El pasado mes de enero,
cuando medio mundo aún estaban con la resaca de Año Nuevo, las calles de
Phnom Penh, la capital de Camboya, amanecieron llenas. El motivo no era
festivo: miles de trabajadores del textil pedían mejores condiciones
laborales. Con las mismas manos que cosen las camisetas y pantalones que
luego se venden en tiendas desde España a Japón, los manifestantes
sostenían pancartas en las que exigían un incremento de su magro salario
para hacer frente al aumento del coste de vida en el país asiático.
Las pancartas acabaron
manchadas con la sangre de cinco de los trabajadores, que murieron ese 3
de enero a raíz de la dura represión policial, y de casi 40 heridos que
tuvieron que ser hospitalizados. Uno de los manifestantes todavía
continúa desaparecido. La denuncia de una bloguera de moda que pasó por
las fáfricas textiles camboyanas está sacando los colores a
multinacionales como H&M, en la que ha centrado sus ataques hacia un
sistema de producción generalizado en el país.
La situación de trabajadores
como Hok Pov o Ly Tola ha vuelto recientemente al punto de mira de la
opinión pública internacional después de que la bloguera
Anniken Jørgensen decidiera denunciar estas prácticas
y centrar sus críticas en el gigante textil H&M. La multinacional
sueca ha sido acusada en numerosas ocasiones por permitir que sus
proveedores despidan a trabajadores sin pagarles, protagonicen desmayos
masivos o, simplemente, por imponer salarios extremadamente bajos a sus
empleados. Después de la denuncia de Jørgensen, H&M se justificó
asegurando que están haciendo “un extensivo
trabajo para por ejemplo conseguir sueldos justos, promoviendo los
derechos de los trabajadores, así como lugares de trabajo saludables y
seguros”. Sin embargo, para Tola Moeun, “Wal Mart [el gigante de
la distribución estadounidense] es la marca más irresponsable. Otras
como Inditex tienen prácticas similares aunque toman algunas acciones
cuando reciben quejas”.
Los asesinatos de enero no
son los primeros registrados en la industria textil y del calzado de
Camboya, un sector que ha crecido rápidamente durante los últimos años
como consecuencia del incremento de salarios en China. En febrero de
2012, tres manifestantes murieron por impactos de bala de la policía
durante una huelga en una fábrica donde se hacían zapatillas para Puma.
En noviembre, la policía abrió fuego contra los manifestantes, con un
balance de 10 heridos y un muerto.
En este caso, la fábrica trabajaba
para firmas como Levi Strauss, Gap y H&M, entre otros. “Ha sido un
gran revés para la situación de los derechos humanos [en Camboya]. No ha
habido ninguna investigación para depurar responsabilidades por la
actuación policial”, asegura Sopheak Chan, presidenta del Centro Camboyano por los Derechos Humanos (CCHR en sus siglas en inglés).
El textil es uno de los
principales sectores industriales de Camboya y supone aproximadamente el
84% de las exportaciones del país, según datos de la Organización
Internacional del Trabajo. Da además trabajo a aproximadamente 475.000 personas que cosen en más de 550 fábricas registradas ante las autoridades.
La cifra aumenta, sin embargo, si se incluye el número indeterminado de
talleres clandestinos que opera en el país asistiendo a esas fábricas
durante los picos de trabajo y que no son sometidos a ningún tipo de
control.
Sin embargo, las violaciones
de los derechos laborales son frecuentes en ambos tipos de centros de
producción. Hok Pov lo sabe bien. Durante los últimos diez años ha
trabajado para varias fábricas registradas en las que ha soportado
jornadas interminables, insultos de sus capataces y pagos irregulares.
“Lo peor de todo es no tener la certeza de cuánto te va a durar el
trabajo”, asegura la camboyana.
