El otro día una periodista francesa me llamó para
hacerme una entrevista sobre la donación de óvulos. No dejó de mostrarse
asombrada por que España sea uno de los países en los que, habiendo un
mayor tráfico de compraventa de óvulos (al mismo tiempo que un país con
un fuerte movimiento feminista) sea uno de aquellos en los que menos se
habla de esta cuestión. Es cierto.
El auge y la utilización de las tecnologías de
reproducción asistida y la compraventa (donación) de óvulos sí son temas
feministas. Sólo las mujeres se embarazan y paren mediante estas
tecnologías y sólo las mujeres tienen óvulos. Ya sabemos que la
tecnología, toda la tecnología, tiene un enorme interés para las
ciencias sociales en sí misma en tanto que es, además de una técnica
específica, una práctica social y discursiva de representación. Por
supuesto que las tecnologías, la técnica, el conocimiento, la misma
ciencia, todo ello está mediado por relaciones de poder, y si hacemos
referencia a cuestiones reproductivas, estarán mediadas por relaciones
de género, obviamente; que es lo mismo también que decir “poder
masculino”. Ni por un momento debemos olvidar que el control de la
reproducción ha sido siempre un espacio de lucha política, y lo sigue
siendo.
La reproducción asistida que ocurre en la sanidad
pública cubre una ínfima parte de la demanda existente, y en todo caso,
habría mucho que escribir acerca de cómo se genera esa demanda, de cómo
se crean nuevas categorías de mujeres estériles y enfermas (antes
infértiles) necesarias para mantener de manera creciente la demanda, de
cómo se relaciona esta demanda con categorías de consumo, con modas
culturales, etc. Y no olvidemos que estamos hablando de una enorme
industria mundial, una industria cuyo interés es el lucro y cuya materia
prima son los biomateriales humanos (esperma, óvulos, embriones).
Las técnicas de reproducción asistida tienen un
enorme impacto social que puede afectar a las relaciones de género, de
parentesco, a las concepciones tradicionales de lo que es la maternidad y
paternidad, pero que afecta también a la salud de las mujeres.
Recordemos que la industria que utiliza como materia prima los óvulos no
se dedica sólo a la reproducción asistida, sino que además de esta,
está la investigación en clonación terapéutica y células troncales. En
esta industria de biomateriales, la razón tecnocientífica capitalista ha
generado una lógica utilitarista que requiere de óvulos de manera
masiva. El problema es que los óvulos son un recurso limitado y de
difícil acceso y para conseguirlos la industria ha puesto en marcha toda
una batería de discursos médicos, jurídicos o científicos, además de
una maquinaria publicitaria, en la que el papel de aquellos y la
explotación de los cuerpos de las mujeres se invisibiliza y banaliza
socialmente.
Hay muchas maneras de hacerlo. Por ejemplo, en todo
este proceso, se suele hablar, en general, de “embriones”, como si estos
surgieran de la nada, invisibilizando que son necesarios miles de
óvulos para conseguir esos embriones. No se dice dónde ni cómo se van a
conseguir esos óvulos, ni el precio que hay que pagar por ellos.
Otra manera de invisibilizar la cuestión es llamar
“donación” a lo que en realidad es una compra. Como en el caso de los
vientres de alquiler, la excusa que se da al hecho de que haya dinero de
por medio y que aun así se llame “donación”, es la de que es necesaria
una “compensación”. Lo que oculta dicha compensación es que, sin ella,
no habría donaciones suficientes para cubrir la demanda.
No hace falta
“compensar” la donación de sangre, ni la de esperma y tampoco pagamos
por la donación de órganos.
Aunque tampoco hay aquí espacio para profundizar en
el papel de los mercados, lo cierto es que siempre que se abre un
mercado en una situación de desigualdad estructural, las personas más
pobres se ven obligadas a vender lo que sea demandado al precio que los
más ricos fijan y quedan, a su vez, excluidos de los supuestos
beneficios de ese mercado. Los pobres que venden un riñón no pueden
acceder a comprarse uno en el caso de necesitarlo, etc. La inmensa
mayoría de las mujeres que donan sus óvulos lo hacen por motivos
económicos.
En la actualidad, por ejemplo, es muy corriente encontrar
publicidad para estas donaciones en las universidades. Sabemos que esta
ha sido la manera en la que muchas estudiantes han podido pagarse las
actuales matrículas universitarias. Y también sabemos que hay una
auténtica industria de óvulos procedentes de los países más pobres de
Europa: Rumanía y Polonia principalmente.
Pero en el caso de los óvulos y bajo el eufemismo de
“donación”, subyace crudamente la desigualdad de género. Una muestra de
esta desigualdad es el tratamiento que se da a esta “donación” en la
publicidad y en la información social y técnica, como equivalente a la
donación de esperma. Se ha construido así un imaginario en el que supone
lo mismo donar óvulos que esperma, lo cual es una desinformación
interesada que vulnera los derechos de las mujeres, sin que hasta ahora
la ley, ni el feminismo, hayan mostrado mucho interés en esto.
Para empezar, el esperma no necesita de ningún
tratamiento para ser donado. Los óvulos sí, y muy agresivo. La donante
tendrá que someterse a multitud de pruebas invasivas y dolorosas, la
mayoría sin anestesia. Las mujeres, además, producimos un solo óvulo al
mes, una producción claramente insuficiente para la industria. Para
sortear esta bajísima productividad natural, se somete a las mujeres a
una hiperstimulación ovárica, de manera que en lugar de un óvulo
produzcamos de diez a veinte. Esto supone un tratamiento hormonal muy
agresivo que mediante inyecciones diarias y constantes visitas al médico
para pruebas de todo tipo, que convierte el cuerpo de la “donante” en
una bomba de hormonas, con consecuencias psicológicas y físicas muy
profundas.
