“En la izquierda ya no existe la costumbre
de pensar en grande, es decir, desde los
grandes problemas, desde los fundamentos,
con amplia perspectiva, sobre todo”.
Claudio Napoleoni, 1988
de pensar en grande, es decir, desde los
grandes problemas, desde los fundamentos,
con amplia perspectiva, sobre todo”.
Claudio Napoleoni, 1988
Siempre pensé que se trataba de un mal
español. Me doy cuenta ahora de que no es así, que se trata de algo
generalizado que afecta, cuando menos, al conjunto de las fuerzas
políticas alternativas europeas. Me refiero a la incapacidad de la
izquierda para pensar en grande, para reflexionar en serio y a fondo,
sobre las grandes cuestiones del país, de la estrategia y de la táctica,
de las alianzas sociales y políticas, de las conexiones entre lo
‘nacional’ y lo ‘internacional’. En nuestras específicas condiciones el
asunto es muy urgente. El porqué parece evidente: por primera vez desde
la Transición, las fuerzas a la izquierda del PSOE
tienen la posibilidad de superarlo electoralmente y con ello
profundizar en la crisis del régimen borbónico y, más allá, abrir un
proceso constituyente donde los ciudadanos y ciudadanas definan el tipo
de país al que aspiran.
El fenómeno Podemos ha
cambiado muchas cosas y ha modificado sustancialmente el campo de lo
político. El terremoto de las elecciones europeas ha devenido en
tsunami, obligando a las demás fuerzas a definirse y cambiar
comportamientos y estrategias electorales. Podemos, por lo que sabemos,
es un proyecto en construcción, caracterizado por un núcleo dirigente
reducido y compacto, máquina electoral especialmente solvente y una
estructura orgánica difusa que, dicho sea de paso, refleja bien la
heterogeneidad de su base social y electoral. Por así decirlo, esta es
su fuerza y su debilidad; fuerza: su amplia base y su pluralidad que,
además, incorpora una nueva generación que hace aquí su primera
experiencia de compromiso político activo; debilidad: la carencia de
organización y una ‘base-río’ con afluentes de procedencia diversa y,
por momentos, contradictorios entre sí.
La tarea no será fácil, aunque tiene, a
mi juicio, un tiempo fechado: las próximas elecciones generales. Si
Podemos gana, tendrá que construirse desde el Gobierno; si pierde, no le
quedará otra que definirse, es decir, ser una ‘forma-partido’, esto es,
traducir esa fuerza social y electoral en organización y en proyecto.
Parece que hasta ese momento Podemos navegará con viento a favor y los
problemas, que los habrá y no pequeños, quedaran aplazados hasta el
momento de ajustar cuentas con el poder, el de verdad, el formal y el de
las cloacas, el de los ‘primos’ norteamericanos y el de los poderes
económicos y mediáticos, que parece que no existen pero que están ahí
haciendo su trabajo. En medio, elecciones municipales y autonómicas, que
se pueden complicar con el plebiscito catalán.
IU, por ahora, sigue
sin sacar del todo las consecuencias del terremoto de las elecciones
europeas. No es difícil de entender: el objetivo real del actual equipo
dirigente no era otro que incrementar sustancialmente votos y diputados
para gobernar en buenas y dignas condiciones con el PSOE. Las proclamas a
favor de un proceso constituyente o de una ruptura
democrático-republicana —la política aprobada en la última asamblea de
IU— eran concesiones a una base militante especialmente comprometida,
pero poco realista e incapaz de entender las necesidades de la
ciudadanía. Lo más significativo del asunto era que esa misma dirección
tenía informes solventes que le advertían de que se estaban creando
condiciones para el surgimiento de una fuerza alternativa a IU. No se
hizo caso y se decidió hacer una lista electoral donde lo decisivo era
el reparto del poder interno y salir a no perder, a amarrar el
resultado, sin tener en cuenta que estas elecciones iniciaban un largo
ciclo y que era decisivo comenzarlo con un avance significativo.
En esta fase IU tiene mucho que ganar si
valoriza sus fortalezas, es decir, si renueva su equipo dirigente, si
es capaz de tener un proyecto programático-político claro, si moviliza a
sus cuadros, afiliadas y afiliados, y si sigue defendiendo verazmente
la unidad de las fuerzas democráticas y de izquierda para un proceso de
ruptura con el régimen borbónico y la clase política que lo sustenta,
encubre, y se lucra con ello. La unidad no vendrá del cielo, dependerá
de las correlaciones de fuerza, de la lucidez de los equipos dirigentes
y, no se debería de olvidar, de la lucha y de la movilización social.
