Desde hace una semana, un militar y un excomisionado militar están
sentados en el banquillo de los acusados en un proceso abierto por
Yassmin Barrios, es el caso sobre los hechos acaecidos en el
destacamento guatemalteco de Sepur Zarco.
Mateo Rax Maquín vio cómo torturaban a
otros comunitarios, les cortaban las orejas y el cuello. Se escapó
cuando torturaban a otra persona y de su comunidad fueron ejecutadas 20
personas y vio cómo torturaron a tres.
Otra sobreviviente contó cómo a su
esposo lo detuvieron, cómo ella fue violada por cuatro soldados y cómo
sus hijos murieron porque no tenían comida.
Julia Coc, testigo once, declaró que su
hija y dos nietas fueron detenidas extrajudicialmente y asesinadas por
los soldados en 1982. Dijo que le hicieron mucho daño al cuerpo de su
hija cuando la violaron. En la exhumación encontraron pelo, ropa y
huesos de sus hijas y “de mis nietas solo hallaron los calzoncitos, sus
huesos eran polvo”. Después de matar a su hija a ella la obligan a que
le dieran comida a lo soldados.
Marcos Tut (73 años), testigo doce, “los
soldados llegaron y empezaron a agarrar a las personas en las
comunidades y en los caminos. Se los llevaban a los destacamentos”. Dijo
que a las mujeres les hacían mucho daño.
Domingo Tzup, testigo trece, declaró
cómo detuvieron a su padre y lo mataron. Argumentó que el conflicto
comenzó cuando solicitaron tierra en Sepur Zarco.
Testigo catorce declaró que los
militares lo obligaron a vigilar las comunidades, vio cómo mataron a una
señora llamada Minga junto a sus dos hijas.
Vicente Choc, testigo quince, dio su testimonio sobre el trabajo forzado que realizó en Sepur Zarco, sin agua y sin comida.
Testigo 16, Domingo Choc, mataron a su
padre. Atestigua represión, desapariciones, extrajudiciales, tortura y
violencia sexual. “Yo me quedé pobre por culpa de los soldados. Estoy
muy triste porque no tengo papá. Lo mataron en Sepur Zarco”.
“Los siete hombres asesinados en Sepur
Zarco fueron señalados de guerrilleros. El teniente Esteelmer los
convocó y ya no se supo de ellos”.
Sobreviviente declara que vio cuando los
soldados se llevaron a su esposo a Tinajas, a quien acusaron de dar
comida a los de la montaña. Lo mataron.
Sobreviviente narró que llegó al
destacamento a preguntar por su esposo, los soldados la detuvieron por
la fuerza y la violaron varias veces”.
“Nos obligaban a hacerles la comida y nos violaban. Por eso es muy doloroso”.
“Nos mandaban al río a lavarles su ropa y nos perseguían. Ahí nos violaban”.
“Los soldados convocaron al pueblo a la
hacienda de Tinajas, en julio de 1982. Varios hombres y a no regresaron;
entre ellos mi esposo”.
“Los soldados iban a la montaña y cuando
regresaban pasaban por mi casa. Atrás había un camino, creo que por eso
siempre pasaban”.
“No me acuerdo cuántos me violaron porque quedé desmayada. Quedé muy dañada de mi cuerpo, sangraba mucho”.
“Ahí tenían lugares. Tenían cuartos y ahí nos jalaban. A veces eran 3, 4 o 5 (los soldados que la violaban en el destacamento”.
“Si no me dejaba me decían que me iban a matar. A veces uno me sujetaba y otro me ponía un arma en el pecho”.
Estos son los testimonios de los días
tercero, cuarto y quinto de un juicio histórico para Guatemala. El caso
“Sepur Zarco”, que arrancó el 1 de febrero de 2016. Se refiere a una
comunidad en el límite entre Izabal y Alta Verapaz (Guatemala), y en
cuya base militar, aseguran los testimonios de varias mujeres q’eqchi’
haber vivido violencia y esclavitud sexual a manos de las fuerzas
armadas guatemaltecas.
