Que en el mundo hay demasiada gente
demasiado inocente es un hecho, y es un hecho que nos afecta a todos en
mayor o menor medida. En cualquier caso no hay que confundir inocencia
con bonhomía. La inocencia puede ser falta de culpa, pero también
ingenuidad. Y la ingenuidad no es ningún valor. Pero lo más importante
es que la ingenuidad no es un rasgo del carácter sino en todo caso una
consecuencia, y su validez como eximente es inversamente proporcional a
la edad del sujeto.
Si alguien se sintió engañado ayer por
el programa de Jordi Évole sobre el 23-F, que no busque responsables,
porque el principal es ese que se refleja en su espejo. ¿De verdad
alguien pensaba que se iba a decir algo importante? ¿Alguien ignora que
cualquier programa de este tipo pasa primero por Zarzuela? ¿Alguien
podía creer que en este Reino se iba a permitir entrevistar a alguien
serio e independiente?
Dicho esto, hay que ser, desde un punto
de vista ético, muy despreciable, para no siendo especialmente ingenuo,
comportarse como un niño para no asumir la propia responsabilidad, o
peor, como un canalla prepotente al servicio de bastardos y sus
intereses.
Y lo que ocurrió ayer responde sin demasiadas dudas a la
segunda condición. Y con esto me refiero a todos los implicados en la
producción y emisión de ese programa.
Está claro que se puede argüir que lo
que se emitió es lo más que se permite, y que el formato estaba forzado
por las circunstancias. Se puede decir que el programa cumplió un
cometido pseudoinformativo, y que buscaba despertar la
inquietud de los espectadores. Incluso que tras su emisión se produciría
lo importante: la repercusión. Tanto es así que hasta se podría decir
que lo que estoy escribiendo les da la razón. Pero es falso, primero
porque la gran mayoría de los y las habituales de medios como este, en
los que se pueden leer críticas libres, ya sabéis casi todo lo que se
pueda contar, pero sois una minoría.
El problema (y ahí está lo sucio),
es que si se llegó a cuatro o cinco millones de personas a las que no se
les ofreció ninguna novedad (tomándoles por imbéciles y haciéndoles
perder el tiempo), sí se les intentó inducir la imagen de que,
efectivamente, lo del golpe fue un montaje tan evidente como el propio
programa (algo que la mayoría de espectadores ya sabía), pero que Juan
Carlos engañó al pueblo, igualmente, por su gran “sentido de Estado”
(¡ahí es nada!). Pero ni en un solo momento, pese a tratarse de una
ficción en la que cabían todo tipo de licencias, se habla del
irresponsable egoísmo del Rey, y de que lo único que pretendía era
perpetuar la monarquía borbónica a costa de cualquier riesgo.
Sin abundar en las justificaciones
habituales de la pantomima de golpe de Estado, y al margen de este
“Salvados”: el que tomándose el discurso oficial u oficialista en serio
aún crea que la “democracia” podía estar en riesgo, es que no tiene ni
idea de cómo funcionan los intereses de los oligarcas occidentales con
base operacional en Langley. La “democracia” solo estará en riesgo
cuando alguna formación quiera trasladar el poder al pueblo para
gobernar con independencia y sin títeres. Y ni así sería fácil que
ciertos actores renunciasen al disfraz de las apariencias si con ello se
pusieran en riesgo intereses mayores.
Volviendo al programa: ni en el supuesto
caso de existir buena voluntad, es moralmente admisible que el fin
justifique los medios. Pero además es que no existió buena voluntad, y
mucho menos un beneficio social. No menospreciemos la inteligencia del
sistema.
Como este asunto no merece mucho más tiempo, solo una última crítica.
Siendo igualmente irresponsable, un
programa así sí hubiera tenido alguna disculpa siendo una idea original.
Pero encima es que el formato es un plagio absoluto pero barato de “Dark side of the moon”
en todos los sentidos, incluyendo que este último tampoco fue, ni mucho
menos, un programa inocente. Y más allá de este “Operación Luna”
(título en castellano), que tampoco fue original pero que aún logró
innovar en algún aspecto; ni el uno ni el otro han contado con la
transgresora genialidad del “La guerra de los mundos” de Orson Welles. Por tanto, haciendo ahora mención al titular: ¿Si quitamos la inspiración, qué queda?
Con suerte, de lo único que ha servido
Operación Palace, es para que mucha gente vea con otros ojos lo que
aparezca en televisión, aunque el que lo exponga esté rodeado por un
halo de trabajada confianza. Los “listos” útiles nos tienen que seguir
sirviendo, pero sabiendo separar el grano de la paja. Y para saber
hacerlo hay un secreto que nunca falla: leer, leer, y leer. Pero los que
estáis leyendo esto ya lo hacéis, y no es que nos sirva de mucho si
siempre somos los mismos 1.000, 10.000 o 100.000 ¿verdad?
Ya que todo queda en familia me permito recomendaros una buena lectura sobre el Rey:
UN REY GOLPE A GOLPE: http://www.rebelion.org/docs/145328.pdf
Paco Bello | Iniciativa Debate


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