Una de las caceroladas frente ala vivienda de Pablo Iglesias e Irene Montero, en Galapagar.
Una mañana mi hijo y mi hija desayunaron con una amenaza de muerte.
Publicada, difundida en redes. Yo ya había recibido unas cuantas.
Una
sola es más de lo que una merece vivir.
Pero cuando leí que alguien les
decía que morirían por mi culpa, un "alguien" que conocía sus edades y
las hacía públicas, que daba datos sobre un niño y una niña a los que yo
debía proteger, a los que se supone que yo amparo por encima de todas
las cosas, aquella mañana se me curvó el suelo en la cocina, las
magdalenas enseñaron sus fauces, la sacudida de un grito sordo recorrió
cazos y sartenes y la cocina familiar fue de golpe la entrada al
infierno.
Meses llevan los indeseables, las indeseables, cercando la
casa de la familia de Irene Montero y Pablo Iglesias, meses impidiendo a
una niña y dos niños crecer en paz. Esos meses son un aviso. ¿Por qué
no lo ven las autoridades? ¿Por qué no lo ve el Ministerio del Interior y
sus cuerpos de seguridad?
¿Por qué no lo ve la Fiscalía? ¿Por qué
carajo nadie actúa?
Nadie actúa.
Cuando eso sucede, y porque eso sucede, los indeseables, los ultras,
los y las fascistas dan un paso más. Siempre es así. Ese paso, al que
acabamos de asistir, consiste en impedirles el descanso. Impedir que esa
niña y esos niños disfruten de sus padres el poco tiempo que les
permite la vida laboral, el exhausto correr de los días políticos.
Es el horror. EL HORROR. Y el horror no descansa. Cada paso que da y
no es respondido INMEDIATAMENTE, condenado, castigado, abre la vía al
paso siguiente.
Ayer una mujer violenta, una mujer tejedora de horrores, hilandera
del mal, dio ese nuevo paso, que no es sino otro paso más. De manera que
si ese paso queda de nuevo impune llegará el siguiente y el horror
sucederá ante nuestras narices y entonces, con la boca abierta como los
lagartos lerdos, nos haremos la pregunta del imbécil: ¿Cómo no lo vimos
venir?
Hasta ayer, las andanadas, el acoso, las agresiones estaban dirigidas
a Montero e Iglesias. Aunque sí pasa, no pasa nada. Están
acostumbrados, estamos acostumbradas. Han visto y hemos visto gentes a
la puerta de nuestras casas.
Han tenido y hemos tenido miedo a salir con
las criaturas, porque a medida que crecen, eso lo sé yo bien, aprenden
que hay personas que dan miedo y que su madre o su padre o ambos pueden
ser insultados, agredidos, vituperados ante sus ojillos aún limpios.
Ayer leí a esa costurera de dolores aludir directamente a la pequeña y
los pequeños. No es inocente, carajo.
Señor ministro de Interior,
señores y señoras de la Fiscalía, cuerpos públicos de seguridad, este
texto supone un paso más en el horror y requiere respuesta inmediata: Me pregunto a qué colegio pretenderán llevar el coletas e Irene a sus hijos, porque van a ser carne de colleja...
Todo,
todo esto que está padeciendo la familia de Montero e Iglesias, ministra
de Igualdad y vicepresidente del Gobierno respectivamente, exige una
respuesta INMEDIATA, contundente, sin fisuras ni buenismos, con la Ley
por delante.
¿A qué van a esperar? ¿A que den el siguiente paso? ¿Se han
preguntado cuál será el siguiente paso?
A las criaturas no se las toca.
De las niñas y los niños es responsable la sociedad entera. Cuando una
bestia alude a unas criaturas y las sitúa ya en el centro de la diana y
con ello da pie a que otro u otra sigan adelante, la respuesta debe ser,
insisto, inmediata.
Porque si tocan a esa niña y esos niños, si como
hasta ahora impiden su normal desarrollo, deberían ustedes, como
representantes de la ciudadanía haber tomado cartas en el asunto, cartas
contundentes, definitivas. Pero es que no solo se ha vulnerado su
derecho a crecer en paz, sino que ya se ha aludido a ella, a ellos.
El siguiente paso, el que marca el espeluznante escrito público de
tal indeseable, lo dará otro u otra, y consistirá en hacer público el
colegio en el que estudian, de la misma forma que han hecho público el
lugar en el que podrían haber disfrutado de su padre y su madre por
poquísimo tiempo, en paz, sin alertas ni agresiones.
Esto no va de solidaridades. Esto no va de "doy todo mi apoyo".
Esto
va de intervenir contundentemente y frenar en seco cualquier paso dado y
cualquier paso a dar por estos y estas a quienes ustedes se resisten a
llamar fascistas pese a serlo.
Yo maldigo a quienes rompen la alegría de las criaturas, a quienes
les impiden crecer en paz, en esa paz que nuestra sociedad defiende, en
teoría, para ellos.
Yo maldigo a quienes tejen con salivilla agria y
bilis de odio la telaraña donde cazarlos y destruirlos.
Yo maldigo a
quienes por tibieza o idiotez no lo impiden.
Malditos sean.
Una mañana mi hijo y mi hija desayunaron con una amenaza de muerte.
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