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lunes, 1 de abril de 2013

REGALOS AL REY: * El Código del Buen Gobierno no se atreve con el monarca. * Trabajo publicado en “El Siglo” en diciembre de 2004

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REGALOS AL REY

El Código del Buen Gobierno no se atreve con el monarca.
Trabajo publicado en “El Siglo” en diciembre de 2004



Por: Vera Castelló


Se acabaron las ostentaciones de poder, los excelentísimos o ilustrísimos y quedará terminantemente prohibida la aceptación de regalos. Como mucho, algún detalle de cortesía. Este es el duro régimen que José Luis Rodríguez Zapatero va a imponer a los altos cargos de la Administración central. Sin embargo, este "Código para el Buen Gobierno del Gobierno", que busca que los ciudadanos nos sintamos más cerca de nuestros representantes, no será de aplicación para el primer servidor de la Patria, el Rey. Don Juan Carlos y su familia no parece que se vayan a dar por aludidos y seguirán recibiendo los más variados y valiosos obsequios, presentes que en más de una ocasión han logrado inclinar la balanza a favor del donante.


El pasado 10 de diciembre el ministro de Administraciones Públicas Jordi Sevilla presentaba una de las medidas estrella de su departamento: la próxima aplicación de un código de conducta para los altos cargos. El objetivo es que los miembros de la Administración Central se comporten de forma ética, perfeccionando su independencia y alejándose lo más posible de cualquier signo de ostentación de poder. Para ello este "Código para el Buen Gobierno del Gobierno" incluye una medida a todas luces acertada: los altos cargos tendrán absolutamente prohibido aceptar regalos, favores, préstamos, servicios o cualquier prestación económica que pueda condicionar el desempeño de sus funciones. Ya existía una regulación similar en el caso de los funcionados de organismos como el Instituto de Crédito Oficial, la Agencia tributaria o la Comisión nacional del Mercado de Valores.


Sin embargo, estas normas de buena conducta no son de aplicación para el Rey, que seguirá disfrutando de ese sobresueldo en especie que en más de una ocasión le ha puesto en posiciones no deseadas. Se pierde así una oportunidad de oro para dar un paso más en la dignificación de la democracia y regular una práctica que puede viciar el correcto desempeño de las funciones del Jefe del Estado. Inglaterra lo hizo ya hace tiempo (Ver el despiece Los Windsor, un ejemplo a seguir) y existe una normativa muy precisa sobre la materia que se aplica a todos los miembros de la familia real.


Aún recuerdan en Zarzuela a aquel jeque árabe que llenó de presentes, valiosas joyas, a toda la familia. Entre las alhajas destacaba una daga árabe cuya empuñadura estaba incrustada con piedras preciosas. Al parecer, don Felipe mandó desmontarla y las piedras preciosas sirvieron para confeccionar una pulsera que regaló a Isabel Sartorius, su primera novia.


Pero aquel príncipe árabe no solo tuvo tan generosos “detalles” con los Borbones, los ministros de aquella época también recibieron un reloj de oro cada uno. Un tanto aturdidos por lo espléndido del presente, decidieron depositar la joya en las cajas fuertes de sus respectivos ministerios. Fue entonces cuando el Gobierno de Felipe González se planteó la necesidad de regular este tipo de ofrendas, sin embargo cuando se lo comentaron al Rey –hay que recordar que el monarca tendría que sancionar esa ley– éste se negó en redondo: "Qué queréis. Está uno aquí pringando todo el día y encima me pedís que rechace estos detalles...", espetó a los socialistas, según relata José García Abad en su libro La soledad del Rey.


Por aquel entonces, algunos miembros del Gobierno eran partidarios incluso de aumentar el presupuesto de la Casa Real para que el jefe del Estado no padeciera la presión de obsequiosidades excesivas. Lo cierto es que el problema de los regalos ha preocupado desde el primer momento a los gobiernos democráticos y para solucionarlo pronto se arbitró la fórmula de adscribir todos ellos al Patrimonio Nacional. Sin embargo, como ya habrán comprobado, que el Rey oficialmente no se quedé con esos presentes, sino que los ceda a todos los españoles vía Patrimonio Nacional, no significa que usted vaya a poder disfrutar de ellos o que se queden apartados en una esquina sin darles utilidad, no, los borbones los usan, y mucho.


