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lunes, 4 de noviembre de 2013

México: un profesor tumba el sistema judicial después de 13 años de encarcelamiento injusto

En un país donde los más desfavorecidos están acostumbrados a perder, el indígena Alberto Patishtán se puede considerar finalmente un ganador. El maestro totzil, encarcelado injustamente durante 13 años, ha conseguido que el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, le conceda un indulto especial que marca un antes y un después en la historia judicial del país. Desde el jueves es un hombre libre.
Acaba de nacer la “ley Patishtán” en una nación donde existen incontables casos como el suyo. El profesor fue condenado a 60 años de cárcel por el asesinato de siete policías en el levantamiento zapatista, en Chiapas. El proceso estuvo plagado de irregularidades y mentiras. Su tenacidad y el apoyo de organizaciones sociales que han tomado como propia su lucha influyeron en la decisión de Peña Nieto de reformar el Código Penal y buscar una salida a su desgraciada historia.
En estos años de prisión, donde ha enseñado a leer y a escribir en una cárcel de San Cristóbal a multitud de presos analfabetos que no podían entender sus sentencias, se ha convertido en un espejo en el que mirarse para los parias. Para contar su historia hay que remontarse al año 2000. Patishtán era un profesor afiliado al sindicato de enseñanza. En su municipio, El Bosque, se le consideraba un hombre con carisma, preocupado por la comunidad indígena tzotzil. Fue uno de los que encabezaron las protestas contra el alcalde, al que acusaban de nepotismo.
Acusación incompresible
Desde la ciudad de San Cristóbal vieron el asunto con preocupación y mandaron a una cuadrilla de la Policía Federal para evitar una sublevación. La comitiva, en una de sus incursiones, fue acorralada por un comando que acribilló a los agentes. En el ataque murieron siete personas y sobrevivieron dos, el hijo del alcalde y un policía. Ambos declararon haber visto al profesor con un AK-47, pero más tarde describieron que los asesinos llevaban pasamontañas. Así siguió una declaración tras otra hasta volver incomprensible la acusación. Los testigos a favor de Patishtán, que lo sitúan lejos de los hechos, no fueron tomados en cuenta. La incompetencia de quienes al principio llevaron su defensa hizo el resto.



Su triunfo tardío no se entiende sin la mediación de un hombre de ánimo resuelto. Se trata del abogado especialista en derechos humanos, Leonel Rivero. Tomó el caso de Patishtán en 2012 y lo llevó hasta la Suprema Corte de Justicia, donde fueron tumbadas todas las alegaciones pese al apoyo de algunos destacados magistrados. Agotada la vía judicial, Rivero optó por la política.


 El Subcomandante Marcos, líder zapatista, un movimiento con el que Patisthán simpatizaba, y los obispos de izquierda también se volcaron en su defensa.
En enero, Rivero se reunió con el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. Su intención era tantear la opinión de la nueva Administración del PRI, que había tomado posesión en diciembre de 2012. ¿Le interesaría el caso al presidente? “Su voluntad es solucionar el asunto de Patishtán”, dijo Osorio Chong. Pudo haber utilizado un lenguaje más burocrático, desarrollado por los priistas tras décadas en el poder, pero la idea era la misma: había que solucionar el problema.



Motivó reformar el Código Penal

Tras meses de trabajo político se llegó a la conclusión de que el mejor camino era reformar el Código Penal Federal, para que el presidente pudiera otorgar indultos a personas sentenciadas durante un juicio irregular sin posibilidad de recurso. 



Supone abrir un nuevo cauce que hasta ahora no existía. El Senado aprobó el 23 de octubre la reforma y el Gobierno quiso publicar lo antes posible el indulto. Patisthán se encuentra en mitad de un tratamiento por un tumor cerebral.



¿Cuántos habrá como Patishtán? Él mismo se ha preocupado por los problemas de los demás. Cuando le notificaron en la celda que pasaría el resto de su vida allí porque ya no había más recursos posibles, no lloró. En cambio, tuvo que secar las lágrimas de los internos que le rodeaban en el patio, agarrados día a día a sus palabras como un salvavidas.



 Días después recibió a este periódico, en marzo de 2012, y recordó esa escena: “Era una mala noticia pero yo estoy en paz.


 Me sé inocente. Tuve que consolarlos a ellos, decirles que hay esperanza”. 


Una vez libre Patishtán, los olvidados ya tienen un nombre que invocar.





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