Los reyes puteros salen caros a sus súbditos. Más aún si son
de la saga reinante, que tiene dos focos insaciables debajo de la
cintura: los genitales y los bolsillos.
En España se accede a la
Jefatura del Estado por vía vaginal y de ahí su obsesión por ser
sementales y ricos.
Así que, como los caballos de raza, hay que estudiar
su pedigrí histórico para entender, por ejemplo, el reciente lío del
cobro de comisiones por Juan Carlos y el desvío de 65 millones a una
fulana alemana.
Es un Borbón y basta. Lo lleva en los genes.
Su ancestro, Fernando VII, hijo a saber de quién, dada la casquivanía
de su madre, se casó cuatro veces, con una prima primero, con una
sobrina después y con otra sobrina finalmente, de la que nació Isabel
II. Ésta, pellejo de mancebía que tan bien ridiculizaran los hermanos
Becquer en Los Borbones en Pelota, se casó al final con un
doble primo. Uno de sus 10 hijos, nacidos de diferentes amoríos, fue
Alfonso XII, llamado el Puignontejo por ser hijo de Puigmoltó, un
teniente catalán que aunque cortó la trasmisión de la sangre real,
aportó algo de prestancia física a una familia tarada de endogamia.
Alfonso XII se casó con una prima primero, y con una monja después.
Se afamó entre las bambalinas de los teatros, persiguiendo actrices,
cantantes y cabareteras. Los agentes del Estado no daban abasto para
encubrir, con la manta del talonario, los escándalos de su desaforada
pilila. Las citas con la cantante italiana Adelina Borghi, llegaron a
suponer tal problema de Estado que el presidente Cánovas la puso en la
frontera francesa con una generosa jubilación. Aquellas meretrices
reales costaron caras al vasallaje.
Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, tuvo seis hijos y al menos otros
tres bastardos. Más que mujeriego, era adicto a la pornografía, sobre
todo al cine porno, hasta el extremo que se creó una productora para
abastecer a la casa real, la Royal Films.
En el libro Hasta la coronilla. Autopsia de los borbones de Iñaki Errazkin, se cuenta que Anita Loos, la guionista de Hollywood famosa por su película Los caballeros las prefieren rubias,
fue invitada por Alfonso XIII y en la conversación salió el sonado caso
de Fatty Arbuckle, el conocido cómico del cine mudo, caído en desgracia
cuando en una orgía sexual dicen que violó a una chica, Victoria Rappe,
con una botella de champán y murió dos días después.
“¡Qué mala suerte,
eso le puede pasar a cualquiera!” dijo el Borbón, comentario que Anita
incluyó en sus memorias (Adiós a Hollywood con un beso) y que dice todo de la vida privada del Borbón y de su ideal del sexo.
En 1931 el rey y su familia salían al exilio, echados a patadas por
un pueblo harto de sus borbonadas. Con el rey iba su hijo Juan, padre de
Juan Carlos. “Un rey solo puede estar en el trono, en el cadalso o en
el destierro”, dijo en 1978 a la revista Interviú. A él le tocó
el destierro pero muchos se arrepintieron de no haber puesto a trabajar
la guillotina en aquella primavera republicana.
En el destierro, Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, se casó con
una prima (¡prima otra vez!) y de esta unión nació Juan Carlos. Don Juan
se ofreció a Franco en 1936 para “salvar España”, consumió mares de
güisqui y siguió la tradición lujuriosa de la saga, aunque al estar
fuera de España no tuvo que andar el Estado tan pendiente de lavarle las
sábanas.
Franco prefirió a su hijo como sucesor y le hizo jurar, varias veces
sobre la Biblia, que seguiría fiel a su régimen. Y ahí lo hemos tenido,
perjuro, Rey de la democracia a la española. Todos hemos sido testigos
de su trayectoria: en cuanto al bolsillo, en pocas décadas hízose con
una de las mayores fortunas de Europa, con oscuras gestiones y tráfico
de influencias.
En cuanto a la bragueta, es inmensurable lo que costó al
erario público. Cuentan que desde joven osciló entre el glamour
y la sordidez. Ergo, entre la nobleza y los prostíbulos.
Ser un ciclán
no le ha impedido cubrir, con su único testículo, docenas de barraganas,
señoritas de compañía y aves de paso. Buena parte de ellas cobraron sus
tarifas, acrecentadas por la necesidad del Estado de socapar los
escándalos.
Una de ellas, la vedette Bárbara Rey, negoció al alza su
silencio y en lugar de la asignación mensual que ya disfutaba, entregó
el material sensible que tenía a cambio de una cantidad al alza, que
unos cifraron en cuatro millones de dólares y otros en cuarenta. Marta
Gayá se llevó dos millones.
A Corinna le investigan 65 millones, que
según dice “los recibió del rey Juan Carlos por el cariño que le
profesaba”. Me alegro por ellas. Se lo han ganado. Ha tenido que ser muy
desagradable tener encima a ese mataelefantes.
Seríamos igualmente republicanos si los borbones tuvieran la talla de
filósofos griegos o sabios renacentistas. Aunque fueran austeros y
honrados, no dejaríamos de proclamar que la monarquía es rémora
medieval, antítesis de democracia. Pero soportar a estos borbones ha
sido la peor de las humillaciones.
Por eso, ser republicano e independentista no es una mera opción
política: es una actitud vital, pura higiene moral. Cuando en una nueva
versión del “¡Vivan las cadenas!”, hasta el PSOE proclama que en esta
monarquía están representados los valores republicanos, está claro que
con España no hay futuro.
Nuestro mundo no es de ese reino. Quédense
ellos con sus amados borbones, sus insaciables bolsillos y sus voraces
braguetas.
Jose Mari Esparza
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