Columna para El Mundo, de ayer 15 de mayo.
Es extraño que, ahora, cada día no me produzca el retortijón de una posibilidad negativa en mis sentimientos. Gentuza, alta o baja, que sale y entra de las cárceles; que nunca hace nada a favor de nadie; que se dedica a afinar sus formas de robar a sus vecinos, o a sus compatriotas, a todo el que se le pone al alcance de sus manos ladronas.
Me refiero a quienes, por ejemplo, consiguen con trampa la adjudicación de una obra pública, y a continuación falsean los precios de su costo para enriquecerse robando al bien común. A los hipócritas, tan frecuentes en circunstancias como las de hoy y entre los españoles (?) de hoy, les negaría sin dudarlo la nacionalidad muy poco antes de tirarlos al mar. Casos como algunos, en los que ahora pienso, son un lastre para la convivencia, no digo ya para el progreso común y la común ventura. Cuanto antes mueran, mejor.
Y cuanto antes desaparezcan los que los benefician, antes alcanzaremos la España verdadera.
Porque de España hablo. Y sabéis ya a quiénes me refiero.
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