Se especula mucho sobre el futuro alimentario y cada cual dispara su
teoría distópica. Los más adictos a la ciencia ficción aseguran que con
pastillas de colores nos bastará; los más catastrofistas auguran que
solo una clase muy privilegiada, con huertos electrificados, tendrán
comida fresca todo el año y el resto nos alimentaremos de sus basuras; o
bien, repiten como grillos otras voces, los insectos serán la
alimentación del futuro.
¿Distopías de futuro? Tal vez pero
quizá nos conviene primero analizar las del presente que retratan
muy bien la locura de nuestro sistema alimentario y sus disparates.
Muchas veces he relatado el asombro del campesino y escritor Pierre
Rabhi cuando supo de un accidente en Perpinyà entre dos camiones. Un
choque frontal que desparramó las mercancías de ambos. Del que
venía de Francia hacia Mercabarna cayó toda su carga de tomates,
del que subía de Almería hacia Francia también cayó toda su
carga… de tomates.
Importar y exportar estúpidamente no es un caso anecdótico, es
intrínseco al libre mercado que -digan lo que digan- sí que tiene leyes
que lo regula: la ley de obtener el máximo beneficio. Son muchísimos los
ejemplos que podríamos describir. La organización Local Futures,
explica varios, como el caso de México, que es el principal destino del
maíz de EEUU, aproximadamente por un valor de 2.600 millones de dólares
anuales.
Con este cereal en México crían miles de terneros que exportan
también hacia EEUU donde los acaban de engordar, faenar y comercializar…
hacia México. Lo mismo ocurre con la pesca capturada en Alaska,
bacalao, arenques, almejas que desde este estado de EEUU sale hacia
China y una vez procesado en sus maquilas es vendido en los
supermercados de… EEUU.
En Europa tenemos muchos casos similares. El bacalao pescado en
Noruega se manda a China para ser procesado y de ahí vuelve a Noruega
para ser vendido en su país y en el mundo entero. Seguramente también a
los mercados selectos chinos. Gran Bretaña exporta 15.000 toneladas de
galletas cubiertas de chocolate cada año. A su vez ella importa 14.000
toneladas anuales de… galletas cubiertas de chocolate.
En cuestión de
mantequilla, Gran Bretaña produce 150.000 toneladas de mantequilla y aún
cuando en sus domicilios se consume 170.000, exporta más de 60.000 y
finamente, claro, acaba importando más de 80.000. Y bien sabemos qué
ocurre con el comercio de carne porcina en Europa. España es importadora
de lechones europeos por valor de 44 millones de euros anuales, que son
muchos lechones, que una vez engordados, al menos, más de la mitad
viajan de vuelta hacia los supermercados de media Europa.
No estamos hablando de un comercio que responda a necesidades
climáticas para aprovechar producciones específicas de temporada o
comercio de alimentos muy particulares; al contrario es un comercio
absurdo que afecta gravemente al clima. Me gustaría saber cuánto suman
las emisiones de CO2 que los barcos y aviones comerciales provocan en
este comercio innecesario. O no, yo también me volvería un poco más
loco.
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