Le hicieron una coronación a medida de sus necesidades, sin denunciar de dónde venía ni adónde iba, entronizándole como un faraón: rey vitalicio, jefe del Ejército y monarquía hereditaria. Y ahora, los dos partidos dinásticos turnantes le preparan una abdicación a la carta, blindando sus poderes depuestos más allá del cargo para que los tribunales, caso de desperezarse, no alcancen al Borbón del Bribón.
Un bautismo político y un funeral de Estado que los sacristanes mayores del reino, PP y PSOE, ofician incluyendo el aforamiento para su sucesor, el Príncipe Felipe, heredero del trono gracias a una Constitución sui géneris que consagra con boato la desigualdad de género en la Familia Real. Todo a mayor gloría de la Marca España, el patio de monipodio que llaman democracia y no lo es.
Al fin están enseñando la patita, como las viejas meretrices al final de la escapada. Tras semanas de difícil digestión, la boa del sistema está soltando lastre. Incapaces de parar la bola de nieve que la imputación de la Infanta Cristina ha originado, los quinquis que amancebaron una transición del pueblo, para el pueblo y sin el pueblo, han vuelto a confabularse para buscar una salida de emergencia al laberinto Nóos-Casa Real. Y si tenemos que elucidar sus convulsiones por lo que los medios más cínicos dejan entrever, todo parece indicar que han empezado a dar por amortizado al Rey y preparan el espaldarazo al Príncipe Felipe. Tal sería una de las lecturas posibles de esa contradicción sin par que hizo que solo con una diferencia de 24 horas Zarzuela-Rey dijera una cosa y Zarzuela-Príncipe la contraria.
Primero fue la respuesta de pata de banco de quien se ha visto inviolable de por vida por gracia de una Constitución hecha a imagen y semejanza de la monarquía continuista que Franco diseñó en la persona de Juan Carlos de Borbón. La corona reconocía su sorpresa por el “cambio de opinión del juez” Castro y daba su bienvenida al recurso “contranatura” inmediatamente anunciado por el fiscal del caso. Los pajaritos disparando a las escopetas. Una prueba más de que cuando un monarca dice que la “justicia es igual para todos” significa excluido él y los de su ralea. Seguramente porque en su fuero interno Juan Carlos pensaba que lo de la niña se podría zanjar repitiendo la real fórmula de contrición: “perdón, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Soberano, ya se sabe, es quien no tiene que rendir cuentas.
Sin embargo, las aguas de palacio bajan turbias. Al día siguiente, su hijo y heredero por mor de una Constitución machista que margina a las mujer en la sucesión, según prevén las normas de la Casa de Borbón, le enmendaba la plana ante el colectivo judicial elogiando la independencia de actuación de los tribunales, que como es notorio dictan Justicia en nombre de un Rey irresponsable. Oh sarcasmo. Pero lo que parecía un simple burladero, jugando al polí bueno y al poli malo, ha devenido en síntoma de un conflicto que hace recordar aquella traición de Juan Carlos a su padre para robarle el trono saltándose el escalafón. Los poderes fácticos, acojonados por la creciente respuesta popular ante el expolio de las “políticas de cautividad”, han optado finalmente por cambiar de caballo en medio de la tormenta.
Qué remedio. Sus propias encuestas no dejan lugar a dudas. La confianza en la Monarquía del 18 de Julio es un avatar; el duopolio dinástico gobernante, PP-PSOE, no alcanza ni de lejos el aprobado; los líderes políticos carecen del indispensable tirón para golosinar a nuevas clientelas; los sindicatos mayoritarios cuentan sus bajas por miles; los medios de comunicación ya no mueven el molino de la opinión pública y el tufo de la corrupción generalizada en las altas esferas no deja de potenciar la indignación de los ciudadanos, como demuestran sus cada vez más osados plantes en las calles, escraches incluídos. Con este escenario y el horizonte de sangre, sudor y lágrimas que sigue recomendando la Troika (UE, BCE, FMI) para “combatir la crisis”, la plana mayor del régimen ha decidido de nuevo cambiar algo para que todo siga igual. Lo que Rubalcaba y los suyos llaman con todo descaro “la Monarquía del siglo XXI”.
El problema está en Qué hacer. Hoy no ocurre como durante los años de la celebrada transición. No hay líderes políticos que con el salvoconducto de ser la izquierda sean capaces de consensuar una solución a la altura de sus voracidades. Es decir, de arriba abajo y sin rechistar. Actualmente no es posible ni un mal Pacto de la Moncloa ni mucho menos otro 23-F que permita rebautizar al sucesor del dictador como el salvador de la democracia y motor del cambio. PP y PSOE son en opinión de una mayoría de la población las dos caras del mismo desfalco. No sólo carecen de quorum social preciso sino que forman parte del problema como despiadados ejecutores que han sido y son de los ajustes y recortes que han llevado a millones de ciudadanos a cotas de pauperación inimaginables.
Por eso las prisas. Y dicho y hecho. Medios de comunicación que se han distinguido por ningunear olímpicamente todo lo que oliera a abusos soberanos se han lanzado de buenas a primeras a difundirlos al tiempo que dejaban caer que tenemos al mirlo blanco del Príncipe Felipe en la reserva, y que ni él ni su plebeya esposa están estigmatizados. La pregunta del millón es saber si creando esa demanda social artificial en favor de la abdicación del Rey en su hijo, el resabiado Juan Carlos se resignara y qué precio político tendremos que pagar para que una vez jubilado siga ostentando el beneficio de la impunidad penal que evite que algún olvidado affaire (Corinna, Herencia en paraísos fiscales, comisiones de Estado, chanchullos con los Jeques, etc.) le lleve al banquillo. Los chicos de la Marca España deshojan esa margarita en la convicción de que camarón que se duerme, hostia que te crió.