Después de un control del proceso mediante ecografías
y análisis constantes, se procede a la extracción de los óvulos
mediante la introducción de una aguja aspiradora por la vagina hasta
llegar al ovario en el que, mediante una punción, extraer el óvulo. Se
trata de un procedimiento quirúrgico que requiere anestesia en todo
caso, y anestesia general algunas veces, y que es doloroso antes y
después.
El procedimiento completo para la “donante” conlleva
riesgos –y dolores- de los que las clínicas no informan en su
publicidad, ni tampoco a las donantes, y que está muy lejos de ser
inocuo. La producción artificial de más óvulos de los que se producirían
naturalmente puede dar lugar a menopausias precoces. Recordemos que los
óvulos son limitados (unos 450 a lo largo de la vida fértil de una
mujer) y la producción estimulada químicamente puede terminar
obstaculizando una ulterior gestación por parte de la donante. También
el ovario puede sufrir daños durante la extracción.
“Las drogas que se utilizan para la estimulación
provocan numerosos efectos secundarios (problemas de visión, nauseas,
vértigo, quistes ováricos, daños irreversibles en el ovario que produce
esterilidad e incluso cáncer de mama asociación al tratamiento con
clomífenos)”. Recientes estudios han señalado que entre el 0,3 y el 10%
de las mujeres que se sometieron a este procedimiento padecieron el
síndrome de hiperestimulación ovárica. Los casos más severos pueden
incluir fallo renal, pólipos intrauterinos, quiste de ovarios,
tromboembolismo, distrés respiratorio adulto y hemorragia por la rotura
del ovario e infertilidad.
La ASRM señaló que la aparición de estos
síntomas más graves “no es en absoluto extraña” (Pérez Sedeño y Ortega
Arjonilla 2014). A su vez, muchas de las hormonas utilizadas no han sido
suficientemente testadas y las mujeres que las reciben son un
laboratorio viviente de la biotecnología, como dice Silvia Tubert. Los
riesgos se multiplican si una mujer se somete a estos tratamientos
varias veces seguidas y, aunque la ley en teoría lo prohíbe, en la
práctica no hay control y muchas mujeres “donan” en varias ocasiones
poniendo claramente en riesgo su salud.
A las supuestas donantes que se enfrentan a todo esto
por 600 o 1000 euros no se les informa adecuadamente de los riesgos. Y
no se trata solo de riesgos potenciales, sino que demasiadas veces se
hacen realidad. He conocido hace poco el caso de una chica, donante
universitaria, que entró en coma después de someterse al procedimiento.
Aseguró que no había sido bien informada y quiso denunciar, pero la
clínica la presionó para que no lo hiciera y, finalmente, la indemnizó a
cambio del silencio.
Estas clínicas patrocinan todo tipo de
publicaciones y congresos, y además contratan mucha publicidad en los
medios.
Estamos hablando de bioeconomía; de un lucrativo
nuevo nicho de mercado en el que la materia prima son los biomateriales
procedentes de hombres y mujeres, pero en el que es el cuerpo de las
mujeres el que sufre. La publicidad dirigida a los donantes de esperma y
óvulo está claramente sesgada según género. A las mujeres se les habla
de generosidad, de posibilitar que otras puedan ser madres, se las
señala como mujeres comprometidas con la justicia social y con la
maternidad. Es la imagen que ellas quieren tener de sí mismas, pero lo
cierto es que sin dinero de por medio, la mayoría no se sometería estas
técnicas. En el caso de los varones, por el contrario, no se menciona
ningún tipo de sentimiento altruista, sino que más bien se busca dar una
imagen divertida y desenfadada de la donación.
La biotecnología está
utilizando los cuerpos femeninos como productores de materia prima
biohumana y como laboratorios andantes para productos de consumo y para
satisfacer un nuevo nicho de mercado: el mercado de la reproducción
humana. Es un mercado que genera muchas dudas éticas y que, además, está
fuertemente sesgado por el género y la clase social en cuanto a las
posiciones de poder y de conocimiento que ocupan compradores/as y las
vendedoras.
No conozco la razón de que el movimiento feminista no
tenga aquí muy en cuenta esta cuestión, aunque tengo algunas sospechas;
todas ellas, en todo caso, necesitadas de una comprobación empírica.
Digamos que tengo la sensación de que en España aún seguimos presas de
discursos falsamente contra hegemónicos (ahora mismo son, de hecho,
hegemónicos) que se han construido a la contra de aquellos discursos
salidos de una sociedad fuertemente represiva en lo sexual, como lo fue
ésta hace medio siglo.
No estoy segura, naturalmente, pero algo tiene
que explicar el por qué en España triunfan discursos que mezclan el
sexo, el cuerpo, el comercio, y triunfan precisamente en espacios en los
que esos mismos discursos referidos a otras cuestiones generarían una
enorme contestación política.
Sea o no sea ésta la razón, podemos estar seguras de
que se trata de una anomalía, ya que aunque los debates sobre cuestiones
como los vientres de alquiler, la prostitución, la compraventa de
fluidos, óvulos, etc. se reproducen casi en sus mismos términos por
todas partes, lo cierto es que defensoras/detractoras no son aquí y en
Europa las mismas. El discurso anticapitalista está muy presente entre
las feministas europeas que sostienen un discurso fuertemente crítico
hacia estas prácticas, mientras que aquí ocurre lo contrario.
El feminismo tiene que implicarse en esta cuestión de
lleno, porque estamos en riesgo de aceptar sin discusión una nueva
fuente de despoder y desigualdad radical para las mujeres.
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