Esclavos en el "Paraíso"
Si para pagar un
apartamento de una habitación en Estados Unidos se tiene que ganar 8,89
dólares la hora, ¿cómo sobreviven los que ganan cinco o seis? Las claves
de cómo vive la clase obrera en el paraíso capitalista por antonomasia:
EEUU.
No eres nadie. Cuando
trabajas en una tarea considerada poco cualificada -aunque esto sea más
que discutible, por el nivel de atención, esfuerzo y destreza que
requieren todos estos trabajos- no tienes una identidad reconocible. Si
eres camarera eres "cariño", "rubia" o "nena". Como dependienta, eres
simplemente el nexo al que quejarse, y como empleada del hogar, la
máquina de la que disponer.
La movilidad se reduce y
los costes aumentan. Trabajar por poco dinero implica, necesariamente,
buscar un lugar donde vivir que se ajuste al precio que puedes pagar. En
consecuencia, la cronista se ve obligada inmediatamente a optar por un
apartamento de una habitación, una caravana en un párking o, si no puede
pagar el depósito de las dos primeras opciones, una habitación en un
motel. Para poder permitirse una de estas tres cosas, deben estar
situadas a 45 minutos o más en coche de su lugar de trabajo.
La pobreza es un pez que
se muerde la cola en el sistema. Teniendo en cuenta el coste de la
gasolina y de la vivienda, el 80% del salario que gane irá destinado a
pagar estos gastos.
La falta de tiempo y
espacio implica que no se puede ahorrar en cocinar y comprar comida
nutritiva y barata. Si no tienes seguro médico, además, por el tipo de
trabajo que realizas acabas teniendo problemas de salud que cuestan
dinero.
La salud se resiente. La
obra ahonda en esta espiral desesperante, que se perpetúa. Si no ganas
suficiente dinero con un trabajo -y se evidencia que nadie lo gana
cobrando 120 dólares por semana-, debes tener dos. Y al tener dos, surge
la fatiga, los problemas de articulaciones, de respiración,
sedentarismo, obesidad...
La falta de conocimiento
es clave. Este punto también desquicia a la cronista, y con ella al
lector. ¿Por qué algunos de sus compañeros no buscan un trabajo mejor
pagado, pudiendo obtenerlo? ¿Por qué la gente no se organiza y se queja
cuando no les dejan más de cinco minutos para comer? ¿Por qué no optan
por una comida algo más nutritiva si cuesta lo mismo que la que comen?
Sencillamente, porque no saben. Es simple y aterrador. No lo saben. Y de
eso se aprovechan los jefes que les contratan, los encargados que les
obligan a trabajar sin una pausa y las compañías que les venden los
productos que consumen, y eso incluye las hipotecas basura.
Se fomenta la delación.
En el trabajo de remuneración mínima, Ehrenreich aprende que el
compañerismo se confunde con rebelión de corte marxista. Para muestra,
los cuestionarios que le presentan a cualquiera que se presente a ser
dependiente en una tienda, o camarero en un bar. "¿Delatarías a un
compañero si ves que hace algo inadecuado?". "¿Qué opinas de aquellos
que consumen sustancias ilegales?". El control de la fuerza de trabajo
implica al cuerpo y a la mente a través de la más que común exigencia de
tests de personalidad, muestras de orina y cuestionarios, cuanto menos
dudosos.
Los derechos básicos no
existen. A los trabajadores de Wallmart les encierran para que no puedan
salir cuando acaban su turno si se decide que tienen que hacer horas
extras que no les pagan. Esta imagen resume una ínfima parte de la
conclusión más evidente del libro. Si no hay poder público dispuesto a
garantizar una mínima protección al ciudadano, no queda nada. Ni el
derecho a la salud, ni al trabajo digno, ni a la vivienda adecuada, ni a
la información, ni a la protesta.
El diario.es
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