
La convivencia con la Naturaleza
ha sido en Euskal Herria uno de los ejes de su existencia desde tiempos
inmemoriales. El caserío como centro de la vida familiar y social es sin duda
el más claro ejemplo de ello. Y dentro de esa Naturaleza, los bosques y quienes
lo forman, los árboles.
Y es tiempo de bellotas, cuya
cáscara se ha rasgado y surge un tentáculo blanco que si logra clavarse en el
suelo se convertirá en la raíz de un futuro árbol. Basta con mirar al suelo de
la foresta en estos días.
Acontece ahora y en las próximas
semanas, todavía en pleno invierno, algo que la mayoría adjudicará a la
primavera. Pero, como tantas otras facetas de lo espontáneo, la eclosión de las
bellotas no sigue pautas convencionales.
De hecho, nuestros árboles más
frecuentes y representativos, las frondosas, echan a andar cuando el frío
todavía congela la mayor parte de los procesos y propósitos con los que la
vida, en nuestras latitudes, pretende recomenzar.
Basta con fijarse un poco en el
suelo del bosque. Acompañar con la mirada a lo que acoge nuestros pasos. Que
notarán bien mullido al humus, saturado de humedad.
Pues bien, allí, los miles de
bellotas han iniciado una de las más largas y azarosas peripecias. La ebúrnea
cáscara del fruto se ha rasgado por su polo obtuso. De la seca herida mana lo
que nos parecerá un gusano blanco. Es la raíz principal, pivotante y zapadora
del futuro árbol.
Un tentáculo blando pero que puede horadar rápidamente el
suelo y clavar, ya para siempre en ese mismo lugar, a un brinzal que pronto
lanzará en dirección contraria, por tanto, hacia la luz y el aire, un par de
minúsculas hojas.

Encina de Urkieta (Quercus ilex ilex). Muxika (Bizkaia). Foto: Dpto. Medio Ambiente Gobierno Vasco.
Cuando hayamos descubierto el
discreto y silencioso nacimiento de uno de nuestros árboles más frecuentes,
acaso se nos escape la mirada hacia su progenitor. Ese que abre sus brazos y
despliega su sombra sobre nuestra cabeza.

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