Desde hace una semana, un militar y un
excomisionado militar están sentados en el banquillo de los acusados en
un proceso abierto por Yassmin Barrios, la jueza que se atrevió a juzgar
a Efraín Ríos Montt.
Para las once mujeres q’eqchi’, testigos en el
juicio, la justicia ordinaria es una forma para sanar.
¿Por qué es relevante este juicio?
Porque después de 34 años de esperar justicia, por primera vez se juzgan
delitos de trascendencia internacional en un tribunal nacional, tales
como la esclavitud sexual, la esclavitud doméstica y la violencia
sexual. Por estos tres delitos contra once mujeres, así como por el
asesinato y tratos inhumanos a tres mujeres (una madre y sus dos hijas),
está siendo juzgado el ex teniente coronel del ejército de Guatemala Esteelmer Francisco Reyes Girón. A Heriberto Valdez Asig,
ex comisionado militar, se le acusa de delitos de desaparición forzada
de seis hombres y por delitos contra los deberes de humanidad en su
forma de violencia sexual contra una mujer.
Para las once mujeres q’eqchi’, un
proceso de justicia como éste es una manera de levantar su voz, una voz
que en la esfera pública frecuentemente no tiene legitimidad y es
monopolizada por otros. Su participación contribuye a la construcción de
una nueva identidad. Las mujeres indígenas han sido representadas en el
imaginario dominante como pasivas y sumisas, en este juicio son actoras
y constructoras de su propia historia.
Los años ochenta, época del despojo
Los años ochenta fueron una época de
desposesión de las tierras y de violencia sexual masiva y generalizada
hacia las mujeres q’eqchi’ que vivieron dobles y triples despojos. Entre
1982 y 1983, Guatemala vivió un periodo dominado por la oligarquía
militar pero también de intensas luchas por los territorios.
En aquella
época, un grupo de hombres, que habían hecho trámites para obtener
títulos de tierras en Ciudad de Guatemala, regresó a su comunidad.
Basándose en una lista, fueron detenidos y desaparecidosde
sus propios hogares. Según los testimonios de las mujeres, esposas de
estos hombres, durante dichas detenciones, ellas fueron violadas y
afectadas por el secuestro de sus esposos por parte de las fuerzas
armadas del país. De acuerdo a los testimonios de estas mujeres, muchas
fueron obligadas a vivir alrededor del destacamento de Sepur Zarco, que
no era la única base militar que estaba en esa región.
Así, por ejemplo, lo refleja la
declaración de una sobreviviente de 70 años que estuvo seis años en la
montaña, donde perdió a cuatro de sus hijos, una de ellas cuando estaba
embarazada. “Es verdad lo que viví. No lo estoy inventando. Les digo la
verdad. Es muy doloroso y tengo gran tristeza por lo que viví… Me duele
mucho lo que estoy contando”. “Don Canche (Heriberto Vázquez) llegó a
nuestras comunidades y llevó a los militares”.
El hijo de 10 años de la sobreviviente
fue testigo de la tortura a la que los soldados sometieron a su padre en
el destacamento de Tinajas”. Otra sobreviviente narró cómo tres
soldados la violaron en su casa: “Me agarraron de las manos y me tiraron
al suelo”. “Yo vivía lejos del agua. Cada vez que iba a traer agua me
perseguían. Una de esas veces me sujetaron y tiraron mi tinaja”. “No
quería que lo hicieran. Me tiraron en la tierra y ahí me violaron. Mi
hijo de 4 años lo vio, pegaba de gritos de miedo”.
Según todas las personas que se
escucharán en el proceso del debate, el destacamento Sepur Zarco estaba
destinado al descanso de la tropa, lo que implicó además que las
mujeres, cuyos esposos habían sido desaparecidos, fueran consideradas
como viudas y por tanto disponibles. Así fueron sometidas a esclavitud sexual, esclavitud doméstica y violencia sexual continuada.
