Siente uno
vergüenza ajena de escuchar a Felipe González defender el régimen de
Franco, aunque pretenda hacerlo comparándolo con el régimen bolivariano
de Venezuela, con el único objetivo de lanzar mierda sobre Unidos Podemos.
Por muy mala
que sea la política de Maduro, por mucho que uno esté en contra, por
mucha aversión que tenga a su forma de hacer política, no puede
aplicársele la más mínima comparación con la férrea dictadura de un
general que asesinó vilmente a miles de personas, y que encarceló a
otras tantas, bajo la acusación de “no compartir la ideología de un dictador criminal y asesino”
El
señor González se está posicionando, ya no en la derecha, sino en el
fascismo. El PSOE debería recapacitar sobre este hecho, y expulsarlo del
partido. Del mismo modo que el Parlamento debería ilegalizar el
franquismo y todas las asociaciones, organizaciones y partidos políticos
relacionados con él. En ningún país europeo sería concebible, ni la
existencia de estas organizaciones, ni declaraciones como las de Felipe
González. ¿Se imaginan a alguien diciendo eso mismo de Hitler o de
Mussolini?
La Falange y
otras formaciones de parecido corte deberían invitarle a los actos del
20-N, un día que las fuerzas de orden público debieran cargar contra
todos los que portan banderas, escudos y todo tipo de simbología del
régimen que con ese encono defiende el señor González.
Pero las fuerzas
de orden público están para emplearse a fondo con la gente que
reivindica derechos – derechos que están escritos con letras de oro en
la Constitución que González se arroga como suya – y con hombres y
mujeres indefensas que tratan de introducir una papeleta dentro de una
urna.
Las fuerzas de contención de este sistema que Felipe González
defiende no van a salir a contener a la riada de fascistas que saldrán
hoy, 20-N a la calle, pertrechados de navajas y de objetos contundentes.
Comprendo, con
el alma lacerada, la aversión y la falta de entendimiento que entre
Julio Anguita y Felipe González, existía años atrás. Y digo
laceradamente porque yo mismo, en uno de los grandes errores hacia mis
principios, creí en este deplorable individuo.
Por tanto, puedo decir
públicamente, para descargar el peso que me oprime el pecho, que estaba
completamente equivocado y, aún diré más, que no es Felipe González
quien me ha decepcionado, sino yo, el que se ha decepcionado a sí mismo,
por no haber sido capaz de ver más allá de las palabras y los gestos de
semejante personaje.
Pido perdón a mis compañeros de la izquierda por
no haber estado donde debería haber estado, y por haber rebatido
posiciones con las que hoy no puedo estar más de acuerdo.
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