'El peso del tiempo' Han Sungpil | Centro Cultural Coreano
El aceite de ballenas, la industria del carbón, el cambio climático… La muestra Pasado, presente y futuro, disponible en el Centro Cultural Coreano de Madrid, repasa a través de la fotografía la huella ecológica que hemos dejado en zonas polares a largo de la historia
En
el siglo XVII los exploradores holandeses ocuparon una pequeña isla en
medio del océano Índico a la que llamaron Nueva Ámsterdam. Allí fundaron
Smeerenburg, un asentamiento que serviría de centro de operaciones para
el verdadero objetivo de la expedición: la caza de ballenas. Se
cortaban en pedazos, se despellejaban y hervían su grasa para hacer
aceite que luego usaban como combustible para lámparas o como cera de
velas. Fue el "petróleo" de la época.
También
era empleado como lubricante para maquinaria, razón por la que su uso
se potenció con la llegada del ferrocarril y del aumento demográfico de
las ciudades. Pero de la caza de los cetáceos no solo fueron
responsables en Holanda: acabó siendo un monopolio de vascos. Comenzaron
a faenar en mar del Norte, pasaron hasta Islandia y acabaron cruzando
el Atlántico hasta llegar a Canadá. Así comenzó una actividad que acabó
llevando al borde de la extinción a diferentes especies de estos
mamíferos. Y no es la única práctica que ha terminado destruyendo parte
de la fauna y flora de los territorios polares.
Es lo que se puede comprobar a través de la muestra fotográfica Pasado, presente y futuro
del Centro Cultural Coreano de Madrid, la cual pretende hacernos
reflexionar sobre el futuro de nuestro planeta en una semana que
precisamente está marcada por la Cumbre del Clima celebrada en Madrid.
Es lo que se puede comprobar a través de la muestra fotográfica Pasado, presente y futuro
del Centro Cultural Coreano de Madrid, la cual pretende hacernos
reflexionar sobre el futuro de nuestro planeta en una semana que
precisamente está marcada por la Cumbre del Clima celebrada en Madrid.

Su
autor, Han Sungpil, es un viajero incansable que lleva años recorriendo
el globo de esta a oeste y de norte a sur. Esta serie concretamente se
encuentra dedicada al Ártico y al Antártico, territorios asociados al
abandono en los que, sin embargo, hemos estado muy presentes a lo largo
de la historia. "Cuando la gente escucha las palabras 'zonas polares'
las asocia con exploradores y al romance del peligro, pero eso no fue lo
único que descubrí. También encontré una historia sobre energía: cómo a
partir del siglo XVI el mundo se volcó con la caza de las ballenas",
explica el artista a eldiario.es.
Es
lo que se aprecia en imágenes que muestran instalaciones olvidadas y
barcos oxidados encallados en el hielo. Son el reflejo de lugares ricos
en recursos que, una vez agotados, fueron abandonados para pasar los
siguientes. Es el caso de las islas de Georgia del Sur, donde se
estableció la estación ballenera de Grytviken. El negocio arrancó en
1904 con bastante éxito: 195 ballenas capturadas en la primera
expedición y 300 personas contratadas durante su máximo apogeo. Pero
acabó cerrándose en 1966, una vez que cayó en picado el número de
animales (y el interés por el aceite).
Pero
la huella ecológica ya estaba marcada. "En los barcos de estos
balleneros a veces había ratas que acababan llegando a estas zonas.
Estas terminaban comiéndose los huevos de los pájaros autóctonos hasta
el punto de provocar que acabaran en peligro de extinción. De hecho,
ahora mismo hay una campaña para cazar ratas en Georgia del Sur", apunta
el fotógrafo.
Adiós al aceite de ballenas, hola al carbón

El
uso del aceite de ballena fue descendiendo a partir de la segunda mitad
del siglo XIX. La causa fue el descubrimiento del petróleo y del
queroseno, combustibles necesarios para poner la calefacción o volar en
avión entre muchas otras cosas. Se podría pensar que el problema en el
Ártico se solucionaba una vez acabada la demanda de los cetáceos, pero
no fue del todo así. "En la época de la industrialización descubrieron
que en las zonas polares también había carbón de primera calidad porque,
aunque parezca mentira, hace tiempo tenían un clima bastante cálido.
Así que también comenzaron asentamientos mineros", detalla Sungpil.
Es
lo que sucedió en Svalbard, un archipiélago en el océano Glaciar Ártico
perteneciente a Noruega. Allí ingleses, daneses, noruegos y rusos se
disputaron la explotación minera de la zona. Las estaciones más
importantes fueron la de Barentsburg y la de Pyramiden, que fue tomada
en 1927 por la Unión Soviética y transformada en una localidad que llegó
a contar con más de 1.000 habitantes. Ahora en cambio es una ciudad
fantasma donde solo hay un hotel que abre de marzo a septiembre y es
regentado por una única persona. El carbón era el principal recurso
económico, pero dejó de dar ganancias y sus habitantes se vieron
forzados a irse a otro lugar.
Actualmente
solo queda una mina de carbón en Svalbard. El gobierno decidió cerrar
el resto por la alerta medioambiental que suponen, especialmente en una
zona que desde 1970 ha experimentado un aumento de más de 7 grados en
invierno. Aun así, la población local lucha por mantener el que ha sido
su trabajo durante generaciones. "Escucho todo lo que dicen sobre el
cambio climático, pero sé que en el pasado hemos tenido inviernos
súpersuaves, especialmente en Svalbard. Creo que es algo cíclico",
declaró un empleado de la planta a Reuters el pasado mes de septiembre.
Adiós al carbón, hola al cambio climático

La
problemática tampoco se soluciona cerrando las minas de carbón. Queda
un último dilema que constituye la mayor amenaza medioambiental a la que
se enfrenta la humanidad: el cambio climático. El deshielo del Ártico
se acelera sin precedentes y las consecuencias no solo afectan a esta
lejana región, sino a todo el mundo. Según Greenpeace
el nivel del mar ha aumentado 19 centímetros desde 1901, agudizando el
riesgo de temperaturas extremas. Algunas zonas sufrirán veranos más
calurosos y otras en cambio tendrán inviernos más fríos.
"En
un futuro será complicado ver esa fauna con pingüinos y osos polares
que aparecen en los anuncios de TV. Ahora las nevadas se han sustituido
por lluvias, y eso provoca que algunas crías de pingüinos que todavía no
han desarrollado sus plumas mueran de frío", lamenta Han Sungpil.
No se está haciendo lo suficiente y el tiempo de tomar decisiones se está acabando, sentimientos que definen la cumbre COP25
de Madrid. "Es el problema más grave de nuestra era. Los habitantes
locales me dijeron que el clima ha cambiado muchísimo en solo tres años.
Ahora lo complicado es ver nevar", apunta el artista.
La
conciencia individual es necesaria, pero también la de los gobiernos y
grandes corporaciones. "Lo que ocurre en EEUU y en muchos países es que
para los políticos lo importante no es el cambio climático, sino
mantener la base de sus votantes independientemente de qué intereses
apoyen", señala el fotógrafo al ser preguntado por José Luis Martínez
Almeida, actual alcalde de Madrid, y su intención de desmantelar el plan
antipolución implantado por el gobierno anterior.
Ante
la falta de conciencia, el artista aconseja animarse a vivir los
efectos del impacto ambiental en primera persona: "Recomiendo que todo
el mundo visite las zonas árticas para pensar qué hemos hecho, cómo
estamos ahora y cómo va a ser en el futuro". Y, si no, siempre quedara
la opción de contemplar muestras como la presente.




José Antonio Luna
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