Se estima que treinta mil mujeres fueron víctimas de violencia sexual, la mayoría de mujeres mayas y que estos actos fueron cometidos por agentes del Estado
Así lo determinaron los peritos en el
proceso. Carlos Peláez, primer perito explicó que las relaciones de
poder y dominio en el área de Polochic son una reminiscencia de la
colonización española: “Las mujeres eran usadas para el campo, para la
cocina y para la cama”. Añadiendo que “los indígenas y campesinos no
eran considerados personas, sino únicamente brazos para trabajar”.
La violación sexual como arma de destrucción
La violencia sexual hacia las mujeres ha
sido históricamente una agresión en la que el género ha sido un foco y
meta de la agresión feminicida y femigenocida (según la definición de
Rita Segato). Según los informes de Memoria Histórica, el ejército
utilizó la violación sexual como arma de guerra en una
dimensión masiva y generalizada, utilizando el cuerpo de las mujeres
como forma para conquistar los territorios. En estos mismos informes, se
estima que treinta mil mujeres fueron víctimas de violencia sexual, la
mayoría de mujeres mayas y que estos actos fueron cometidos por agentes
del Estado.
Para Aura Marina Yoc Cosajay,
investigadora y activista feminista guatemalteca, la violación sexual
“es utilizada como estrategia para romper tejidos sociales, comunitarios
y quebrantar el honor del enemigo, sometiendo a los pueblos a través
del cuerpo de las mujeres, por el impacto humillante y desmoralizador
que tiene en los grupos sociales y en particular en los hombres”. La
esclavitud sexual a la que fueron sometidas miles de mujeres en
Guatemala es un crimen de guerra que se combinó con la ideología racista
reflejada en los planes de seguridad. “Las mujeres víctimas de
violencia siguen siendo estigmatizadas y son culpadas de la violencia
sexual sufrida”, declaró Mónica Pinzón González en el décimo día de
sesiones en el juicio.
Esclavitud doméstica
Existe una documentación de la parte
querellante de este juicio como prueba de que durante seis meses las
mujeres hacían turnos cada tres días dentro del destacamento para
atender a los soldados.
De manera forzada, las mujeres se dedicaban
también a lavar los platos, la ropa, cocinar, barrer y atender a los
soldados. Todas estas labores son trabajo, este trabajo no era
remunerado y además era forzado. Históricamente se ha naturalizado que
este tipo de tareas es una obligación de las mujeres y por tanto no
cuentan con el reconocimiento que corresponde. Pero estas labores son
trabajo y la esclavitud doméstica también es violencia.
Durante años, las mujeres de Sepur Zarco
han guardado silencio por el temor de tener al ejército en sus
comunidades. Después de los acuerdos de paz, hubo un acompañamiento
psicosocial para que las comunidades comenzaran a hablar de lo que
sucedió. En 2010, las organizaciones de mujeres organizaron el tribunal
de conciencia de violencia sexual hacia las mujeres que era un acto de
justicia simbólica para las víctimas de violencia sexual durante el
conflicto armado en Guatemala, no solo de Sepur Zarco sino de otras
regiones del país. Sin embargo, las mujeres de Sepur Zarco decidieron
dar un paso más allá y fueron por la vía de la justicia formal. En
septiembre 2011, se realizó la primera querella penal que se presentó para iniciar el proceso de este juicio a través de la vía de la justicia ordinaria.
A más de treinta años de los sucesos,
las mujeres q’eqchi’ han levantado la voz para denunciar las atrocidades
del horror en este juicio sin precedentes. La justicia para ellas
significa que se sepa qué fue lo que pasó, que se sepa su verdad y que
la sociedad sepa que no fue su culpa, ya que la violencia sexual activa
mecanismos en los que las mujeres, además de todo, cargan muchas veces
con un peso moral.
Es posible que este juicio, como el de Rios Montt,
sea anulado porque la parte acusada aportará pruebas sobre cuestiones
formales pero, sin duda, este juicio sienta un precedente en la justicia
guatemalteca para que los crímenes sexuales no se vuelvan a repetir. El
hecho de que las mujeres hagan públicos sus testimonios es una forma de
justicia que sana.
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