Crucifixiones
La Semana Santa de los cristianos,
apoteosis del dolor y el sufrimiento, culmina con el domingo de
resurrección, apoteosis a su vez de la esperanza en la felicidad
absoluta, sólo alcanzable en la perfección de lo inmaterial. En una
semana se condensa la metáfora perfecta de la teoría del valle de
lágrimas terrenal. Ese tobogán que es la vida, guindado con final feliz
(aunque no verificable, de ahí la necesidad insoslayable de la fe).
Cuenta la tradición que Jesús llega a
Jerusalén en loor de multitudes tras tres años de vicisitudes y
enseñanzas (ascensión a la cresta), en esa semana es
traicionado, torturado y asesinado en la cruz (sima para visualizar los
humanos quebrantos terrenales) y, tras el final, (cresta definitiva,
liberados ya de la pecaminosa carne que nos lastra) surge la
resurrección como premio inigualable y eterno después de las calamidades
terrenales, que quedan así compensadas y minimizadas.
Con el valor
añadido, al menos en las mentes de generaciones y generaciones de gente
del pueblo, de los que han trabajado para la cruz y la espada, de los
que han llorado tanto que podrían anegar el terrenal valle, de que si
un "hijo de dios" pasó tales sinsabores, que podían esperar ellos.
No obstante, para que el tránsito por
este mundo de los más desfavorecidos sea más leve (y de paso acumular
méritos), ya que les tocó la peor parte, se establece la caridad como la
gran empresa terrenal cristiana que, querámoslo o no, cierra el paso al
concepto de igualdad social, que se considera quimérica e incluso
indeseable.
Así, es intelectualmente curioso que muchos
cristianos situados en la izquierda transformadora, más que en su fe
religiosa en un dios, justifican el considerarse como tales en la
hipotética apuesta de Jesús (del que no existe referencia histórica
clara ni un texto escrito) por los pobres, en que era una especie de
paleosocialista precursor.
Obvian dos mil años de práctica cristiana: de
alianza férrea con los poderosos, de acumulación de un ingente
patrimonio, de hacer de lo tenebroso y perverso lo cotidiano, de mutilar
el gozo terrenal de todas las almas que decían defender.
Extraen a
Jesús del cristianismo, lo ponen a salvo de su práctica secular, y casi
lo visten del Che muerto en La Higuerita, olvidándose de que su reino,
contrapunto de la visión guevarista, no era de este mundo.
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