Para la inmensa mayoría de
nosotros, esta es nuestra primera pandemia. Somos novatos en cuarentenas
y en estados de alarma y, este nuevo escenario que ha ido avanzando a
ritmos vertiginosos, ha implantando medidas nuevas prácticamente a
diario, con la justificación de que, poco menos, que un virus está
arrasando con la humanidad.
Estado de alarma
El
estado de alarma se declara por el gobierno mediante real decreto
acordado por el Consejo de Ministros y dando cuenta al Congreso de los
Diputados. Esta situación se puede dar en caso de catástrofes,
terremotos, inundaciones, accidentes de gran magnitud, incendios
forestales o urbanos, crisis sanitarias, paralización de servicios
públicos esenciales para la comunidad o desabastecimiento de productos
de primera necesidad.
En
este país, el precedente que teníamos era la huelga de controladores
aéreos en el año 2010, cuando se declaró el estado de alarma por primera
vez en 35 años y el ejército asumió los mandos del servicio al verse
paralizado el tráfico aéreo por la huelga y obligando a regresar a sus
puestos a los trabajadores con penas de prisión por un delito de
rebelión.
Hoy,
nos encontramos de nuevo con la aplicación del estado de alarma pero
con consecuencias globales y repercusiones para absolutamente toda la
población. A penas teníamos tiempo de asimilar una nueva medida del
gobierno, cuando decidían comunicarnos la siguiente, pero al mismo
tiempo, no ha sido difícil conectar dichas prohibiciones con la
inevitable consecuencia de que nuestras libertades más básicas se iban a
ver considerablemente reducidas.
Y no estábamos equivocados pues, ya
desde muchos sectores distintos de la sociedad, se venía señalando que
utilizar el pánico social, el aislamiento y el castigo a quien lo
incumpliera, traería consigo innumerables consecuencias sociales,
personales, físicas y mentales.
El ejército en la calle
¿Acaso
se lucha contra un virus con militares en las calles? ¿A una enfermedad
se le combate con armas, tanques, jeeps, helicópteros, camiones y todo
tipo de parafernalia militar? ¿Qué sentido tiene la presencia de los
militares en una situación como la que estamos viviendo?
Como
ya hemos mencionado, si un servicio público esencial se pone en huelga y
afecta al conjunto de la población, el ejército puede hacer las veces
de esquirol y tomar las riendas. En este caso, no se trata de una
situación ni parecida, ya que los servicios esenciales son precisamente
los que se han quedado funcionando mientras hemos prescindido de
prácticamente la totalidad de la producción y del consumo de este país
(por otro lado, nos hemos dado cuenta de lo inservible que es
prácticamente todo lo que producimos y consumimos).
Por lo tanto, en un
contexto como el que estamos, que nada justifica la presencia militar
para tomar los mandos de nada, se nos viene a la cabeza informaciones
que van encajando perfectamente. Estados Unidos ha enviado a Europa
20.000 militares con miras a enviar a otros 10.000 en una operación que
se llama “Europe Defender 2020” que tienen la intención de
comprobar las estrategias que se deben utilizar en Estados Unidos y
Europa en caso de que se produzcan amenazas que puedan llevar a una
hipotética guerra, revueltas, insurrecciones, etc.
De la misma forma
que, en el sur de Italia, se han desplegado 7.000 soldados con la
intención de “contener y repeler las posibles revueltas que se preven que ocurran a causa de la crisis económica”
o en España, donde se están ya anunciando distintas movilizaciones
sociales, huelgas, etc. (que se han venido dando desde el inicio de esta
pandemia).
Políticos y “expertos” de distinto calado ya vienen avisando
de que es más que posible que se avecine un escenario de
enfrentamientos en las calles y, esta vez, quienes nos contengan podrían
ser los militares junto con la policía.
Estado policial y militar
Si
hay algo que se nos va a quedar grabado a fuego de estos dos meses de
cuarentena, es el estado policial al que hemos sido sometidos a diario. Y
es que “la letra con sangre entra” y, en clave de castigo y autoridad
exacerbadas, se nos han impuesto unas normas de comportamiento y de
confinamiento nunca antes vividas.
La
presencia policial en forma de sanciones y arrestos, se saldan con
estas cifras (por el momento): más de 740.000 multas y más de 5.500
detenciones y, este número de denuncias, se acerca al total de sanciones
impuestas entre 2015 y 2018 por la ley mordaza, cuando sumaron 765.416, según el Portal Estadístico de Criminalidad de Interior.
La
Comunidad de Madrid ha pedido en varias ocasiones que los militares se
desplieguen en la Cañada Real para hacer que se cumpla el confinamiento,
de la misma forma que en un barrio de Málaga el ejército de tierra con
tanques hacía las veces de policía hace semanas con la misma intención,
por poner sólo dos ejemplos.
Ambos barrios, son considerados
“conflictivos” según la catalogación normativa que se suele utilizar, o
lo que nosotros preferimos decir, con un alto índice de pobreza,
marginalidad y falta de medidas de todo tipo, inclusive, para seguir el
confinamiento impuesto tal y como se obligaba a cumplir.
La tecnología: una gran aliada de la represión
El gobierno ha puesto en marcha “DaraCovid-19”,
un plan para rastrear los movimientos de la población a través de una
aplicación de descarga gratuita en los teléfonos móviles. La excusa es
que se usarán los datos unicamente durante la emergencia sanitaria,
siendo borrados después y permaneciendo en el anonimato durante todo el
proceso.