En cualquier caso, no es ese el verdadero problema. Lo peligroso es el fin que busca cualquier persona o institución que se anima a agasajar al alto representante de los españoles, sabedor de que el receptor de alguna forma se sentirá en deuda con él. Y el Rey, consciente de su deber de absoluta imparcialidad, lleva casi tres décadas aceptando espléndidos regalos que en más de una ocasión han empañado su buena imagen.


Don Juan Carlos aún acarrea la pesada losa de, por ejemplo, haber aceptado en 1988 un Porsche 959 ofrecido por Javier de la Rosa. El catalán, hoy en prisión, y otros diez empresarios se lo regalaron con motivo de su cumpleaños, y el monarca, mostrando cierta irresponsabilidad, aceptó el obsequio valorado en 24,5 millones de pesetas de las de entonces. El obsequio salió a la luz al encontrase documentación referente al pago del deportivo durante un registro judicial a una sociedad de De la Rosa. Así consta en el libro JR El tiburón de Manel Pérez y Xavier Horcajo.
Con aquel coche tuvieron el Rey y la infanta Cristina un pequeño accidente que tuvo gran eco en los medios de comunicación y que sirvió para presentar al monarca en una faceta claramente inadecuada: padre e hija se dirigían al pirineo leridano a pasar, como todos los años, unos días esquiando en familia, pero el vehículo, conducido por don Juan Carlos, se salió de la carretera al coger una placa de hielo y tuvieron que ser asistidos por los miembros de un puesto cercano de la Cruz Roja mientras esperaban la llegada de los coches de escolta que iban retrasados ante la velocidad, de crucero, a la que conducía el monarca. Aquel incidente descubrió a la opinión pública a nuestro Rey al volante de un impresionante deportivo poco acorde con la imagen que para muchos debería dar don Juan Carlos y absolutamente alejada de la idea de austeridad que José Luis Rodríguez Zapatero busca para sus altos cargos.


En descargo de don Juan Carlos, hay que citar la vez que rechazó un regalo: el valiosísimo reloj que quería entregarle Mario Conde, otra de sus peligrosas amistades. El banquero quiso así entrar a formar parte de su círculo más cercano. Al no conseguirlo en su primera intentona, se dedicó a agasajar a su padre, a don Juan, a quién pagó la clínica de Pamplona donde murió el conde de Barcelona.
Pero ese Porsche 959 no es el único coche que ha aceptado la Casa Real de parte de particulares. Desde Alemania, el presidente del grupo Audi-Volkswagen, amigo del Rey, le hizo llegar hace años un Audi 4-sport que fue matriculado a nombre de un miembro de la Casa Real.


 También su cercanía a Jorge de Bragation, ex relaciones públicas de Lancia, propició que la casa desde Italia le entregara al Príncipe una versión del Lancia Delta HF Turbo. Las motos, también están en la lista de regalos que ha recibido don Juan Carlos: la Harley Davidson del magnate Malcom Forbes o, por ejemplo, la MV Augusta que le dejó en herencia el diseñador Nicola Trussardi. Incluso el hijo de la princesa Diana de Francia y el duque Karl le obsequió con un sofisticado carrito de golf motorizado diseñado por él mismo.


Pero don Juan Carlos no ha recibido coches solo de "amigos" particulares, las marcas de automóviles rivalizan por cederle sine die sus últimas novedades. Tal y como contó esta revista en su tema de portada Loco por los coches (ver nº 566) Audi, Nissan, Mercedes o Ford, conscientes de la afición al volante del Monarca, tienen como costumbre hacerle llegar, unas veces a él directamente y otras a distintos miembros de su familia, sus vehículos más recientes para que “los prueben”. Esos coches nunca llegan a formar parte de Patrimonio, ya que aunque permanezcan en Zarzuela tiempo ilimitado, oficialmente siguen perteneciendo a las distintas marcas.



Así, por ejemplo, Audi entregó hace año y medio al príncipe Felipe un RS6, el modelo más exclusivo de la casa a un precio que variaba, por entonces, según cilindrada, entre los 98.800 y 101.030 euros. Nissan también se ha mostrado generosa en más de una ocasión. De entre los modelos recientemente recibidos por el monarca está el Nissan 350Z. La marca entregó en la primavera de 2003 dos unidades iguales, en color plateado, de este deportivo, no siendo la primera vez que Nissan le hace llegar sus vehículos tanto al Rey como al Príncipe.


