Tres
meses después de volver a España, tras acabar mi Erasmus, en lo mejor
del barrio de Salamanca -me cuentan que lo llaman la milla de oro- me
han pagado mi primer sueldo: 58 euros. A a 3,6 euros la hora, en un una
tienda de una multinacional verde, dedicada a los productos ecológicos,
zumos y verduras sanas, regentada por gente joven que dicen haber pasado
por lo que todos nosotros.
El
local abrió en agosto. El domingo, 5 de octubre de 2014, al recoger mi
nómina y el cheque con esos 58 euros por trabajar cuatro horas -aunque
tengo que estar a las 9.30 y me voy a las 3 para abrir caja y cerrar las
cuentas todos los domingos- deprimida y humillada, pensé que si comparo
renta per cápita y desarrollo, ya no estamos tan lejos de los sueldos
asiáticos, esos que mueven las campañas contra Nike o Zara.
Pese
al miedo por prescindir de una mierda de trabajo, pudo mi dignidad y me
marché, eso sí, tras esperar a que otra viniera a hacerse cargo del
negocio. Y aún así, mi conciencia no está tranquila ¿Y si no encuentro
otra cosa? El mes pasado yo fui uno de los puestos de trabajo que el
Gobierno Rajoy anunció que se habían creado. Os adjunto mi historia con
mi maravilloso contrato de 58 euros y la nota que dejé a mi jefe, por si
os sirve de algo.
A
finales de junio aterricé en el aeropuerto Adolfo Suarez-Barajas, en
Madrid. Se había acabado mi año de Erasmus. Mi año de descubrirme y
encontrarme a mí misma, de valerme por mí misma en otro país, mi año en
una universidad increíble a primera vista, y más increíble aún si
estudias en ella. Mi año de trabajar los fines de semana y poder pagarme
mi propio alquiler.
Al
principio tenía mucho miedo. España es un país que últimamente me
deprime un poco. No el país en sí. Pero tanto yo como la gente de mi
alrededor llevamos años escuchando y, sobre todo viendo, que hay que
tener mucha suerte para seguir adelante en este país, para encontrar un
trabajo que te permita autoabastecerte. Vemos a compañeros irse de la
universidad e incluso del país; sabemos que la mayoría no podemos
independizarnos, tenemos que seguir viviendo de nuestros padres de la
misma forma que cuando teníamos catorce.
De
las primeras cosas que hice, después de actualizar mi CV en español,
poniendo mi experiencia de cinco años en hostelería y un inglés casi
perfecto -lo de mi carrera universitaria ya sabía que me iba a servir de
poco- fue lo mismo que hice en Inglaterra para buscar trabajo: buscar
ofertas por internet. Pero en vez de mandar cinco CVs, como hizo falta
allí, mandé unos sesenta en unas pocas semanas, sin ninguna llamada.
Así
que empecé a salir a todas partes con una carpeta con mis CVs metida en
la mochila, para entregarlos a la primera que viese ofertas en los
comercios y bares de Madrid. Pero a nadie le interesaba una estudiante
de universidad sin disponibilidad completa. Para mi sorpresa, cuando lo
daba todo por perdido, me llamaron de una tienda en el corazón del
barrio Salamanca. Una franquicia internacional con muy buena pinta,
jefes jóvenes que no debían llegar a los 35 años, y todas mis compañeras
entre los 20 y los 25, algunas estudiando también. Llamé a mi madre
corriendo cuando hice la entrevista y me cogieron. Bromeé:
-"Mamá, ¡que existe el trabajo en España! Jajaja".
Me
contrataron para trabajar únicamente los domingos, con un sueldo de
104, 76 euros al mes, a 6,54 euros la hora, lo cual, a pesar de ser
bastante menos de lo que cobraba en las islas inglesas, me pareció bien.
No puedo pagarme el alquiler, pero al menos era un dinerillo extra, y
los domingos no me importaba quitarme horas de estudio. Comencé el
primer mes de trabajo sin contrato, entre que me apunté a la Seguridad
Social, me hicieron el contrato, etc.... El mes de agosto cobré en
negro, y no cobré nada mal (200 euros por 20 horas aproximadamente),
pero estaba a la espera de estar dada de alta en la SS y de tener un
contrato legal. Por fin.
Todos
los domingos llegaba veinte minutos antes para abrir caja y la tienda, y
me iba una hora después de cerrar, cuando acababa de recoger y cerrar
caja, etc. Estaba contenta. Al menos no me sentía estancada y estaba
haciendo algo más de experiencia, en un sitio que presume de ser
ecológico, natural, emprendedores.... El mes de septiembre lo comencé ya
con mi contrato, animada y contenta, vendiendo los productos (tan
naturales y sanos) a mi familia y amigos, y orgullosa de mí misma.