La intención es trazar un mapa territorial en el que se puedan
dibujar zonas diferenciadas con sus respectivos patrones de
comportamiento respecto a la cuarentena para saber qué barrios o zonas
de las ciudades tienen “comportamientos tipo” no deseados y, por lo
tanto, se podrían aplicar medidas excepcionales.
La
intención de este plan no es sanitaria: pretenden saber los movimientos
de la población por horarios y zonas para poder prever qué zonas serán
las más “complicadas” en caso de continuar endureciendo las medidas o en
caso de que las protestas sociales empiecen a tener cabida en cualquier
momento.
Paralelamente y con algo de posterioridad, apareció “Covid Monitor”,
una app desarrollada por Minsait, la filial de tecnologías de la
información de Indra, que permite al usuario conocer en cada momento su
nivel de exposición al virus dependiendo del lugar donde se encuentre y,
al mismo tiempo, proporciona información a las autoridades sanitarias
sobre de los comportamientos individuales de los ciudadanos de cara a
“combatir la pandemia”.
La aplicación permitirá la geolocalización del
usuario para verificar que se encuentra en la comunidad autónoma en la
que declara estar, entre otras decenas de funciones que permiten conocer
al usuario, de forma no anónima, y establecer así un registro completo
con todo tipo de información, patrones de conducta, hábitos, etc.
El Reglamento Europeo de Protección de Datos ampara y da luz verde a todas estas medidas por deberse a una “situación excepcional” que busca “garantizar los intereses vitales de los afectados y de terceros”. De hecho, el reglamento autoriza este tratamiento de datos “para fines humanitarios, incluidos epidemias o situaciones de emergencia en caso de catástrofes naturales o de origen humano”.
También
nos referimos a los drones, códigos QR que nos dirán dónde y como
podemos acceder a zonas de la ciudad, chips, sistemas de reconocimiento
facial, etc. Aún nos quedan muchas nuevas medidas por ver que formarán
parte de la “nueva normalidad” que ya nos están avisando y, casi
la totalidad de las mismas, pasan por implantaciones tecnológicas más
sofisticadas y perfeccionadas para el control de movimientos de
población y de la consiguiente aplicación de una represión más
tecnológica y efectiva.
El miedo como justificación para reprimir
“Tranquilos, todo va a salir bien, no hay de que temer, pero vamos a morir todos”.
Prácticamente, ese es el mensaje que se nos ha estado transmitiendo
durante todo el tiempo. Falsas intenciones de tranquilizar a la gente,
mensajes alarmantes, contadores de muertos, estado policial,
señalamiento y castigo a quiénes no cumplen con la cuarentena, nula
información real, sensacionalismo…
Pero, todo esto forma parte de una
campaña de pánico social que tiene como propósito generar auto-control,
auto-aislamiento y señalamiento con el pretexto del contagio, de las
muertes, de la expansión de la pandemia y de la responsabilidad personal
como casi única forma de parar al virus; responsabilidad personal
cubierta de desinformación y de miedo como forma de hacer política.
Qué
mejor forma para controlar a la gente que haciéndoles sentir que
cualquier movimiento fuera de la cuarentena, atenta directamente contra
su salud y contra la de sus seres queridos. Partiendo de esa base, el
control social y la represión a uno mismo, están servidos.
Más autoritarismo
Esta
situación pone de manifiesto una realidad que se plantea mucho más
inmediata de lo que pensábamos. Más o menos todo el mundo era consciente
de que la tecnología estaba avanzando a pasos agigantados y venía para
quedarse y para sustituirnos en buena parte de nuestros espacios de
actuación. Sabíamos que los recortes de libertades y de actuaciones que
veníamos viviendo en los últimos años, seguirían aumentando a causa de
una posible nueva crisis inmobiliaria.
Sabíamos que cada vez veíamos más
policía en las calles, más castigo, más delitos sancionables que antes
no lo eran, más hostilidad y austeridad, más condenas.
Sabíamos que el
empobrecimiento de la población, incluso de ciertos sectores que estaban
más alejados de esta situación, podría ser un hecho real con el paso
del tiempo y sabíamos que, de alguna u otra forma, estas y otras muchas
consecuencias del capitalismo nos las íbamos a tener que comer los
mismos de siempre. Lo que no teníamos tan claro es que fuera a ser todo
tan rápido, de la noche a la mañana, porque en nuestra mentalidad
etapista, pensábamos que todos estos cambios se iban a ir dando
paulatinamente.
Un virus ha llegado para arrasar la economía, para
acabar con las personas mas improductivas y que más dinero cuestan, para
reajustar otra vez el capitalismo, para implantar medidas laborales más
esclavistas que las anteriores, para echarnos nuevamente de nuestras
casas, para convertir las ciudades en espacios todavía más hostiles,
para prohibir todavía más cosas relacionadas con la libertad, el
movimiento, la expresión, el desacuerdo político.
Para endurecer aún más
las leyes y aplicarlas contra quienes ser rebelan, para renunciar a
muchas de las conquistas sociales que se consiguieron a base de huelgas,
ataques, sabotajes, auto-organización, acción directa, personas presas y
asesinadas.
Hay
una clara tendencia a tornar los sistemas en los que vivimos más
autoritarios y cercanos a actitudes fascistas, más censores,
restrictivos y represivos.
Pero
no todo está perdido, como desde ciertos sectores nos hacen creer, y no
precisamente sectores del poder. La diferencia entre nosotros y quienes
sólo ven el fin del mundo, es que nosotros planteamos escenarios de
lucha y extraemos conclusiones a raíz de esta situación. La conspiración
se aliá con el poder para desmovilizar a la gente.
Que no nos la cuelen. Vienen tiempos difíciles pero también luchas y resistencias. Nos veremos en las calles.
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