Algo parecido ocurre con Mercedes. Un portavoz de la compañía admitió a esta revista que los miembros de la familia real han probado coches de casi todas sus gamas, incluso en alguna ocasión el monarca o su familia han mostrado interés por algún modelo concreto y "se ha buscado la unidad". De hecho "el Rey tiene un deportivo SL55 K AMG que le gusta mucho", un coche valorado en más de 25 millones de pesetas a bordo del cual se ha visto también al príncipe Felipe.


Volvo parece haberse especializado en atender a los duques de Lugo. Según fuentes del sector, la empresa les ha puesto a su disposición coches tanto en Madrid como en París –pasan algunas temporadas – y en Nueva York, donde residieron unos meses el pasado año. En cuanto a la Reina, le gustan más los utilitarios. Ford, por ejemplo, le ha cedido para su uso y disfrute algún modelo en más de una ocasión.


Y es que ningún miembro de la familia real se libra de valiosos regalos que muchas veces es difícil determinar si se deben a su condición institucional o se aceptan a título privado. Es el caso de los regalos de boda.


El pasado mes de mayo, la puerta de La Zarzuela se abría una y otra vez para recibir los obsequios con los que multitud de ayuntamientos, asociaciones, colectivos y particulares quisieron celebrar el enlace entre don Felipe y doña Letizia. Presentes de desigual valor cuyo destino o propiedad evidencian la necesidad de una regulación concreta al respecto.


El mejor de los regalos. Pero con lo que el Rey ha disfrutado de verdad, es con los yates que ha tenido. El primer Fortuna se lo regaló en 1976 el rey Fadh de Arabia Saudí, cuando éste era príncipe heredero. Sin embargo aquella embarcación hoy se ve como una barquichuela si lo comparamos con el Fortuna que actualmente disfruta don Juan Carlos y su familia, que reúne lo último en alta tecnología. Mide 41,3 metros de eslora, 9,2 de manga y su casco, de aluminio, está diseñado para alcanzar una velocidad tal que ni siquiera las patrulleras de la Armada pueden seguirlo si se pone a toda máquina.



Cuenta con tres cubiertas. En la superior se sitúan el puente y las salas de control. En la segunda, el comedor, un salón y una cocina. El nivel más bajo queda reservado para los camarotes de la Familia Real, dos aseos, tres compartimentos para la tripulación y otros tres dispuestos para invitados.
El barco costó, según apreciaciones oficiales, unos 3.000 millones de pesetas -otras fuentes duplican el precio- y fue pagado a escote por un nutrido grupo de empresarios. En principio los obsequiadores iban a ser un número reducido y todos mallorquines -nunca ocultaron que el objetivo perseguido con este obsequio era asegurarse que la familia real seguiría veraneando en la isla- sin embargo lo abultado de la cifra hizo que se añadieran otros empresarios catalanes y grandes empresas nacionales.
Una cosa buena sí hay que decir de este obsequio, por lo menos se construyó en los astilleros públicos de Bazán en San Fernando (Cádiz), hoy tan necesitados de nueva carga de trabajo.



Otros amigos o admiradores han agasajado al Borbón con regalos del tamaño de casas. Al fallecido rey Hussein de Jordania se debe la residencia en Lanzarote donde la familia real ha pasado algunos días de descanso, la vez más sonada, las navidades de 1999, año que los reyes dejaron de ir a esquiar a Baqueira Beret, con el consiguiente disgusto para Jordi Pujol. Allí, en Canarias, todos juntos, recibieron la noticia del fallecimiento de la Condesa de Barcelona, la madre del Rey.
Tampoco el Palacio de Marivent donde pasan las vacaciones la familia pertenece al Estado desde siempre. El Palacio mallorquín fue construido por un artista griego enamorado de la isla. Tras su fallecimiento, la viuda decidió cederlo a Patrimonio del Estado para disfrute del Rey.


