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martes, 11 de febrero de 2020

Facebook no es neutral, es de derechas

<p>Mark Zuckerberg. </p>
 Mark Zuckerberg.
 

La plataforma se rige por ideas conservadoras sobre lo que se puede decir y lo que no. La negativa de Zuckerberg a vigilar las mentiras políticas favorece a Trump


Exactamente, ¿cuánta mierda hay en el interior de Mark Zuckerberg? ¿Acaso cree en algo aparte de esa vaga lógica de eficacia y escala propia de un programador? Llevo años analizando sus declaraciones robóticas y sigo sin estar seguro. 


De acuerdo con sus últimas apariciones públicas (una amable entrevista que le realizó en Fox News la antigua portavoz de Bush, Dana Perino; una charla en la que se dedicó a filosofar sobre actitudes humanitarias frente a un público de Georgetown entre el que se encontraba Tiffany Trump; o un minucioso escrutinio típicamente incómodo ante un subcomité del Congreso) no parece que Zuckerberg lo esté tampoco.


Zuckerberg hace declaraciones vacías en público sobre la libertad de expresión y conexión, mientras que en privado cena con figuras mediáticas de la extrema derecha

En público, Zuckerberg hace declaraciones vacías sobre la libertad de expresión y conexión, mientras que en privado cena con figuras mediáticas de la extrema derecha o con el rabioso senador de Carolina del Sur, Lindsey Graham y prepara a su equipo para la batalla contra Elizabeth Warren.


 (Aunque Zuckerberg afirma que cena con “muchas personalidades de todo el espectro político”, ese espectro no parece incluir a la izquierda).


 Su empresa dona cantidades sustanciales de dinero a políticos conservadores y, además, a los medios conservadores les va particularmente bien en Facebook, puesto que los artículos de Ben Shapiro, Breitbart y otras estrellas de derechas siempre figuran entre los más compartidos.


(Desde el 25 de octubre de 2019, Breitbart también es uno de los “socios de confianza” de Facebook News, el muro de noticias verificadas que la empresa lleva tiempo desarrollando).


Un puñado de altos ejecutivos de la empresa, entre ellos Joel Kaplan, el vicepresidente de política pública global de Facebook y destacado defensor de Brett Kavanaugh, son agentes políticos republicanos. (Kaplan estuvo incluso en una lista de posibles miembros del gabinete de Trump).


 Hace poco, para poder investigar si la plataforma acusaba un sesgo contra los conservadores, Facebook contrató al antiguo senador republicano Jon Kyl, cuyo informe reprendió con amabilidad a Facebook por su falta de sensibilidad hacia las preocupaciones conservadoras, al tiempo que lo exoneraba de posibles acciones más serias.


 Cuando Zuckerberg defendió Libra, el proyecto de criptomoneda que impulsó Facebook, ante el Congreso, hizo un alegato de nacionalismo económico que resultaría atractivo para cualquier conservador, con el argumento de que Estados Unidos tiene que frenar una posible moneda digital china.


Si todavía no ha quedado claro, entonces hay que decirlo: Facebook es una empresa de derechas, que se rige por ideas conservadoras sobre libertad de expresión y economía, y su destino está ligado a sus aliados políticos republicanos, entre los cuales se encuentra el presidente de EE.UU., cuya campaña gasta millones en anuncios de Facebook.


 Al dar su apoyo a algunos de los peores personajes de la vida política estadounidense, Facebook demuestra ser tan nihilista como una empresa petrolera, y está igual de dispuesta a verter su contaminación sobre todos nosotros.


Que haya llegado a dominar nuestra esfera pública de forma tan abrumadora es una trágica condena de la vida cívica y del tecnocapitalismo estadounidense, que confunde la implacable vigilancia del internet actual con un supuesto empoderamiento utópico.


Pero esa despiadada ideología de derechas no se corresponde con la imagen que Facebook quiere proyectar. 


La última estrategia de la compañía es promover una idea de neutralidad benefactora, afirmar que la empresa defiende la libertad de expresión y la “Voz” (la mayúscula es intencionada, como también lo es la ausencia de artículo determinado).


 Que ninguna de las anteriores se defina con claridad, según el postulado introductorio de Zuckerberg, carece de importancia. Zuckerberg (que quería “maximizar la sinceridad” de su discurso en Georgetown y por eso lo escribió, según se dice, sin la habitual ayuda editorial que reciben los magnates) nunca se ha caracterizado por su rigor u originalidad intelectual, y hace tiempo que la historia oficial sobre la fundación de Facebook tiene la cualidad de ser maleable, para poder eludir las tempranas acusaciones de traición y robo de propiedad intelectual.


 Hoy en día, Zuckerberg afirma que Facebook se creó para limar diferencias políticas y superar la impotencia que provocó el inicio de la guerra de Irak. Poco importa que esto sea una ficción y que sea prácticamente imposible, dado que el antecesor de Facebook, un plagio de la página Hot-Or-Not que se conoció como FaceMash, se creó después de que comenzara la guerra.


 (Las primeras versiones de Facebook, además, no contenían muros, muros de noticias, ni grupos de discusión como tiene ahora).