Imaginaos
pues, cuál es mi sorpresa, cuando a finales del mismo mes, mi jefe me
deja mi nómina en la tienda para que la vea y cobre cuando vaya a
currar, y me encuentro que, con la deducción de los impuestos que me han
hecho, mi sueldo al mes se queda en 58,63 euros, lo cual no llega a
cuatro euros la hora (3,66 exactamente). Llamo a mi jefe (pues debe
haber un error en la nómina, con ese dinero me puedo pagar el abono
transportes que utilizo para ir a trabajar y me sobran 8 euros para una
peli en el cine), y después de unas ocho llamadas (sin exagerar),
consigo que me lo coja y me escuche. Le digo que me voy, que me niego.
Me pidió que esperara a que viniera alguien a sustituirme y esperé hasta
la una, que llegó otra persona, accionista de la empresa. Os ahorro el
trato que me dispensó.
Tuve
ganas de llorar. Me sentí humillada y, sobre todo, me dio rabia, joder,
que estamos en España, en un país del primer mundo, dentro de la UE,
con unos derechos por los que hace tiempo, muchos lucharon e incluso
murieron por conseguirlos. Allí la dejé, riéndose mientras hablaba por
teléfono y con la tienda abierta.
MÁS EL CAOS EN LA UNIVERSIDAD POR FALTA DE AYUDAS
A
esto de arriba se suma mi vuelta a la universidad pública de Madrid.
Donde aún, habiendo empezado mi curso a principios de septiembre, no han
hecho los trámites de mi matriculación. No puedo meterme en la página
virtual para descargarme el temario de las asignaturas, los textos..., y
prepararme mis exámenes. Y todo ello porque el año pasado fuimos
alumnos de movilidad y al haber cursado un año Erasmus y haber vuelto en
verano, parece que es más complicado hacer nuestra matrícula. Eso sí,
nosotros, los alumnos, teníamos todos los papeles e hicimos toda la
burocracia en junio, en las fechas marcadas por la universidad, justo
para que no pasase esto, según ellos. Todos los papeles firmados,
fotocopiados, copia de nuestras notas en el otro país, etc.... ¡Y yo que
este año me quería poner las pilas y subir media y resulta que ni
siquiera puedo tener acceso a los materiales básicos de mis asignaturas!
Como
siempre, cuando preguntamos en administración, nos mandan a la Oficina
de Relaciones Internacionales, y de allí, a los profesores de cada
asignatura, y estos nos dicen que se resuelve todo en administración. Y
así llevamos un mes mis compañeros de movilidad y yo. Recordando
nuestros primeros días de clase el año pasado, lo fácil que fueron los
trámites en las universidades inglesas, americanas, holandesas,
finlandesas.... Y esto es lo que nos encontramos en las universidades
públicas de España: falta de organización, menos personal que hace años,
currando más horas y por menos dinero; y por tanto, algunos de ellos,
haciendo con menos motivación su trabajo. También menos catedráticos y
más profesores con sueldos que no son suficientes para todo lo que hacen
(sí, porque en este país, cuando algún catedrático de la universidad
pública se jubila, en vez de contratar otro catedrático por una cantidad
decente de dinero, contratan siete profesores por una miseria).
Hace
unos días estuve hablando con un amigo que estaba de visita por Madrid.
Pues él se fue igual que yo el año pasado de Erasmus, pero a Finlandia;
y tras conseguir por sus propios méritos unas prácticas en una empresa
internacional, y conseguir inversores para su proyecto, le contrataron
(por supuesto, también por sus propios méritos). Y ahora está allí
construyendo robots para niños autistas. Para él, a pesar de los seis
meses de noche eterna que tiene que pasar en invierno, es un sueño lo
que está ocurriendo en su vida. Le pregunté qué iba a hacer con la
carrera, ya que aún le quedan por lo menos un par de años para acabarla,
igual que a mí. Y para mí (ya no) sorpresa, me dice que ese tema es lo
que más triste le pone, ya que ha intentado sacarse la carrera a
distancia, ha hablado con la universidad, los profesores.... Y se ha
encontrado que ya no es que no haya tenido aquí las oportunidades que ha
tenido en otro sitio, sino que no le facilitan ni si quiera el poder
seguir con sus estudios. Ha dejado la carrera aparcada y actualmente
está encantado con su nuevo trabajo.
Con
todo esto, no quiero solamente quejarme, que también (a todos nos gusta
quejarnos de vez en cuando), sino llegar a entender algo, encontrar una
respuesta. Porque no entiendo nada. Lo único que sé es que acabo de
llegar y tres meses después parece que ya quieren que me vuelva a ir,
por muchas ganas que ponga. Y que no se preocupe el Gobierno del señor
Rajoy, que en cuanto pueda me las piro.
Carlota E. Ramirez, estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública en la UAM
Fuente: www.huffingtonpost.es
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