La confusión que podría derivarse de ese uso exclusivo que hace el Rey de múltiples propiedades llevó en 2002 a la revista Eurobusiness a considerar a don Juan Carlos una de los hombres más ricos de Europa a quien el mensual atribuía un patrimonio cercano a los 1.800 millones de euros –casi 300.000 millones de pesetas –.


El embajador de España en Londres, Santiago de Mora–Figueroa, marqués de Tamarón, se vio obligado a intervenir, enviando una carta al director de Eurobusiness aclarando que la disparatada cifra "sólo se puede explicar por haber entendido ustedes, erróneamente, que los bienes públicos propiedad del Patrimonio Nacional, del Estado español, son propiedad privada de Su Majestad el Rey, lo cual es evidentemente inexacto".



Un presupuesto ajustado. A tenor de la contestación que dió el Rey cuando Felipe González le planteó que se regulara la delicada cuestión de los regalos, se desprende que don Juan Carlos no se siente suficientemente bien pagado con el presupuesto que le asignamos los españoles desde el año 1976.
Aquella primera dotación real fue de 85 millones de pesetas y en ella se incluían dos partidas: la de la anterior jefatura de Estado y la de la Casa del Príncipe. En 2005, será de 7,7 millones de euros.
Es cierto que los 1.300 millones de pesetas de los que dispondrá la Casa del Rey el próximo año -y que distribuirá a su antojo entre su familia y empleados- no es la partida más generosa que recibe una monarquía europea –a los ingleses o a los monegascos, les sale bastante más caro –, sin embargo hay que recordar que en la práctica el Rey no cuenta solo con ese dinero, ya que para el ejercicio de sus funciones oficiales se apoya en la estructura del Estado, especialmente en los servicios y presupuesto de los ministerios de Defensa e Interior.


El combustible que gasta el famoso Fortuna en el que navega toda la familia por aguas baleares, corre por cuenta del Estado. Lo mismo ocurre con el combustible tanto de sus coches oficiales como de los deportivos que tanto le gusta usar al Rey y a su familia y tampoco tiene que preocuparse de, por ejemplo, el mantenimiento o la rehabilitación de sus palacios, ya que son asumidos por Patrimonio Nacional.


Los Windsor, un ejemplo a seguir
Si para algunas cosas, es preferible que los borbones no tomen a la monarquía británica como modelo, para otras los escandalosos Windsor son un magnífico ejemplo. Es el caso de la seriedad con la que todos los miembros de la familia de la Reina ¡sabe¡ tienen regulados la percepción de regalos desde 1995.


De marzo de 2003 data la última revisión que se realizó de este código que indica con todo detalle el procedimiento a seguir tanto ante los regalos oficiales como los que se reciben a título privado. Obsequios que en todos los casos han de ser declarados y, en su caso, inventariados.


La primera norma es que no se pueden aceptar regalos o servicios que puedan poner o podría parecer que ponen al receptor en cualquier tipo de obligación hacia el donante.
Hay normas para los obsequios de empresas normalmente se rechazarán, a menos que se reciban como recuerdo de una visita oficial o con motivo de su boda-, los provenientes de autoridades públicas -pueden aceptarlos-, de ciudadanos británicos ramos de flores; libros no polémicos por parte de sus autores o pequeños regalos de menos de 150 1ibras- y enviados desde el extranjero reciben un tratamiento diferenciado según si provienen de la Commonwealth o no-.


En cuanto a la aceptación de dinero contante y sonante, los miembros de la familia real pueden poner la mano siempre y cuando sea para destinarlo a alguna asociación de caridad o similares de la que sea miembro.


También se especifica claramente la clasificación de los obsequios. Los oficiales ofrecidos por organizaciones o particulares relacionados con los compromisos o deberes oficiales, y los recibidos por parte de empresas y particulares que no conozcan personalmente a la familia real pasan a formar parte del equivalente a Patrimonio Nacional y está establecido sus posibles destinos y usos.


Solo se consideran personales los ofrecidos por conocidos directamente o, en general, cualquier regalo con un valor superior a los 150 libras pasa a ser considerado oficial. Incluso éstos, han de declararse y estar registrados y no pueden ser vendidos sin el permiso por escrito de su real dueño.


NO SOMOS LOS ÚNICOS
La percepción de regalos por parte de miembros del Gobierno y la Administración es una cuestión que muchos países ya han regulado, siendo unos más estrictos que otros.


