HACE DOS AÑOS
Arcadi Espada, sobre la huelga feminista: “El manifiesto es monjil y putrefacto”
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El periodista afirmó en ‘La Sexta Noche’ que “se la trae floja” que haya o no huelga
Arcadi Espada, habitual colaborador de El programa de Ana Rosa (donde ha protagonizado numerosos enfrentamientos) se pasó a ATresMedia este sábado cuando acudió como invitado a La Sexta Noche. Allí habló con Iñaki López sobre la huelga feministaconvocada para el próximo 8 de marzo, y dejó clara desde el primer momento su postura contraria hacia la misma.
“¿No cree que el feminismo debería reflejar en realidad a hombres y mujeres?”
preguntaba López para romper el hielo. “¿Por qué?”, respondía Espada.
“Porque el feminismo es el reconocimiento de la igualdad de hombres y
mujeres”. “Ah, no sé, pregúntele a las mujeres que han convocado esta
huelga”, espetaba el invitado, que explicó que “ha cedido
gustosamente” su columna dominical de El Mundo para que se publique
dicho manifiesto y así “las mujeres se mueran de vergüenza al leerlo”.
López
le indicaba que él había leído el manifiesto y que no entendía la
postura del periodista y escritor. “Si usted lee ese manifiesto, aunque
sea usted un hombre le sube los colores a la cara, no solo por la sintaxis, no solo por la moral, no solo por el absurdo enloquecimiento de las cuestiones que allí se tratan o se debaten, no solo por ese aire monjil o putrefacto”
exponía Espada, quien señalaba que hacía todo esto como “un acto de
buena voluntad hacia todas las mujeres, aunque eso sería ridículo, sino
hacia las convocantes”.
Para Arcadi Espada, la huelga feminista es “una bobada” porque “qué motivos va a haber” y dijo que para él la brecha salarial, es “discutibilísima, cierto en algunos aspectos, falsa en otros”, y que el hecho de “que las mujeres hagan huelga o no me la trae sin cuidado. Que hagan huelga de una manera conceptualmente, gramaticalmente correcta, es lo único que les pido”.
Además, Arcadi explicó que según su experiencia no existe
discriminación en el trabajo entre hombres y mujeres, pues "en 40 años
de periodismo desgraciadamente para mí, porque igual es porque no he
estado suficientemente atento, no he visto ni nunca a una mujer desplazada por razón de su sexo".
El Manifiesto... 06 de marzo de 2018
Monseñoras
El resignado lector de periódicos ya sabrá que el cardenal Osoro, bergogliano de pro, ha decidido apoyar la huelga feminista del ocho de marzo. Merecerá la pena llevar la cuenta de las cardenalas, obispas, canónigas, arciprestas, sacerdotisas y sacristanas que se suman a la huelga de mujeres convocada por la extrema izquierda.
De todos es sabido que la Iglesia católica ha aceptado el régimen de cuotas y de discriminación positiva, por eso las religiosas tienen más oportunidades que los religiosos para acceder a cargos directivos dentro de esta institución, como se puede observar cada vez que se convoca un cónclave, un sínodo, una conferencia episcopal o cualquier otra importante asamblea eclesiástica.
Aún
no tenemos noticia de que las rabinesas, las dalailamesas y las
ayatolesas se adhieran a tan magna ocasión, pero seguramente acudirá un
no pequeño contingente de brujas. Desde que Bergoglio se encasquetó la
tiara (que cualquier día cambiará por la boina del Che), la marea de
innovaciones populistas no ha dejado de crecer, hasta dejar tamañito a
Nicolás Maduro.
Pero entre las grandes aportaciones del montonerismo
eclesial en materia De Propaganda Fide hay señalar la de evangelizar por el ridículo, que
empezó cuando Francisco puso a bailar al obispado y continúa con Osoro
convertido en suripanta cadenalicia del desfile de tarascas del ocho de
marzo. ¿Para cuándo una carroza de la Conferencia Episcopal en el Gay Pride?
