
La sensación dominante entre los votantes de izquierdas
es que no hay manera de quitar el poder al PP. Todo lo ocurrido en 2016,
aun habiendo versiones muy contrapuestas al respecto, consolida esa
sensación, que a no pocos lleva a la melancolía.
A partir de ahí, las
formas del pesimismo son distintas.
En el mundo del PSOE, casi tan
amplio como su cada vez más corto electorado, no abundan las esperanzas
de que el partido pueda salir con fuerza del laberinto en el que el
partido está metido.
En el de Unidos Podemos mandan la confusión y
también, un tanto, la frustración. No se entiende la pelea que están
librando sus dirigentes y empieza a temerse que la hora de ese partido
haya pasado. Pero esos estados de ánimo son la resaca de hechos pasados
y, por tanto, pueden cambiar si ocurren cosas nuevas. El problema es que
pueden hacerlo en sentidos muy distintos.
Dentro de muy pocas semanas se conocerá la fórmula con la
que Podemos pretende hacer frente a sus dificultades. Cómo se
organizará internamente a tal fin y con qué proyecto político.
No cabe
anticipar nada al respecto. El enfrentamiento, incomprensible para
muchos, pero real y consistente, que han protagonizado sus principales
dirigentes no permite descartar salidas traumáticas. Pero es de suponer
que por muy calientes que estén los ánimos, al final se impondrá la
cordura, es decir, el entendimiento.
El tono de los textos que en las últimas horas han hecho
públicos Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, por primera vez, sobre todo en
el caso del primero, ofreciendo algo que se acerca a un proyecto, hace
pensar que se camina en esa dirección. Pero habrá que esperar para saber
cómo acaba la cosa.
Tantas o más incógnitas ofrece el panorama socialista. Ya
se conoce la fecha de su congreso. Pero nada más.
Los nombres de
quienes se enfrentarán por la secretaría general siguen siendo una
incógnita.
No se sabe si Susana Díaz encabezará la lista oficialista, si
Pedro Sánchez volverá a competir por el cargo o quién puede encabezar
una tercera vía. Y no porque se estén guardando muy bien esos secretos,
sino porque en ningún caso hay decisiones firmes al respecto. Todo
depende de la relación final de fuerzas que exista en el momento previo
al congreso.
Todo indica que Susana Díaz sólo dará el paso si está
segura de que va a ganar, que Pedro Sánchez no lo hará si corre el
riesgo de hacer el ridículo y que el “tapado” aparecerá, si lo hace, a
última hora.
Los afanes de los cuadros y de la militancia socialista se
concentran ahora en atraer gente para los objetivos que cada facción
persigue. Afiliado por afiliado, agrupación por agrupación. El PSOE está
metido en una campaña electoral interna que va a durar meses y cuyo
resultado es aún impredecible, aunque como siempre ocurre en estas
cosas, quien tiene el mando, es decir, la Comisión Gestora, goza de una
gran ventaja inicial.
La colocación del PSC en esa barahúnda parece decisiva.
Si los 17.000 afiliados catalanes conservan el derecho a votar en el
congreso, Susana Díaz podría perder. Si se lo quitan, como algunos
poderosos socialistas quieren, ganaría. Pero esa victoria se produciría a
costa de que el PSOE se quedara sin referencia política en Cataluña. Lo
cual sería muy grave. Para el partido y para la política española.
A la espera de que se resuelvan esas incertidumbres, el
panorama político general no se va a mover un ápice. Rajoy no va a mover
pieza en ninguna de las cuestiones fundamentales del actual panorama.
Ni en Cataluña, porque dispone de tiempo mientras las posiciones finales
del independentismo sigan pendientes de que se aclare quién manda
dentro del mismo.
Ni en lo relativo al presupuesto, es decir, a las
directrices de su política económica, que necesariamente van a ser
distintas de las del pasado, aunque posiblemente peores en lo que a los
intereses de las clases populares se refiere. Pero el PP no las va a
abordar mientras no tenga la certeza de cuál va a ser la actitud del
PSOE al respecto, porque no le basta un pacto con Ciudadanos y el PNV. Y
todavía no está dicho cuál va a ser la posición final del PSOE.
Por tanto, se quiera o no, el momento es de espera. Y va a
durar unos cuantos meses. Con Rajoy como referente de poder
indiscutible. Luego se verá qué ocurre con eso. Porque si los
socialistas no dan el plácet a sus cuentas del Estado porque los que
apoyan esta opción no obtienen de su congreso la fuerza necesaria para
hacerlo, y si los partidarios del referéndum catalán (independentistas o
no) acuerdan una plataforma común frente a La Moncloa, las cosas se le
pueden poner difíciles al presidente del Gobierno y a su partido.
Podemos puede jugar un papel muy importante en el periodo
que se iniciará dentro de unos meses. Siempre que resuelva sus cuitas
internas, claro está. Pero, sobre todo, si consigue dar un giro decisivo
a su práctica política. Si abandona el electoralismo obsesivo que ha
practicado en los últimos tres años y se convierte en un referente
político real, operativo y articulado, de los millones de españoles que
han perdido con la crisis.
Hoy por hoy esa gente, que no son sólo los
que lo están pasando mal o muy mal, no tiene un instrumento para contar
en la política. Desde hace demasiado tiempo que la gente que está en
contra de las políticas neoliberales y de las injusticias de todo orden
que el poder comete y ha cometido contra sus derechos sólo interviene en
la escena pública para votar. Y empieza a sentir que eso vale para
poco, que nada cambia.
Podemos debería aprestarse a modificar esa situación. En la España de hoy es imprescindible que la gente que está en contra del establishment y del statu quo
participe en la política, en la acción social, más allá de sus apoyos a
una u otra idea mediante un clic o un tuit. Eso significa que la
militancia de Podemos habría de convertirse en un colectivo de
operadores, de organizadores políticos en los más diversos sectores de
la sociedad, entre ellos, pero no solo, entre los trabajadores más
explotados. Como se ha hecho siempre, como hacen los militantes de la
ultraderecha en Francia, en Holanda y en más sitios.
Habida cuenta de que no hay elecciones a la vista, aunque
los corifeos del PP no dejan de agitar ese fantasma para meter miedo al
PSOE, hay tiempo para abordar esas tareas. Que son imprescindibles.
Porque Podemos tiene el futuro en el aire si no empieza a ser algo más
que sus 71 parlamentarios y sus denuncias verbales al sistema. Y otra
cosa más. Para cuando lleguen las elecciones tendrá que haber aclarado, a
fondo, cual será su actitud hacia el PSOE. Porque por muy mal que les
vaya a los socialistas no van a terminar como el Pasok y si se quiere
formar un gobierno alternativo al el PP habrá que contar con ellos.
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