Facebook es una empresa de derechas, que se rige por ideas conservadoras sobre libertad de expresión y economía

Zuckerberg quiere que creamos, enarbolando la lógica perversa que utiliza la propaganda de los Estados autoritarios, que Facebook es un soberano bondadoso, una puerta hacia la conectividad y el debate público, y no un aparato de vigilancia que todo lo ve y cuya intención es predecir nuestras necesidades, guiar nuestro comportamiento y monetizar nuestras relaciones y comunicaciones más preciadas para obtener unas ganancias obscenas.


Puede que no sea la sentencia de muerte para la democracia que algunas personas anticipan, pero sería cuestionable decir que la publicidad personalizada (y la coacción que la acompaña) ha hecho algo bueno para mejorar nuestras vidas.


 Sin embargo, Zuckerberg sostiene lo contrario. Una parte integrante de la nueva retórica es que los usuarios a los que Facebook ayuda tecnológicamente representan un “quinto estado”, un nuevo miembro de la esfera pública. “Las personas ya no deben superar las barreras tradicionales de la política o de los medios para hacer oír sus voces”, afirmó Zuckerberg ante el público de Georgetown.


Ese discurso fue una defensa cutre de su propia versión miope de la libertad de expresión, que Facebook, con sus miles de millones de clientes y su estatus de cuasi Estado-nación, ha recibido el encargo de proteger.


Pero aunque Zuckerberg habla de las masas y de terminar con las divisiones, no aporta absolutamente nada concreto, ni siquiera un poco de ideología auténtica. “Cuando las personas sienten que no pueden expresar lo que piensan”, advirtió sin precisar mucho, “pierden la fe en la democracia y son más susceptibles de apoyar partidos populistas que defienden resultados políticos concretos por encima de la salud de nuestras normas democráticas y civiles”.


Imagina que la gente apoyara “resultados políticos concretos”: ¡el horror!


Lo que ignora Zuckerberg es que toda esta rigurosa neutralidad apartidista y su rechazo a pronunciarse es una acción política en sí misma, en particular ahora que Donald Trump es presidente. 


Un tipo de populismo de derechas se encuentra actualmente en el poder, con una ideología concreta e injusta, y ha llegado ahí en parte aprovechándose de la plataforma de Facebook; así y todo, Zuckerberg rechaza ponerle nombre.


 Ni tampoco permitirá que se hagan verificaciones, ni que se bloqueen los anuncios intencionalmente engañosos que la campaña de Trump y sus aliados utilizan con frecuencia en Facebook.


 Esta pasividad no es una prueba de su imparcialidad, ni de ser un ferviente devoto de la libertad de expresión, lo es de que ha decidido decantarse por un bando, y que ese bando lo ocupan algunas de las fuerzas más maléficas del escenario político estadounidense.

Facebook tiene unas normas bastante precisas sobre lo que se puede decir o no. Lo que pasa es que eso no incluye prohibir a los políticos que paguen para difundir mentiras

Pero el multimillonario tecnológico sigue viviendo en un cómoda negación, incluso cuando sus comentarios te hacen pensar que ha estado leyendo el manual de las derechas que dice que lo que pasa es que somos unos ofendiditos.


En esta era de disensión, advirtió a la multitud de Georgetown de que: “Retroceder en la libertad de expresión es un impulso popular”.


Pero el niño-rey de las redes sociales quiere lo contrario: “Creo que tenemos que continuar defendiendo la libertad de expresión”, afirmó, aun cuando “la libertad de expresión nunca ha sido absoluta”.


Esto último, lógicamente, es el quid de la cuestión y Facebook, que no tiene ninguna obligación constitucional de defender la libertad de expresión, vigila constantemente lo que se dice en su plataforma, mediante proveedores traumatizados y mal pagados que eliminan la pornografía, la violencia y otros contenidos inaceptables.


 (Cuando la representante Katie Porter le preguntó el octubre pasado si se pondría a hacer el trabajo de moderador de contenido, Zuckerberg alegó que no estaba seguro de si sería una buena forma de aprovechar su tiempo).


Facebook, en otras palabras, tiene unas normas bastante precisas sobre lo que se puede decir o no. Lo que pasa es que eso no incluye prohibir a los políticos que paguen para difundir mentiras.


Facebook dice que la propaganda política representa solo una fracción de su recaudación publicitaria general, pero que le interesa seguir aceptando anuncios políticos (porque ayuda a la cuenta de resultados y hace que los políticos sigan dependiendo de la plataforma para su propaganda, comunicación y para llegar a los votantes).


Para muchos políticos estadounidenses, no hay alternativa a Facebook.


Y lo mismo sucede con nosotros, o eso es lo que nos cuentan. Si tenemos en cuenta la herramienta organizativa en que se ha convertido para las vidas sociales y familiares de muchas personas, podría resultar difícil salir de Facebook o de su conjunto de aplicaciones de mensajería.


 Estamos todos enganchados. Pero si queremos arrancar de raíz el poder que atesora la empresa, debemos enfrentarnos a ella como si fuera una fuerza política de derechas.


 De momento ya sabemos a quién rinde pleitesía Facebook, y no es al gran público cuyos derechos afirma proteger. 

 
Este texto se publicó originalmente en inglés en The Baffler.


 Traducción de Álvaro San José. El libro de Jacob Silverman, Condiciones del servicio: redes sociales y el precio de la conexión constante, ha sido publicado por HarperCollins.



 Jacob Silverman (The Baffler)






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