Durante todo este tiempo,
Hok Pov ha encadenado contratos de seis meses que eran renovados uno o
dos días antes de expirar. Salvo en dos ocasiones. La primera, por un
embarazo no deseado. “Me tomé unas pastillas para abortar porque no
quería perder mi trabajo. Pero estaba embarazada de mellizos y sólo
perdí uno”, asegura Hok Pov. Pocos días después, acudió a una curandera
para abortar el segundo feto. El agresivo método utilizado para
interrumpir el embarazo la dejó tan débil que no pudo acudir a trabajar
durante varios días y fue despedida. “Ni siquiera me dieron la
compensación que me correspondía”, asegura. En la segunda ocasión, su
contrato fue rescindido tras participar en una protesta para mejorar la
ventilación de la fábrica. “Sólo hay unos pocos ventiladores y tenemos
que pasar muchas horas allí, sin apenas descansos”, dice Hok Pov.
La legislación camboyana
establece una jornada laboral de ocho horas, seis días a la semana, con
un máximo de 2 horas extraordinarias por día. El total nunca debe
sobrepasar las 60 horas semanales. No obstante, los sindicatos denuncian
que a menudo los trabajadores hacen hasta 80 horas semanales,
especialmente durante los periodos de mayor consumo en los países
desarrollados, como las semanas previas a Navidades. Gracias a estas
horas extraordinarias, los trabajadores pueden incrementar su salario
base de 78 euros mensuales hasta los 124, una cantidad que los
sindicatos consideran que debería ser el mínimo para una jornada de 48
horas semanales. “Yo los llamo los incentivos de la muerte,
porque los trabajadores necesitan tanto el dinero que trabajan hasta la
extenuación”, dice Tola Moeun, responsable del Departamento Laboral de
la ONG Centro para la Educación Legal de la Comunidad ( CLEC en sus siglas en inglés) .
Este exceso de trabajo,
junto a la pobre alimentación y las altas temperaturas que se alcanzan
en las fábricas, ha provocado repetidos desmayos masivos en los
talleres. El último de ellos se registró a mediados del mes de agosto,
cuando más de 100 trabajadores de 6 fábricas diferentes situadas en el
mismo complejo industrial se desvanecieron. Better Factories,
un programa de la OIT lanzado en 2001 para mejorar las condiciones
laborales en los centros textiles de Camboya, intentó atajar la
situación en 2011 proporcionando comida gratis a los trabajadores.
Sin embargo, en lo que va de
año, al menos 1.000 personas se han desmayado, casi 200 más que durante
el mismo periodo de 2013, según datos del Ministerio de Trabajo
recogidos por el periódico Cambodia Daily.
“Los desmayos masivos son muy mediáticos, pero hay desvanecimientos
todos los días, de al menos 2 o 3 trabajadores”, explica Tola Moeun.
Las fábricas camboyanas
también han sido denunciadas por el continuo uso de menores en las
líneas de producción. Ly Tola comenzó a trabajar en una fábrica textil
hace casi un lustro, cuando tenía tan sólo 14 años. La ley camboyana
prohíbe a los menores de 18 años trabajar, pero Ly presentó la
identificación de su hermana mayor para conseguir el puesto. Nadie
comprobó, sin embargo, que la hermana trabajaba desde hacía algunos
meses en la misma fábrica. Ambas siguen ahora cosiendo juntas y viven en
una pequeña vivienda cercana donde duermen con otras seis personas en
la misma habitación. “Mandamos la mayor parte del dinero a nuestros
padres, así que no nos queda mucho para nuestros gastos”, dice Ly Tola,
que procede de una aldea a dos horas de la capital.
Las ONG tienen pocas
esperanzas de que las condiciones mejoren en el futuro. “Se han hecho
pocos progresos en lo que se refiere a condiciones de trabajo en las
fábricas durante los últimos años y los últimos informes de control
indican que las condiciones se han degradado”, asegura un informe de CCHR de enero de 2014. La OIT es más optimista y en un informe de junio
de 2014 afirma que ha habido progresos en los pagos de salarios y en
los beneficios otorgados a los trabajadores, aunque las califica, tan
sólo, de “pequeñas mejoras”.
más INFO
- ENTREVISTA La bloguera de moda que presiona a H&M: “Sus trabajadores de Camboya contaban cosas terribles”
- Una bloguera denuncia abusos laborales en fábricas de H&M en Camboya tras pasar por un reality
http://iniciativadebate.org/2014/09/18/desmayos-abusos-y-muertes-asi-se-fabrica-la-ropa-en-camboya/
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