Ya nadie parece acordarse de los tiempos en que los que ahora conspiran con los colores del aspirante hacían la ola al Rey desde el bando equivocado. Cuando Antena 3 TV acometía un programa-encuesta entre los intelectuales y juntapalabras más señeros del reino preguntando quién era la persona más importante de la historia de España para servir en bandeja el título a su castiza Majestad. O cuando el “camarada Javier Pradera”, mandamás del Grupo Prisa, glosando el treinta aniversario de Juan Carlos al frente de la jefatura del Estado, fantasiaba en que la clave del apoyo de la izquierda a sus sucesores radicaría en que logren “conservar el equilibrio siempre inestable y contradictorio entre el principio monárquico y el principio democrático”. Un oximoro en línea con lo expresado en idéntica ocasión por el ex secretario general del PCE, Santiago Carrillo, que justificaba la genuflexión de los comunistas de su cuerda y su personal cambio de chaqueta afirmando que “Don Juan Carlos supo renunciar al poder dictatorial heredado”.
Con esas escandalosas licencias los dirigentes de la izquierda con posibles apadrinaron el régimen más corrupto de la Unión Europea: el de mayor índice de paro, el que ostenta la desigualdad social más elevada, el que tiene un número más grande de juventud sin futuro, el que ha hecho el país donde más cocaína se consume, el que cuenta con más presos por habitante y el que registra más millonarios en el ránking mundial de las grandes fortunas. Y ni siquiera pueden ya argumentar que al votar en referéndum la Constitución se aceptó también esta monarquía (la zorra en el gallinero). Porque incluso asumiendo el sofisma y la estafa democrática que supuso el procedimiento dos por el precio de uno, ese mismo razonamiento resulta hoy su espada de Damocles. Efectivamente, el creciente rechazo a la Corona, que hasta las encuestas oficiales no pueden ocultar, implica ya idéntico revés para la Carta Magna que le sirvió de madriguera.
Aunque aspavientos, desmemoria y golpe de pecho no faltan. Hasta el constitucionalista Javier Pérez Royo, tan concienzudamente felipista siempre, se ha deslocalizado y cree ahora que el pueblo español está ya maduro para prescindir de administradores únicos. Parece que estamos en el tiempo de descuento, donde cabe una cosa y la contraria, con la excusa bufa de ser la izquierda sedicente. Se permiten ponderar la Transición y al mismo tiempo reclamarse republicanos en la intimidad. Haber jurado el cargo como ministro delante de una biblia y un crucifijo y decir estar dispuesto a denunciar el Concordato. Hablar de una nueva política económica progresista y haber sido el número dos del Gobierno que empezó con los recortes y ajustes llevándolos incluso al artículo 135 de la Constitución para eternizarlos. Denunciar a la caverna de la derecha por someterse al golpe de los mercados y mantener al frente de “los hombres de negro” que lo imponen a un antiguo secretario general del partido (Joaquín Almunia).
Bramar contra la situación de emergencia social que las políticas austeridad emanadas de la Troika (BCE,FMI, UE) están provocando en países del entorno y haber fichado como máximo ideólogo en el think tank de la formación a uno de los autores del Informe del FMI que receta austeridad extrema para Portugal (Carlos Mulas). En fin, predicar la transparencia de la Corona con una mano y con la otra preparar el blindaje del Príncipe en la línea de lo ya hecho con toda la Familia Real con la reforma del código penal de 1995 que perpetró el biministro socialista Juan Alberto Belloch. El corralito del sistema. Un tándem derecha-izquierda, izquierda-derecha, que se legitima en monopolio de la alternancia política que le proporciona el simulacro electoral.
Pero el mapa no es el territorio, como cualquier experto explorador sabe. Una cosa es que quieran el recambio dentro de la monarquía para conservar sus privilegios y otra que lo logren. No hay poder que aguante sin el consentimiento de los gobernados. La experiencia de estos 35 años de camelo y botafumeiro al servicio de los poderosos se ha convertido en un imperativo moral para decir adiós a todo eso. La corona y sus mamachichos son simples zombis, espectros de una realidad fingida que no tienen dónde caerse muertos. Nosotros, que hemos tenido una intensa vida de tercera, debemos darles un entierro político de primera.
No se trata solo de lograr que el Rey Juan Carlos sea el último Borbón, el cambio al que nos enfrentamos es de mucho mayor calado. Sería iluso pensar que con el derrocamiento de la Monarquía, e incluso con la llegada de la III República sin más ni más, habríamos dado un giro radical a la situación. Pero también es cierto que por las especiales condiciones de la transición, ese trenzado de complicidades para dar cuerda al pasado, y la crisis en que se encuentra inmerso el Neoliberalismo Capitalista de Estado, la caída del régimen abriría las compuertas a una nueva cultura política. Las luchas de resistencia que en el resto de la Unión Europea buscan derogar las políticas de austeridad impuestas por el golpe de los mercados, en España pueden significar arrastrar incontables atavismos históricos y dinamizar un ilusionante porvenir.
Organicemos el verdadero cambio haciendo de la democracia a escala humana la medida de todas las cosas. Lo utópico de ayer es lo realista hoy. Solo queda articular esa inmensa indignación popular para que los ciudadanos sean definitivamente protagonistas de su historia. Franco murió en la cama porque delegamos el poder como sociedad, y eso permitió que lo dejara todo atado y bien atado. El borbonato debe caer porque ha llegado el turno el pueblo. Como en aquel otro abril de 1931. Pero ahora de abajo arriba, de verdad, tomando el Municipio y formando Consejos Democráticos en Pueblos y Barrios, para producir políticas económicas y sociales al servicio de la colectividad. Con los pies bien puestos en la realidad y la vista en las generaciones futuras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION