Cada año que pasa
salen más manifestantes a la calle el 14 de abril; cada año hay más
artículos sobre la República alrededor de ese día, el tema aparece más y
más en las tertulias y las redes eran tricolores este año más que
nunca. Es evidente que las cosas se mueven en ese sentido y yo me he ido
moviendo también. Hasta hace relativamente poco tiempo la
reivindicación de la República no era importante para mí.
Como para
mucha gente la II República es un importante referente afectivo y ético,
un momento fundacional que siempre se añora. Sin embargo creo que
cuando hablamos de la II República estamos añorando más el triunfo de
las clases populares en las elecciones y el cambio que eso pudo suponer
(el cambio que se intentó), la pérdida de la Guerra Civil y la victoria
del fascismo, que una determinada forma de estado. A veces parece que
olvidamos que el capitalismo, que el neoliberalismo más feroz, es
(también) republicano.
Reivindicar la república sin más, sin explicitar
qué tipo de república queremos no tiene mucho sentido. Es más, si
llegara el momento en que la monarquía fuese insostenible, el mismo
régimen prepararía la transición mediante un referéndum bien controlado
que abriera un proceso tan bien controlado como ésta falsa democracia en
la que apenas podemos decidir nada de lo importante.
Es evidente para
todo el mundo que la monarquía es una institución ridículamente
anacrónica y que cuesta admitir que al jefe del estado no se le vota
pero, seamos francos, ¿quién vota ahora a los que verdaderamente nos
gobiernan (es decir, a los poderes económicos y financieros)? No me
ilusiona nada un referéndum para decir si monarquía sí o monarquía no.
Lo que quiero es un auténtico proceso constituyente que tenga como
objetivo la recuperación de una democracia real. Obviamente la monarquía
no tendría cabida en esa situación, pero su desaparición vendría como
la consecuencia natural y necesaria de una ruptura con el régimen
existente, y no como una mera sustitución nominal del tipo de estado; no
como un cambio al estilo de El Gatopardo, cambiar para que todo siga igual.
Sin embargo, ahora
creo que el rey, este rey, no es sólo una institución más del estado,
sino que él mismo, este señor en concreto, es un síntoma y un símbolo de
lo que queremos cambiar, él es la cúpula de un sistema podrido y que no
da más de sí. El rey no es una persona que esté ocupando sin más una
institución representativa del estado, sino que él es, por su
comportamiento y manera de ser, una muestra perfecta del tipo de gente
que nos gobierna. La institución y la persona del rey, hasta hace poco
intocables, se han vuelto de carne y hueso, aunque no de cualquier carne
ni cualquier hueso. Se ha corrido esa especie de velo sagrado que
mantenía a este señor Borbón en el misterio y lo que se nos ha desvelado
no es sólo esa institución anacrónica, caduca y absurda que ya
conocíamos, sino también a una persona que es, literalmente, un Primus
inter pares, el primero entre iguales, entre sus iguales, la casta que
desde el poder financiero y político nos gobierna.
Al desvelarse el
velo hemos visto a una persona completamente alejada de la realidad
social –o a la que la realidad social le importa un bledo-, que vive en
un mundo de privilegios inimaginables para la mayoría en el que
cualquier cosa es posible como dedicarse, por ejemplo, a la caza de
elefantes, como Bárcenas, en un momento en el que la caza mayor es una
actividad que resulta éticamente repugnante a la mayoría; una persona
que, durante años, ha mezclado la representación pública con los
negocios privados, un comisionista, como cualquiera de estos ex
políticos que pueblan los consejos de administración; una persona que
desde su puesto se ha hecho muy rico de maneras nunca explicadas; igual
que se han hecho ricos, muy ricos, cualquiera de estos empresarios que
hablan de hacer esfuerzos mientras ellos pagan en negro a sus
trabajadores….
El rey es esa
persona que más allá de la cortesía de los viajes de representación
llama “hermanos” a dictadores en cuyos países se tortura habitualmente,
se ahorca a los homosexuales y se esclaviza a las mujeres. Una persona
de costumbres y hábitos machistas que hoy resultan poco soportables para
la mayoría de la gente y, desde luego para nosotras, que los hemos
conocido con repugnancia; el rey es un clasista hasta en las formas y se
permite llamar de tú a todo el mundo mientras que a él, al parecer, hay
que llamarle de maneras anacrónicamente respetuosas; una persona que a
lo largo de su vida ha tenido por íntimos amigos a empresarios de esos
que pasan por los tribunales y que no pisan la cárcel (algunos sí, como
Javier de la Rosa o Mario Conde) sólo porque porque la justicia es
ciega, efectivamente, para los poderosos.
En fin, que el rey es el
primero de la fila de todos estos que se están riendo de nosotros. Esa
risa que le debe producir a Esperanza Aguirre decir que no puede pagar
la calefacción, a Lucía Figar pedir una beca para su hija, a Felipe
González decir que se va de Gas natural porque se aburre y luego decir
que ya no se va porque ha debido encontrar otro entretenimiento, o a
Aznar decir que le cuesta mucho ganarse la vida honradamente.
El rey es
un síntoma. La monarquía hoy tiene a su frente a una persona que se
parece demasiado a la clase de personas que sí representa.
Pero no nos
engañemos, la república en sí no es garantía de nada y entre quienes nos
gobiernan hay gente que ya piensa en ella y en cómo legitimarla cuando
nos den a elegir entre A y B (siendo A y B exactamente iguales) Lo
importante de la república es lo que hagamos de ella y los consensos y
los pactos que sancionemos entre nosotros y nosotras para garantizarnos
una vida digna. Personalmente, sólo por dejarlo caer, me atrevo a decir
que me gustaría una república anticapitalista; ahí es nada.
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