Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 16 de junio de 2020

Fraude democrático


 Todo lo que creíamos intocable ha devenido en corrupción y apesta. 

Ahí́ está la monarquía, ¿humana o divina? institución otrora ejemplar que salvó la democracia según los cronistas adulones y que hoy naufraga entre mangantes, aprovechados y tunantes, perdida en medios de torpezas irreparables que han ocupado las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo.


Todas esas voces que claman, a veces de forma destemplada, por la regeneración democrática y se niegan a adoptar cambios y reformas porque no son absolutamente necesarias y podrían dañar el sistema, anulando el modelo político, acaban enrocándose en una posición inmovilista porque, en realidad, no quieren que nada cambie. 


Les va bien así́. Prefieren las cosas como están y no asumen el riesgo de revisar convenientemente un pasado que, nos guste o no, ha dejado de ser igualitario, democrático y justo. Deberíamos aprender de nuestra historia para no repetir los mismos errores.


Sostienen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades cuando, en realidad, lo que ha sucedido es que han inducido al pueblo, en general, desde la incoherencia ideológica, desde la corrupción política de los diferentes poderes, incluso la de los medios de comunicación, desde la manipulación de la verdad y la visibilidad de imagen y opinión de líderes y lideresas que no son más que auténticos fraudes humanos.


 Hemos hecho un mal uso del modelo político del sistema democrático y, peor aún, de la conciencia social, incurriendo en un abuso de los principios que garantizan la libertad con dignidad, la igualdad real, la verdad y la ética de todos y todas por encima de intereses particulares y privados. 


Ese deterioro de lo público ha acabado con una imagen perversa de la democracia en la que los ciudadanos se han dejado llevar por conductas reprobables y comportamientos amorales. Todo lo que creíamos intocable ha devenido en corrupción y apesta. Ahí́ está la monarquía, ¿humana o divina?, institución otrora ejemplar que salvó la democracia según los cronistas adulones y que hoy naufraga entre mangantes, aprovechados y tunantes, perdida en medios de torpezas irreparables que han ocupado las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo. 


O la justicia, garante antaño de la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas en general ante la ley y desde hace tiempo al servicio de los mercaderes que desahucian, de los delincuentes de guantes blancos, azules, rojos o verdes que lavan su dinero en paraísos fiscales y de “criminales” deshumanizados de alto copete que se benefician de la gracia del indulto sin ser indultados sino ayudados y beneficiados por el sistema antes detallado.


 La lista de lo que no funciona, de lo que está tocado o ya no sirve es amplia, abarca todo aquello que por miedo, desidia o mediocridad no hemos querido tocar desde el advenimiento de la democracia hasta hoy, empezando por la Constitución, cuyos derechos fundamentales son papel mojado en medio de una crisis generalizada en lo social, económica, ideológica, humana y existencial que nos ha hecho menos libres y, en consecuencia, menos hombres, pisoteando nuestra conciencia y nuestra dignidad en nombre de las dictaduras, públicas y privadas, de los mercaderes, de su codicia y ambición sin limites, que incluso en ocasiones son aupados por políticos de gobiernos y oposición acompañados y acompañadas de  los “Rasputín” de turno en sus comportamientos diabólicos .


 Y el caso es que la democracia precisa mantenimiento ideológico y ético para no desplomarse y para que luzca limpia, justa, igualitaria, honesta y transparente. 


Si no lubricamos los mecanismos que la sostienen, acabaran oxidados, sin lustre y sin capacidad operativa, acabará, si no lo está ya, en autocracia. 


En nuestro caso, la regeneración de España y de su democracia no puede pasar en modo alguno por el recorte de libertades y derechos, la falta de oportunidades, el desarraigo, la insolidaridad, la carencia de lo mínimo para vivir con dignidad. Y para ello hay que poner coto a la corrupción en general de todos los poderes del Estado y al inmovilismo.


 Urge la regeneración de los poderes fácticos, del Capital deshumanizado, de los medios de comunicación, de la Iglesia de todas las creencias, de los movimientos sociales y sindicales, de la hoguera de las vanidades de personajes y “trileros con corbatas o pañuelos” de cualquier género y tendencias públicas.


 El pueblo está ya en las ultimas y, pobre de solemnidad, no acierta a ver el futuro porque ni siquiera tiene presente. 

EPÍLOGO


Hoy es un día importante en mi vida porque se produce un cambio profundo, un punto de inflexión en el que tendré mucha más libertad para poder decir, escribir y publicar lo que durante muchos años, por distintas razones, me he visto obligado a callar.


 Ha llegado el momento en el que todo lo que sé vea la luz, en el que todas las cosas que mi cabeza ha guardado bajo distintos candados cerrados por aspectos como la lealtad salgan a la superficie porque mi conciencia me obliga a entregárselos a la gente. 


El pueblo tiene el derecho de saber y un periódico tiene la obligación, en pos de la transparencia, de ser el canal por el que las personas conozcan verdades que no se pueden callar. Mi conciencia, mi ética, me impide seguir manteniendo cerrados esos candados.


 La libertad no sólo hay que vivirla, sino que hay que construirla y el silencio es la peor de las cautividades. 


Que cante la Libertad por colinas y montes, por campiñas y mares, por ríos y ciudades, por pueblos y bulevares. ¡Que cante la Libertad con dignidad!, por palacios, parlamentos, congresos y senados. 


¡Que cante la Libertad!, por sindicatos y patronales, por cuarteles  y ONG, por residencias y hospitales, por tierra, mar y aire, por listas del paro y despachos de bancos.


 ¡Que cante la Libertad!, por Caracas y Nueva York, por el Caribe y el Mediterráneo, por mares vivos y muertos, por las murallas de Jerusalén y Belén, por París y Berlín, Londres y Estambul, Roma y Atenas. 


¡Que cante la Libertad!, por girasoles y trigales, por redes y minas, por corazones y almas, por conciencias e ideologías. ¡Que cante la Libertad!, por mayores y niñ@s, por jóvenes y adultos.


 ¡Que cante la Libertad!, por la verdad, por la razón sin miedo, por los derechos humanos, por la ética, por la honestidad, por la justicia social, por la igualdad real.


¡Que cante la Libertad!, por la propia libertad con dignidad.




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