Cuando escuchamos
la palabra 'violación', nos imaginamos una escena muy distinta: una
joven camina sola de noche, un desconocido la asalta y la fuerza
brutalmente. “Las agresiones sexuales que no se asimilan a ese
imaginario de violaciones de película se normalizan, se las considera
'otra cosa', o se culpa a la víctima (que le provocó, que no dijo que no
con la suficiente insistencia...)”, alerta la psicóloga especialista
en violencia de género, Norma Vázquez. El 'ligoteo' es uno de los
contextos en los que más agresiones sexuales se dan, apunta, pero a las
mujeres les cuesta identificarlas como tales, puesto que ellas querían
en un primer momento trabar relación o mantener un intercambio sexual.
Agresores conocidos
Vázquez dirige la consultaría Sortzen, responsable del estudio 'Agresiones sexuales. Cómo se viven, cómo se entienden y cómo se atienden',
publicado por la Dirección de Atención a Víctimas de Violencia de
Género del Gobierno vasco, que revela que la mayoría de agresiones
sexuales reportadas en 2009 ocurrieron de noche, pero la mitad tuvieron
lugar en un domicilio (no se precisa si en el del agresor o de la
víctima). La edad de la mayoría de las víctimas y de los agresores era
de 26 a 35 años.
El 60% de los agresores emplearon la violencia física,
pero sólo el 9% amenazaron con un arma blanca.
En
Bizkaia, en el 86% de los casos había relación previa entre la víctima y
el desconocido; cifra que se queda en el 53% en Gipuzkoa, mientras que
en Álava todos los agresores eran desconocidos. “Los datos nos
muestran las características de las agresiones sexuales que se
denuncian, no de las que ocurren”, se matiza en el informe.
En Castilla y León, la Asociación de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales y Violencia de Género,
Adavas, confirma que, según sus datos, tan sólo son 12-15% de todos
los delitos sexuales son asaltos de desconocidos. En la mayoría de
casos, “el agresor sexual se prevale de la cercanía con la víctima para
perpetrar sus ataques: la propia pareja o ex pareja, o los familiares,
cuidadores en el caso de menores, en los que la víctima no denuncia
porque piensa que no le van a creer”, explica Manuela Torres , abogada
de Adavas.
El límite del consentimiento
Lo que le ocurrió a Blanca es, según el informe del Gobierno vasco,
uno de los casos más habituales: una mujer conoce a un hombre con el
que le apetece tener un encuentro, en un momento se siente a disgusto o
no le gusta el rumbo que toma la situación, y él la presiona o fuerza a
seguir.
Para la realización del estudio se contó
con los testimonios de alrededor de 70 mujeres a través de grupos de
discusión. Muchas reconocieron no tener claro qué se puede considerar
como agresión sexual. Por ejemplo, la mayoría no identificaban como tal
que el hombre se niegue a usar preservativo. En el informe se alerta
de que la actitud masculina tan extendida y normalizada de insistir y
presionar para tener sexo, hace que las mujeres acepten esa conducta
“como algo consustancial a salir de fiesta”.
Norma
Vázquez responde que el límite es “la coacción: si hay presiones, si el
hombre no ha respetado el 'no' de la mujer”. Pero reconoce que, a
menudo, cuando el agresor es conocido, la línea que separa una relación
consentida de una forzada es difusa. “Hay mujeres que empiezan
diciendo que no, pero que ceden por la presión, el chantaje, o por
evitar males menores, como el miedo a la violencia física. Esas mismas
mujeres a menudo no lo consideran violencia, porque se quedan con que
finalmente aceptaron o con que ellas lo buscaron”.
La psicóloga lamenta que la sociedad no entienda por qué una mujer no
se opone con firmeza a una relación sexual no deseada, y que la
pregunta sea esa en vez de cuestionar por qué muchos hombres siguen sin
aceptar la primera negativa. “Decir que no, mantenerlo y defenderlo
cuesta”, recuerda.
Vergüenza y culpa
“Sentí culpa y vergüenza”, relata Blanca. “Porque yo había decidido
que quería tener relaciones, yo había decidido que quería irme con ese
chico. Hasta le había dejado que me bajase las bragas. Sentía que yo me
lo había buscado y que no tenía derecho a echarme atrás en el último
momento. Me sentía tonta”, reconoce.
Haber bebido,
haber salido de casa con ganas de un revolcón o no haber sabido dar un
'no' contundente son algunos de los elementos por los que las víctimas
se sienten responsables de lo que les ocurrió, destaca la psicóloga. Si
la sociedad transmite a las mujeres que son ellas las que tienen que
protegerse y limitarse para no ser agredidas, cuando esto ocurre, su
primera reflexión no apela al agresor (¿por qué ha agredido?) sino a la
víctima (¿por qué se metió en esa situación?).
Incluso las participantes del estudio que afirmaron no vivir la
agresión con culpa, admitieron que sentían que habían dado pie a ello.
