La ideología en Botella
Ana Botella y Jose María Aznar estaban condenados a encontrarse aproximadamente desde el Big Bang, mire usté. Juntos forman una de esas parejas singulares y estratosféricas sin las cuales es imposible comprender la Historia de España, lo mismo que Isabel y Fernando, Sara Carbonero e Iker Casillas u Ortega y Gasset. Son un matrimonio Curie a la española, sólo que los Curie se dedicaban únicamente a la química y a la medicina, mientras que los Aznar tienen un radio de acción más amplio. Lo mismo trabajan la política que la literatura, la economía que los idiomas, y todo lo hacen con la misma seriedad.
Tan compenetrados andan que casi vinieron a decir lo mismo desde dos puntos distintos de la geografía española, ella desde el Ayuntamiento de Madrid, él desde un foro de Zaragoza: casi un orgasmo simultáneo. Ambos coinciden en que estamos saliendo de la crisis pero Ana, como Marie Curie, ha ido incluso más lejos que su marido al afirmar que la reforma laboral del PP es la ideología que más progreso ha traído a la historia de la Humanidad. Más que la democracia ateniense, más que la declaración de los derechos humanos, más que la penicilina, mire usté.
Puede resultar aventurado mezclar los conceptos “ideología” y “PP” en una misma frase pero si hasta Valdano tenía una filosofía y Luis Aragonés ejercía de sabio en Hortaleza, tampoco hay que ponerse tan tiquismiquis. En términos estrictamente marxistas el PP, en efecto, es ideología o al menos parte de una ideología, lo mismo que el PSOE, el cocido maragato, las tertulias de Sálvame Deluxe o el cine de navajeros.
Al igual que Marie Curie, la señora Botella está empezando a adelantar a su marido por la derecha, al menos en capacidad visionaria, lo cual demuestra que en el PP el feminismo está tan avanzado que las mujeres no sólo superan a sus cónyuges sino que ya directamente los suplantan.
La ideología a la que hacía referencia la señora Botella en el pleno del Ayuntamiento se refería básicamente a la basura, un tema que el PP domina a la perfección hasta el punto de que las inmediaciones de la sede de Génova fue el único punto limpio de toda la capital en los trece días de huelga.
Más Botella que nunca, la alcaldesa llevaba una chaqueta verde ídem adornada con un floripondio esplendoroso de tono violeta (podría haber sido la Pimpinela Escarlata, de no ser porque ese color no casa demasiado bien con la ideología de la señora). Daba la impresión de que si Lissavetzky hubiera tenido el valor de arrirmarse un poco más, la alcaldesa habría apretado el floripondio y le habría rociado la cara con un chorro de agua de Perrier.
En cualquier caso, el chorreo se lo llevaron igual, cuando la señora Botella los regañó con su inimitable soniquete de profesora de primaria.
“Im-pre-sen-ta-bles” silabeó con soberano desprecio y por un momento no se supo si hablaba de las declaraciones de las concejalas, de las chaquetas de las concejalas o de las propias concejalas. Como se ve, pura ideología.
En botella y en botellón.
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