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martes, 1 de septiembre de 2020

CÓMO EL DEMONIO DEL VIRUS MATA LA NOCHE ROCKERA DE BILBO

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 De los ocho «garitos» de la ruta rockera-metalera del Casco Viejo de Bilbo, la mitad están cerrados y todos ellos, en una situación extremadamente precaria que achacan a la «demonización del ocio nocturno». Si cierran, perdemos mucho más que unos bares.


La reflexión, dicha con una gran carga de ironía y toda la amargura del mundo, es de Charly de Gumuzio, el propietario de dos establecimientos –La Revenge, de Somera, y el Babylon, de Iturribide– que forman parte de todo un clásico de la noche bilbaina: la ruta rockera y metalera del Casco Viejo.


 «El Covid-19 –dice Charly– es obviamente un virus muy vago y muy crápula, al que solo le gusta ir de fiesta y salir de noche. 


También es un virus antitaurino, porque no va a los toros (los bares los cierran, pero no las plazas de toros), y obviamente también odia el futbol... Al virus solo le gusta la fiesta, el alcohol, las drogas y el rock and roll, porque un concierto no lo va a haber nunca tampoco. Este es un virus muy selectivo, con unos gustos muy claros».


Repetidamente señalado como foco de contagios, desde que empezó la pandemia el ocio nocturno se ha convertido en una auténtica «bestia negra»


. En un totum revolutum, saltan las noticias sobre contagios grupales en botellones, en calles de poteo, en discotecas o en no-fiestas de pueblo. Como muestra, las recientes declaraciones de la consejera Nekane Murga («Hay más de cuarenta personas luchando contra la muerte, porque algunas personas se fueron de copas o estuvieron en reuniones familiares») y la estricta, y cambiante, normativa en hostelería.


 «El ocio nocturno no ha estado de funcionamiento desde marzo más que dos fines de semana [el último, y por la sentencia del TSJP, fue el 13 al 15 de agosto; a partir de entonces están con horario restringido hasta la 1.30 de la noche]. Entonces ¿cómo ostias va a estar contagiándose la gente a la noche si está el ocio nocturno cerrado? 


Las discotecas llevan seis meses cerradas», exclama Unai Blanco, dueño del Skulls Metal Pub, un clásico heavy de la calle Barrenkale. Tanto su bar como los de Charly de Gumuzio están con la persiana echada de momento, en una situación económica extrema.


 Y tanto Unai como Charly de Gumuzio forman parte de ABRIR (Asociación de Bares Rockeros Intentado Resurgir), una asociación cultural surgida tras el confinamiento y que engloba a los siete propietarios de los ocho bares que forman el circuito rock y heavy enclavado en el corazón del Casco Viejo: de la calle Iturribide, el Metal, Las Ruedas, Zerua Rock Bar, La Espuela, y Babylon; de Somera, La Revenge; y de Barrenkale, Gure Txoko y Skulls Metal Pub. Un circuito en el que la música es parte y expresión de una cultura y una forma de vida.


Berlín, Liverpool... y Euskal Herria


En Berlín, el ayuntamiento ha aprobado recientemente unas ayudas de 81.000 euros para cada uno de los 46 locales y salas de conciertos, consciente de que la vida nocturna es uno de los pilares de la vida social y económica de la ciudad y de que, si desaparecen, Berlín dejaría de ser la “capital de la fiesta” de Europa. Eso no les conviene, sobre todo por la vida cultural, por el turismo y por todo el dinero que esos locales mueven y generan.


 En Liverpool, el alcalde Joe Anderson ha hecho un llamamiento para que el Estado apoye económicamente a The Cavern Club, el local musical que vio tocar a los Beatles por primera vez. Porque, son sus palabras, «la perspectiva de perder una joya nacional como esta es un escenario horrible».


Unai Blanco resopla: «Eso es en el primer mundo. Estuvimos en Praga hace dos años y allí existen los ‘ruin bar’, que de ruina no tienen nada y son como gaztetxes, enormes. Son de interés cultural, a los que te mandan desde la oficina de turismo. A mí me ha venido un grupo de turistas con el plano de Bilbao, buscando un bar.


 En la oficina de turismo les habían tachado Barrenkale, Somera y San Francisco. Y les pregunté: ‘¿Quien os ha tachado esto? Ellos: ‘It’s a dangerous street’ (es una calle peligrosa). ‘¡Pero si estáis aquí, en Barrenkale!’. Les están diciendo que no vengan a mi calle; pues no me están ayudando mucho. Porque a mi bar es bienvenido cualquiera, a ver si me entiendes».
 

Unai se preparaba para celebrar el pasado fin de semana el décimo aniversario del Skulls, pero no ha podido ser. El suyo, al igual que el Babylon, es un pub; es decir, dentro de la normativa de hostelería está incluido en el grupo 3 –en la asociación los hay del grupo 2 y 3, lo que le permite permanecer abierto hasta más tarde que los del grupo 2. 


