Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


jueves, 21 de enero de 2016

El hombre feliz, una idea atroz


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Por Mikel Arizaleta


Fue Harald Martenstein, quien sorprendido me  contó su encuentro:


“Fue poco antes de vacaciones, me encontraba en ciudad ajena y me acerqué a la estación en taxi. El chofer me preguntó si tenía tiempo,  me invitaba a un café. Jamás me había ocurrido cosa igual. Y tomamos un café largo en la estación.


Hablaba correctamente el alemán. Me contó que hace 20 años llegó a Alemania con su mujer y sus hijos. Siete hijos en total.

-“¡Qué hermosura!”, dije yo.
-“Pero, a pesar de todo, mucha suerte, prosiguió; al poco de llegar conocí a una alemana, separada y con dos hijos. A los dos días la pedí en matrimonio”.


-“¡Oh!”, se me escapó.
-“Tuve que hacerlo, dijo él. Fue muy fuerte. Mi primera mujer regresó a Paquistán. Nos repartimos los hijos. Los tres mayores se quedaron conmigo, tres hijos. Hoy los tres con futuro halagüeño: un médico, un arquitecto y el otro todavía estudiante. Mi segunda mujer me enseñó alemán. Cuando nos conocimos no sabía ni palabra.


 Pero ella era muy inteligente, secretaria de dirección. Renunció al trabajo para estar más tiempo conmigo. No fue sencillo. Conformábamos una pareja inexplicable,  rara. Ella, una mujer exitosa, yo, un hombre desvalido, con pinta extraña, sin ser capaz de hablar dos frases seguidas. Juntos montamos una empresa. Hoy tengo bastantes taxis y varios empleados. También construimos una casa. Todo lo que emprendimos resultó exitoso, y no es cuento.


-“¿Y sigue teniendo contacto con su primera mujer?”, le pregunté

El hombre negó con la cabeza.
-“Desde que murió mi segunda mujer todo cambió, no salgo del taxi, soy incapaz de hacer otra cosa. Me asusta la casa. Conduzco el taxi día y noche. A veces invito a un desconocido, como usted. Quienes me conocen están hartos de mi historia.


-“Venda la casa”, le propuse.
Su respuesta fue que no puede, que era del agrado de su esposa. La idea de que en ella viva otro que no sea su esposa muerta le resulta insoportable.


-“Murió muy rápidamente, de un día para otro. A menudo escucho el consejo: debes emprender algo nuevo, quizá con otra mujer. Mis amigos quieren, pero vivir con otra me es imposible. Quizá con el tiempo cambie”, comenta.


-“Sin duda, le digo, lentamente pero irá a mejor. ¿Cuánto tiempo hace que murió su mujer?
– “Hace ya seis años”, respondió


Pero al narrar su amarga historia no parecía agobiado, con ese tono  hubiera podido hablar también del tiempo. Luego, en el tren, pensé que quizá era la centeava vez que contaba su pena y quebranto, arrojando al viento cada vez gramos de lastre y pena, que es lo que ocurre con la narración de historias.


Porque da igual que se haga en forma de columna cómica o de novela dramática, si no hay dolor ni preguntas afiladas al viento uno no tiene nada importante que contar.


El hombre feliz sería el acabose de la literatura, una idea atroz.











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