos, para que vivamos con la conciencia postrada, maniatada.
Pero también es cierto que sin estas creencias la vida se convierte en un paraje desolado donde la individualidad pudre la existencia, donde la pobreza es una circunstancia de mala suerte, del destino que se torció y no pudo ya enderezarse. Donde el azar impone una rutina de dolor irremediable sobre los parias que aceptan arrodillados el ensañamiento del sistema.
Hay muchas razones para creer, muchas personas en las que creer, no verlas desafiantes por las calles caminando firmes hacia la justicia es mirar desde los ojos de quien diariamente nos apalea, es no sólo decir amén a los que nos roban el pan, es también masticárselo, metérselo en la boca y esperar tranquilos el eructo fétido de su riqueza criminal y violenta.
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