Por ello, uno de los ejes principales en la atención que brinda Adavas
en Castilla y León a las víctimas de agresiones sexuales es
transmitirles “que no han tenido la culpa de lo que les ha sucedido y
que una agresión comienza cuando se transgrede la barrera del no y se
daña así la libertad sexual de una persona”, señala la abogada de la
asociación.
Pero una vez superado el sentimiento de
culpa, persiste el miedo a ser juzgadas. Las participantes en el
estudio del Gobierno vasco opinaron que la sociedad y la justicia
tienden a señalar a las mujeres más que a los agresores. Un caso claro
que se citó en los grupos de discusión fue el asesinato (homicidio,
según la condena) de Nagore Laffage en las fiestas de San Fermín a
manos de un psiquiatra del hospital en el que trabajaba, José Diego
Yllanes. Pese a que el caso conmocionó a la ciudadanía vasca y navarra,
dos preguntas flotaron en el aire en todo momento. ¿Si no quería sexo,
para qué subió a casa de Yllanes? ¿Y qué hizo ella para que un tipo tan respetable se volviera loco y la asesinase?
Cuesta denunciar
De las más de 70 mujeres entrevistadas para el estudio, Norma Vázquez
destaca que ninguna había denunciado las agresiones sexuales sufridas:
“Nos decían cosas como: 'Yo no me veo explicando al fiscal, al juez, a
la médica... que sólo quería un magreo, o que él se puso violento y me
dio miedo, o que no supe decir que no a tiempo'. Denunciar lo que está
en el limbo de 'yo sí quería pero no tanto' es dificilísimo. Es la
pescadilla que se muerde la cola: se denuncian las agresiones que más
cumplen con el estereotipo de asalto con violencia”.
Blanca admite que si hubiera sufrido esa agresión ahora, tampoco
hubiera denunciado. “¿Qué pruebas presentaría? Traté de relajarme en
vez de oponer resistencia, por lo que no me desgarró la vagina, no me
golpeó ni me rompió la ropa. ¿Por qué me iban a creer?”.
Conseguir pruebas es mucho más complicado cuando no se trata de un
asalto con violencia por parte de un desconocido, reconoce Torres, pero
señala que existe múltiple jurisprudencia de que en esos casos el
testimonio único de la víctima puede ser tenido en cuenta como prueba
suficiente, “ya que de lo contrario la mayoría caería en la más
absoluta impunidad”. Pero para ello hay que cumplir ciertos requisitos:
que no exista interés espurio para denunciar o una enemistad previa,
que el testimonio de la víctima sea verosímil y coherente.
Pero según Vázquez, uno de los principales motivos por los que se
descarta interponer una denuncia es porque “sienten que tienen que
exponer su sexualidad, admitir ante diferentes personas que iban a
acostarse con un desconocido y que cuando les dio mal rollo no pudieron
parar la situación”. Y esto no ocurre sólo con las jóvenes, sino que
las mujeres mayores “también salen de marcha, también se quieren
enrollar con gente”, y eso es difícil de contar en un juzgado. Por
ello, la psicóloga defiende la importancia de denunciar para romper con
la impunidad, pero entiende que “el desgaste y la exposición que
supone el proceso” las frene, y por ello reclama centrar las respuestas
institucionales y sociales en brindar acompañamiento a las víctimas.
La abogada de Adavas confirma que “si la víctima cuenta con apoyo
profesional especializada desde el inicio, la respuesta penal suele ser
adecuada al daño ocasionado”. Como prueba, señala que el 73% del total
de agresiones sexuales denunciadas por la asociación entre 2010 y 2011
terminaron en una sentencia condenatoria; menos del 10% de los
agresores fueron absueltos, y en el resto de los casos no se llegó a
juicio, generalmente por falta de pruebas. Eso sí, en 2010-2011 una
media del 40% no quiso interponer denuncia, sobre todo por miedo a que
no les crean. La abogada considera que, incluso cuando han pasado años
desde la agresión (pone como ejemplo los abusos sexuales en la
infancia), conviene denunciar si la persona lo desea, “porque ayuda a
superar el episodio, porque el abusador debe tomar conciencia de lo que
hizo, y puede servir de protección tanto a la víctima como a otras
posibles víctimas”.
La asociación brinda asistencia
gratuita las 24 horas del día a través de un servicio de emergencias,
en coordinación con las demás instituciones. Se trata de una atención
integral con perspectiva de género por parte de un equipo formado por
psicóloga, abogada, trabajadora social, musicoterapeuta para menores y
voluntariado, cuya prioridad es que la víctima supere el trauma, que no
sienta culpa y que se sienta apoyada y comprendida en la toma de
decisiones. Además, la organización realiza actividades de
sensibilización y denuncia, bajo la premisa de que debe haber “una
respuesta social adecuada y proporcionada ante los ataques contra la
libertad sexual, sin llegar a la alarma social”.
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