¿Vamos a participar los ciudadanos en la elección del nuevo Jefe del Estado español?
Creo que en torno a esta pregunta deberían girar todas nuestras
reivindicaciones y todo el debate que ha surgido a raíz de la abdicación
de Juan Carlos de Borbón. En estos momentos a los republicanos y a
todos los ciudadanos que reclamamos una verdadera democracia no nos
interesa hablar del pasado - nada más que como lección para no cometer
los mismos errores - sino del presente y del futuro. Hablar del pasado
en este caso concreto sólo le interesa a quienes no tienen argumentos
para defender el futuro "reinado" que preparan para Felipe. Heredar el
cargo de la institución más importante del Estado es un atentado contra
el principio más elemental de una democracia: la decisión soberana de la
mayoría de los ciudadanos.
Hasta hoy todos los argumentos utilizados por los monárquicos para
defender esa anacrónica institución antidemocrática giraban en torno a
las delicadas circunstancias que vivía España tras la muerte del
dictador franquista y al papel fundamental que en aquella "Transición"
tuvo Juan Carlos en favor de lo que ellos llaman "democracia". A esto
se sumaba la casi "heroica" intervención del rey durante el intento de
golpe de Estado del 23F, según el relato construido por el establishment político y mediático. Este relato sobre la Transición
y el papel que desempeño el rey está distorsionado o directamente
manipulado. Lo sabemos. Varios investigadores o incluso personas que
vivieron de cerca esos acontecimientos lo han explicado y escrito. Pero
creo que, como decía al inicio, no podemos caer en la trampa de analizar
en estos momentos el pasado de la monarquía porque ello contribuye
a ocultar la enorme estafa que supone actualmente este traspaso de poder
fraudulento que ahora se inicia en la Jefatura de Estado.
Resulta sintomático que los grandes medios de propaganda del régimen
estén hablando del rey como si se hubiera muerto. Hablan de él en
pasado, ensalzan su figura, repasan su trayectoria, falsifican la
historia... porque carecen de argumentos mínimamente democráticos para
defender que en estos momentos una persona como Felipe reciba por
herencia y de espaldas a los ciudadanos el cargo más importante del
país. Es insostenible y por eso necesitan distraernos. Los argumentos
que les sirvieron en el pasado para defender el mandato de Juan Carlos
no sirven ahora para defender a Felipe. Tendrán que inventarse otros.
Según el relato oficial el rey Juan Carlos - que heredó a su vez el
cargo de manos del criminal dictador Franco - se cargó de "legitimidad"
con el referéndum a la totalidad (no fue una consulta sobre el modelo de
Estado) que se celebró en 1978. ¿A qué referéndum se va a someter ahora Felipe de Borbón para legitimarse?
Aquí está la debilidad de los defensores del régimen borbónico y es
aquí donde hay que poner el foco de atención desde la izquierda y los
defensores de la democracia.
Esta nueva circunstancia que vivimos también va a servir para
identificar de nuevo y sin caretas quiénes son aquellos que defienden
realmente una democracia y quiénes defienden la continuidad del régimen
plutocrático. La monarquía se desmorona porque los pilares sobre los que
se asienta están carcomidos por la corrupción. Es imposible desligar
esta abdicación del rey - además de los evidentes problemas de salud o
la imputación de la infanta - a la caída del bipartidismo monárquico que
sustenta políticamente a la institución. La pérdida de 5 millones de
votos del PP-PSOE en las elecciones europeas, unido a la victoria de los
soberanistas en Cataluña y al considerable aumento de la izquierda en
toda España, ha sido la gota que colmó el vaso. La Corona llegó a la
conclusión de que o se "refunda" la institución ahora que tienen todavía
una mayoría parlamentaria que la respalde o puede que más adelante sea
demasiado tarde. La "casta" - término que está de moda - sigue teniendo
todo el poder, pero los cambios que se están produciendo en la base de
la sociedad parecen irreversibles. Y ellos lo saben.
Juan Carlos de Borbón y la Casa Real representan a un
régimen plutocrático en el que la vida política se entiende como una
herramienta para favorecer los negocios privados de la oligarquía
dominante. La figura del rey en España se ha ejercido de facto como la
de un alto representante de las grandes corporaciones y la aristocracia
terrateniente que todavía gobiernan este país. Nada que ver con el
pueblo trabajador que paga las facturas de la corrupción inherente al
régimen. Un Jefe del Estado no puede representar a un pueblo que nunca lo ha elegido. Es absurdo tratar de convencer a los demás de lo contrario.
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