Casi el mismo día en que Angela Merkel volvió a destacar, en el seno del G-7, las reformas económicas emprendidas por España bajo el mandato de Mariano Rajoy, el FMI elevó al 3,1% el crecimiento económico español para este año, pero sugirió un nuevo catálogo de medidas impopulares para consolidar la recuperación y para seguir creando empleo: el copago en sanidad y educación, subir el IVA y abaratar y facilitar el despido.
Mientras tanto, tras el batacazo electoral del pasado 24-M, que tiene mucho que ver con una recuperación económica que no acaba de aterrizar en la economía real por el salvaje recorte salarial y por la temporalidad vergonzosa de los nuevos empleos que ha impuesto la reforma laboral –el FMI plantea abundar de nuevo en el mismo despropósito-, Rajoy prepara un cambio de Gobierno que, según informó el secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, José Luis Ayllón, será profundo.
Lo que empezó como un problema de comunicación, que llevó al PP a filtrar un descabalgamiento de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, de estos quehaceres, ahora va más allá de la pura cosmética o de la autocomplacencia que ha caracterizado el mandato de Rajoy.
Teniendo en cuenta que el propio Rajoy es uno de los eslabones más débiles del Ejecutivo popular –un sondeo reciente reveló incluso que no le gusta al 50% de los votantes del PP-, los cambios en el Gobierno sólo servirán para rejuvenecer un proyecto político que tiene la misma fecha de caducidad que su líder: las elecciones legislativas del próximo mes de noviembre.
En su nueva estrategia, que no acaba de asimilar la pérdida de poder que han supuesto los resultados de las pasadas elecciones, que supusieron un triunfo de las alternativas de izquierdas y la irrupción de Ciudadanos, el PP, tras el almuerzo de Rajoy con Sánchez en Moncloa, se ha tirado al cuello de líder de los socialistas tachándalo, por un lado, de radical y metiéndolo en el mismo saco que Pablo Iglesias, y por otro, descartándolo de la pelea a la Presidencia del Gobierno. Ninguneo marca de la casa algo fariseo.
Detrás de esta intentona por recuperar el paso perdido a empujones, hay miedo por todos lados. Miedo en el propio PP a que el batacazo sea el principio de un declinar irreversible que los instale en la irrelevancia. De ahí algunos sondeos ‘ad hoc’ como discos dedicados que, por vía de urgencia, le han dado un ligero repunte a costa de Ciudadanos.
Y, sobre todo, un intento por trasladar a la sociedad española miedo a los cambios que están por venir y que ya están en marcha. El voto del miedo, que proclama aquello de más vale malo conocido que bueno por conocer, frente al voto de la esperanza, que busca alternativas a una sociedad corrupta e injusta que, con tanto recorte de los que gustan a Merkel y al FMI, ha visto como la brecha entre pobres y ricos se convertía en un abismo.
Miedo al PSOE, miedo a Podemos, miedo a Izquierda Unida, miedo a Compromís, miedo incluso a Ciudadanos.
Pero también miedo a miles y miles de niños que no tienen garantizada su alimentación tras el cierre de los comedores escolares en verano. Miedo a los cientos de miles de jóvenes que han sido forzados a emigrar en busca de trabajo con dos lágrimas en los ojos y cortitos de cartera. Miedo a los parados de más de 50 años que solo encuentran empleos rayanos en la esclavitud. Miedo a los miles y miles de desahuciados que se han quedado en el redondo a la calle. Miedo a los miles y miles de discapacitados que viven gracias al esfuerzo titánico de sus familias.
Miedo, mucho miedo hasta de sí mismo.
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