EL 23 de febrero de 1981, a las 18.23 horas, estaba
en una ferretería de Bilbao comprando brocas. Iba a casarme y ningún
hombre puede hacerlo sin tener el ajuar bricolajero en estado de
revista.
En la radio del establecimiento se oía la letanía de la
investidura de Calvo Sotelo.
De pronto, se escucharon disparos y la voz
entrecortada del locutor de la Ser explicó que un teniente coronel había
subido al estrado pistola en mano. Se me pusieron de corbata. Como cada
lunes, había quedado en el Cineclub FAS con unos amigos, pero permanecí
metido en el coche pegado a la radio hasta que empezó a emitir música
militar.
En la calle, la gente paseaba despreocupada por los Jardines de
Albia. A punto estuve de entrar en la sala, interrumpir la película y
sugerir a todos que corrieran a casa a quemar papeles o al puerto a
coger un barco. Pero no lo hice y dejé que disfrutaran un poco más de su
ignorancia.
Para entonces, el general Milans del Bosch había declarado
el estado de excepción y los tanques empezaban a ocupar Valencia.
Llamé
al periódico para ofrecer mi ayuda y, de paso, enterarme de si los
tanques eran de los buenos o de los malos. “No lo sabemos, pero tenemos
dos policías armados en la puerta”, contestó una veterana redactora con
un hilo de voz.
Ayer, pregunté a dos jóvenes de qué les sonaba el 23-F.
“Es el día que publicaron el sexto libro de Harry Potter”, respondió
uno. ¡Cómo les envidio!
Aunque no sé qué coño van a contar a sus nietos
cuando los tengan.
Josetxu Rodríguez
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