Esto conlleva más ingresos, pero también más impuestos y tasas, evidentemente. «A nosotros, nos dejan abrir ahora con un 60% de aforo, pero eso me dejaría a mi con diez personas [su aforo normal es de 30], todas sentadas. Y yo no tengo mesas. He tenido que contratar además una persona para la puerta. En estas condiciones yo no abro, porque tengo un bar de noche, no puedo convertirlo en el Iruña».


El Skulls, es cierto, no es bar Iruña. Pero también es un clásico, con una clientela fija. «Parece que les jode, porque no entramos en el rollo del turisteo –añade–. La gente llega a mi bar y mucha tiene la consumición puesta, porque no hace falta que la pida. Dani Álvarez [el periodista es un asiduo y suele pinchar música] en Radio Euskadi me preguntó por mis clientes, y le dije que yo no tengo clientes, que no soy un banco.


 En mi local hay parroquianos. Yo pongo la música que pongo y viene la gente que viene, que son más majos que la leche la mayoría».


En diez años solo recuerda una pelea y sí muchos buenos momentos. La pelea mayor ha sido la supervivencia –el año pasado tuvo que trabajar en el puerto–, y lo administrativo, que le ha traído tener un aforo menor que el que le correspondería. Los heavys son gente tranquila –«no sé por qué tenemos mala fama: estamos en el XXI y las greñas y los tatuajes los lleva todo el mundo.


 ¡Somos gente normal! ¡Que no traficamos con niños!»– pero no tonta: «Ponéis la mascarilla obligatoria y han subido los contagios.


 Cerramos el ocio nocturno, que no está operativo desde marzo, y le echáis la culpa de todo». ¿Y si cierran este circuito? Unai lo tiene claro: «Si desaparece, desaparece una parte de nuestra esencia como ciudad. Y una ciudad turística sin ocio, a ver quién va a verla».


«Somos parte de la solución»


A Charly de Gumuzio no hace falta preguntarle cómo está. Tiene cerrados sus dos bares, porque en las condiciones actuales solo le provocarían más pérdidas –ambos están en calles de paso, con aforos imposibles– y ha tenido que despedir a sus dos trabajadores. «Mis pérdidas desde marzo hasta aquí son muy altas –explica–. He tenido que pedir un préstamo, que se está acabando, y de ahora en adelante no sé qué voy a hacer. Tengo los dos locales cerrados.


 De uno de ellos me perdonaron el alquiler durante el confinamiento pero ahora tengo que pagarlo, y el otro local lo compré; o sea, que lo estoy pagando. Mientras estoy pagando autónomos, impuestos de basuras, todo... y la SGAE manda todos los meses cartas, aunque tenga los bares cerrados».


En esta pandemia, y quizás por las propias circunstancias, es evidente se están tomando decisiones sin matices. Y también hay un control estricto en algunos extremos –la presión de la Policía Municipal y las multas–, paralelamente a la imposibilidad de control, según parece, en otros.


 Léase, botellones de jóvenes. «La sensación que me da a mi personalmente –dice Charly– es que como los hosteleros y, en general, los autónomos no tenemos un sindicato que vaya a dar la cara por nosotros, se están aprovechando y culpabilizándonos de esto. 


Es demencial, porque no ha habido ningún caso en Bilbao, pero, eso sí, nos han cerrado a todos. Y la culpa viene del ocio nocturno.


 El problema de la instituciones es que nos ven como el problema, cuando realmente somos parte de la solución. Porque si a nosotros nos dejan abrir, podríamos controlarlo para nosotros empezar a trabajar, cuando ahora estamos a punto de cerrar la mayoría de los locales, porque es insostenible esta situación sin ningún tipo de ayuda. 


Pero es que, aparte de eso, es que la gente ya no estará en la calle haciendo fiestas clandestinas, porque los locales estarán abiertos y podrán ir a un local donde estarán bebiendo en vasos limpios y van a controlar que la gente se comporte y mantenga las distancias».


¿La solución? «Que detectasen dónde está realmente el problema y que trabajasen en consecuencia a ello. El problema no está en el ocio nocturno en general; el problema es que no está controlado. La gente va a querer seguir saliendo, porque la realidad es que estamos en un país que es el bar de Europa.


 En una encuesta que vi hace poco se decía que solo Bilbao tiene más bares que todos los Países Bajos. Vivimos en el país del ocio nocturno; por eso, cuando tienes tanta afluencia de público que busca esto, a lo mejor lo que tendrías que haber hecho son unas campañas de concienciación, como hicieron con las playas y ahora con las mascarillas»



  El demonio del virus está matando la noche rockera de Bilbo 





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