Mamma Roma siempre
ha destacado por su pragmatismo y su cínica adaptación a los poderes
terrenales, bien es cierto que con honorables excepciones, pero la
deriva populista de este papado va a conseguir lo que sus peores
enemigos jamás lograron: que se ponga ella solita en la picota, que
perpetre lo más imperdonable que se puede hacer con las cosas de Dios:
convertirlas en objeto de mofa, en asuntos que susciten una sonrisa de
desprecio en el viandante.
Cuando uno observa las comunidades religiosas
que se mantienen fieles a su Tradición, desde las iglesias orientales
hasta los budistas mahayana, pasando por musulmanes sunníes o
chiíes, hindúes, jainas y judíos ortodoxos, lo primero que salta a la
vista es el apego casi neurótico a rituales, tabúes, creencias y
liturgias, es decir, a todo lo que implica un decoro, una reverencia ante lo sagrado, ante la teofanía: el contacto con el mysterium tremendum, lo que en el vulgo profano denominamos trascendencia.
Quizá
sea el signo de los tiempos, quizás san Malaquías no andaba tan
equivocado, quizás el tercer secreto de Fátima no sea el que nos han
dicho que era... doctores tiene la Iglesia, supongo.
Pero lo que para
los legos está más que claro es que la sangría permanente de fieles y de
vocaciones en la Iglesia se originó en el Concilio Vaticano II, aquel
en el que la cura del alma de cada fiel dejó de ser el objeto de
la misión eclesial para convertir la Nave de San Pedro en un acorazado
Potemkin ocupado por un ente llamado el pueblo de Dios, en el que
el timón lo lleva un soviet de curas rojos empeñado en arruinar la
liturgia, razonar la fe y convertir a la Iglesia de Cristo en una
internacional de OeNeGés excristianas y postmarxistas, que es en lo que
han quedado, por ejemplo, los jesuitas.
La mística, la belleza, la
tradición, el arte, la reverencia ante lo sacro, todo eso ha sido
arrojado a un desván. Dicen que no es importante. Puede ser. Pero
millones de católicos de a pie han tenido un empeño constante en
enriquecer y embellecer sus templos durante dos milenios. Por algo será.
La salvación del alma individual de cada fiel, el acceder a reino de Dios –que no es de este mundo–, sí
que parecía un propósito esencial de la Fe. Y la belleza, el ritual, la
música, el sobrecogimiento de cada uno de nosotros ante ese misterio,
incomprensible e inexplicable, que es nuestro estar aquí y nuestro pasar
al más allá, nos importa mucho más que todas las zarandajas
sociológicas en las que se enredan nuestros obispos para ser más
populares, para conectar con la sociedad, para aggiornarse.
Desde
que el catolicismo se hizo social y progresista, las que más crecen son
las otras religiones. Sin embargo, hay una fascinación por San Juan de
Cruz, por los cartujos, por la música sacra. ¿No encienden estás
tendencias del laicado alguna luz en sus eminencias, que se creen tan al
día? ¿Tendrán que resignarse los occidentales con una vocación
espiritual a ascender al monte Carmelo en un monasterio tibetano, a
avivar la scintilla Dei junto a un gurú de Benarés?
Habla
mucho en contra de la sabiduría de las universidades pontificias el que
sus muy distinguidos teólogos no hayan caído en la cuenta de lo que
sabe cualquier viejecita que borda el manto de la Virgen, cualquier
miembro de una cofradía: la belleza, la tradición y el misterio son la
mejor manera de hacer entrar la fe por los ojos. Y cuanto más arcaica,
menos razonada y mas cantada, mejor. Véase a nuestros hermanos
ortodoxos.
La Iglesia católica no está en eso: el ocho de marzo sale a protestar contra el machismo y la familia heteropatriarcal.
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