Gran Bretaña: Solo se pueden aceptan regalos de cortesía y en el caso de los ministros, si estos superan cierto valor -pequeño- los han de declarar. Se recomienda mantener registro de invitaciones y ofertas de hospitalidad en los distintos departamentos y normas que asesoren en cada caso acerca de supuestos en los que sí pueden aceptar esos ofrecimientos. La mayoría de las instituciones públicas, empezando por el Parlamento, cuenta con códigos propios.


Italia: Los empleados no pueden aceptar por sí mismos o en nombre de terceras personas, ningún tipo de regalos, salvo que sean de módico valor, y siempre que no supongan un menoscabo de su imparcialidad e independencia.


Alemania: Han de rehusar cualquier dádiva o regalo, comunicando, en su caso, a que los que se vayan a aceptar para que sean autorizados.


Noruega: Desde 1983 está prohibido que los funcionarios reciban obsequios o provisiones con los que el donante busque influir en el servicio.


Polonia: Los funcionarios públicos deben comunicar los regalos que se acepten, los cuales figuran en un registro creado a tal efecto.


Canadá: Los empleados públicos no pueden aceptar o solicitar Regalos, alojamiento u otros beneficios, cuando puedan influir en la objetividad de sus decisiones, entre los cuales se incluyen las entradas libres o con descuento en eventos culturales o deportivos. La aceptación solamente se permitirá si son de mínimo valor, por ejemplo regalos institucionales de bajo coste o almuerzos o detalles simbólicos, así como la participación en actividades o eventos relacionados con su puesto de trabajo.


Estados Unidos: Salvo los casos previstos en los Reglamentos, un empleado no debe solicitar ni aceptar regalo alguno, ni ningún otro artículo de valor monetario de ninguna persona o entidad que busque una acción oficial.


Australia: No podrán aceptar, salvo contadas excepciones, ningún regalo o reducción de tarifa.


Nueva Zelanda: Se prohíbe abusar de las ventajas de su puesto, no pudiendo aceptar regalos que puedan afectar a su integridad.

Del Rey abajo ninguno...

Por si Don Juan Carlos no tuviera suficiente con el Caso Urdangarin y el escándalo Corinna y su credibilidad no estuviera pasando por los peores momentos de su historia, este domingo El Mundo venía a rematarle sin piedad.

Y es que en plena crisis económica y de valores y con la corrupción y las cuentas en paraísos extranjeros levantando ampollas entre la ciudadanía, el diario de Pedrojota Ramírez le dio a la Corona el tocado y hundido al equiparar al Rey con Bárcenas y compañía. 

Y todo tras hacer pública la millonaria herencia que Don Juan de Borbón dejó a su Monarca hijo, ingresada, por cierto, en cuentas en el extranjero.

Al rey le correspondieron tres partidas de 2.500.000, 533.000 y 1.067.744 FS. En total, 4.100.744 FS (375.628.150 pesetas al cambio de la época). Tres cheques por valor de estas tres cantidades fueron ingresados el 21 de octubre de 1993 en la cuenta 10031 de Sogenal (Société Genérale Alsacienne de Banque), en Ginebra.

Por si Juan Carlos no tuviera suficiente con el Caso Urdangarin y el escándalo Corinna y su credibilidad no estuviera pasando por los peores momentos de su historia, este domingo El Mundo venía a rematarle sin piedad.

Y es que en plena crisis económica y de valores y con la corrupción y las cuentas en paraísos extranjeros levantando ampollas entre la ciudadanía, el diario de Pedrojota Ramírez le dio a la Corona el tocado y hundido al equiparar al Rey con Bárcenas y compañía.
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Y todo tras hacer pública la millonaria herencia que Don Juan de Borbón dejó a su Monarca hijo, ingresada, por cierto, en cuentas en el extranjero.

Al rey le correspondieron tres partidas de 2.500.000, 533.000 y 1.067.744 FS. En total, 4.100.744 FS (375.628.150 pesetas al cambio de la época). Tres cheques por valor de estas tres cantidades fueron ingresados el 21 de octubre de 1993 en la cuenta 10031 de Sogenal (Société Genérale Alsacienne de Banque), en Ginebra.






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