Si se parte solo de las encuestas
electorales y de las estrategias comunicacionales no se avanzará mucho
en el debate. No digo que esto no sea importante. Pienso, con Iñigo Errejón,
que el momento electoral puede ser un elemento fundamental para
articular subjetividades y construir estructuras de sentido y, lo
fundamental, organizar proyecto, identidad, fuerza social y cultural,
sobre todo en un país como el nuestro, donde se abre una crisis política
de envergadura en medio de una restructuración económico y social
dirigida y al servicio de los grandes poderes económico-financieros.
¿Cómo no tomar nota de que toda crisis de régimen es también una crisis
de representación política? En estas se desgarran, a veces muy
duramente, los vínculos entre las bases sociales y electorales y los
partidos políticos tradicionales, y emergen nuevas formaciones, casi
siempre ideológicamente complejas, que tienen como función justamente
esa: romper viejas identidades y crear otras. Toda esta fase estará
marcada por la lucha entre restauración o ruptura, entendida no sólo
como problema ideológico, sino como conflicto político concreto y como
intervención consciente de las fuerzas que representan los intereses
dominantes.
El punto central tiene que ver con la
cuestión del poder y, dentro de él, el problema del gobierno. La
coyuntura histórica ofrece esta posibilidad real: construir una fuerza
de gobierno con voluntad de ser alternativa de régimen. No es poca cosa.
Esta podría ser la base estratégica de unidad entre Podemos e IU. Como
antes se indicó, puede haber alianzas electorales o no, dependerá de
muchas cosas, sobre todo de la inteligencia y de la audacia de los
equipos dirigentes. Es un punto de partida que compromete mucho y obliga
pensar en serio y en grande.
Sobre esto tampoco vale engañarse
demasiado. Un régimen político, muy sintéticamente, es la
institucionalización de una determinada correlación estructural de
fuerzas político-sociales. Si, como se dice, se trata de conquistar el
gobierno para desde él iniciar un proceso constituyente hacia un nuevo
régimen político, se entienden, al menos, tres cosas: 1) que esta Constitución
ya no vale en lo fundamental para cambiar el país; 2) que queremos una
nueva Constitución más favorable a las mayorías sociales, capaz de
definir, por así decirlo, una ‘hoja de ruta’ para la transformación
social, económica, política y cultural; y como corolario de todo ello,
3) la construcción de un sujeto político-social que se convierta en
(contra) poder capaz de autogobernarse y definir un proyecto de
sociedad.
Verdaderamente se trata del ‘nudo
gordiano’ de la fase política desde el punto de vista nacional-popular;
línea de demarcación entre las fuerzas del sistema dinástico-borbónico y
las fuerzas democráticas-plebeyas. Se verá que, intencionadamente, no
empleo la contraposición derecha-izquierda, pues no me parece hoy el
dato más relevante, al menos, por dos razones. En primer lugar, porque
para la opinión pública la derecha es la derecha y lleva toda la razón:
el PP lo es y de qué forma. La izquierda,
desgraciadamente, sigue siendo el PSOE, es decir, un partido que no hace
ni defiende políticas de izquierda y que desde hace mucho tiempo dejó
de ser socialdemócrata en cualquiera de las acepciones posibles de este
término hoy día. En segundo lugar, porque la clave política de esta
coyuntura histórica española obliga a ‘mirar’ el eje izquierda-derecha
de forma subordinada a otro eje más definitorio desde el punto de vista
del poder de clase y desde los intereses populares: restauración borbónica (una democracia oligárquica, limitada y autoritaria, subordinada a la Europa alemana del euro) o ruptura democrático-republicana (una democracia económica, ecológica y feminista fundada en la soberanía popular).
Esta es, a mi juicio, la verdadera línea
de demarcación que definen a las fuerzas democráticas y de izquierda.
Si realmente este es el objetivo estratégico, la unidad es una necesidad
histórica más allá de las elecciones. Se trata, ni más y ni menos, de
construir un nuevo bloque histórico para un nuevo proyecto de país; en
el centro, una nueva clase dirigente para una nueva democracia
republicana y plebeya. ¿Estaremos a la altura de los tiempos?
(*) Manolo Monereo. Politólogo y miembro del Consejo Político Federal de IU. Su último libro publicado, junto con Enric Llopis, es Por Europa y contra el sistema euro (El Viejo Topo, 2014).
Fuente: ¿Podemos hablar de política?
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