Como un símbolo inagotable del tiempo que vivimos, la tragicomedia de
doña Cristina Cifuentes ha ido cargándose de significado entre la risa y
la compasión. El primer acto se llama La Persona, el segundo El Partido
y el tercero La Sociedad.
Alguien señaló una irregularidad. Un trabajo de investigación
periodística descubrió que el máster universitario de la presidenta de
la Comunidad de Madrid suponía una estafa. El primer acto se puso en
marcha para evidenciar la impunidad, la falta de respeto a la virtud
pública y el modo vertiginoso en el que las mentiras de siempre han
fundado el nuevo tiempo de la posverdad. Doña Cristina mentía ante las
cámaras con una seguridad natural. Cada mentira descubierta se
justificaba con otra mentira, mientras en su boca se consolidaba una
sonrisa orgullosa y desafiante que poco a poco se apagaba en sus ojos.
En los primeros días, el desprestigio de la Universidad pública, la
degradación de la política y la vergüenza personal importaban menos que
la seguridad de fundar un mundo oficial al margen de la realidad. La
costumbre trabaja hoy para sustituir la realidad por una escena oficial.
El rostro de la vida acaba transformado en una máscara impasible. De
ahí que la brújula del Gobierno se apoye en la estrategia de la
parálisis, la convivencia rutinaria con la patraña y la voluntad de
dejar que las cosas se pudran.
Tardó poco el argumento en anunciar el segundo acto. El Partido. La
abrumadora desfachatez personal pasó a iluminar la realidad más amplia
de un Partido que, según va demostrando el trabajo de algunos
periodistas y de algunos jueces, funciona como una asociación para el
crimen organizado.
La corrupción sistemática en la Comunidad de Madrid
recibe una larga ovación en los congresos nacionales. No se trata de la
fraternidad limpia que debe marcar la existencia de las organizaciones,
sino el pacto mafioso de silencio para guardar secretos sucios,
consolidar la máscara y convertir lo blanco en negro (dinero negro,
palabras negras, voluntades negras). Lo grave de este segundo acto no es
que hubiese una corrupción personal, sino que un partido la asumiese
como norma de funcionamiento ante la sociedad.
Por eso nos llegó un final tan imprevisto como coherente. El tercer acto
pasó a iluminar la sociedad en la que vivimos, el cauce en el que se
articulan los comportamientos individuales y los compromisos colectivos.
El trabajo serio periodístico, que tiene como misión la vigilancia del
poder, fue sustituido por el periodismo basura, las voces sin escrúpulos
que nacen de las cloacas. Un periódico fundado al servicio del poder
empresarial publicó un vídeo en el que doña Cristina aparecía como una
ladrona de baja estofa en un supermercado.
El episodio fue grabado hace años, antes de que la presidenta fuera
presidenta, aunque ya llevaba media vida representando la forma de ser y
de actuar de su partido. Alguien conservó el vídeo y silenció el
escándalo, alguien que conocía la existencia del vídeo nombró a doña
Cristina presidenta, alguien ha decidido ahora sacar el vídeo para poner
punto casi final a la tragicomedia. Digo casi final porque la vida
humana, por mucho que pretenda ocultarlo la máscara, permanece más allá
de la vida política, y doña Cristina podrá haberse acabado como figura
pública, pero existe y sufre como ser humano. La indignación que
producía la política mentirosa se convierte así en compasión ante una
persona humillada por las cloacas.
Los señores de las cloacas gobiernan en España. ¿Cuántos vídeos
cumplirán su función en las cloacas, nacidos del uso mafioso de la
policía para vigilar la intimidad de la gente? ¿Cuántas decisiones
políticas se deben al chantaje de los mandarines que ponen y quitan
políticos? Hoy gobiernas tú y mañana gobierna otro. Ahora me invento un
partido porque quiero cambiar de vasallos. El gran capitalismo español
no fabrica coches, ni electrodomésticos, ni relojes. Se dedica a
extorsionar al Estado.
La máscara del descrédito de la política nos hace olvidar la realidad de
un puñado de familias empresariales acostumbradas a sangrar al Estado
de manera impune. Hacen contratos sobre la energía o las obras públicas
como verdaderos ladrones legales. Los abogados del Estado firman
negocios basados en la lógica siguiente: todos los beneficios posibles
de unos presupuestos inflados se los llevará un particular y todas las
pérdidas posibles caerán en las cuentas del Estado. Los periódicos de
las cloacas saben mucho de eso. La tragicomedia de doña Cristina
demuestra el poder de la mafia empresarial, el calado de las cloacas y
la extorsión, la lógica depredadora de una élite que humilla a la
política y degrada a las personas porque mancha todo lo que toca.
Unos y otros hablan mucho de España. Pero España no es su tesoro, sino su botín.
Luis García Montero, en infolibre.es
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