De los ocho «garitos» de la ruta rockera-metalera del Casco Viejo
de Bilbo, la mitad están cerrados y todos ellos, en una situación
extremadamente precaria que achacan a la «demonización del ocio
nocturno». Si cierran, perdemos mucho más que unos bares.
La reflexión, dicha con una gran carga de ironía y toda la
amargura del mundo, es de Charly de Gumuzio, el propietario de dos
establecimientos –La Revenge, de Somera, y el Babylon, de Iturribide–
que forman parte de todo un clásico de la noche bilbaina: la ruta
rockera y metalera del Casco Viejo.
«El Covid-19 –dice Charly– es
obviamente un virus muy vago y muy crápula, al que solo le gusta ir de
fiesta y salir de noche.
También es un virus antitaurino, porque no va a
los toros (los bares los cierran, pero no las plazas de toros), y
obviamente también odia el futbol... Al virus solo le gusta la fiesta,
el alcohol, las drogas y el rock and roll, porque un concierto no lo va a
haber nunca tampoco. Este es un virus muy selectivo, con unos gustos
muy claros».
Repetidamente señalado como foco de contagios, desde que empezó la
pandemia el ocio nocturno se ha convertido en una auténtica «bestia
negra»
. En un totum revolutum, saltan las noticias sobre contagios
grupales en botellones, en calles de poteo, en discotecas o en
no-fiestas de pueblo. Como muestra, las recientes declaraciones de la
consejera Nekane Murga («Hay más de cuarenta personas luchando contra la
muerte, porque algunas personas se fueron de copas o estuvieron en
reuniones familiares») y la estricta, y cambiante, normativa en
hostelería.
«El ocio nocturno no ha estado de funcionamiento desde marzo
más que dos fines de semana [el último, y por la sentencia del TSJP,
fue el 13 al 15 de agosto; a partir de entonces están con horario
restringido hasta la 1.30 de la noche]. Entonces ¿cómo ostias va a estar
contagiándose la gente a la noche si está el ocio nocturno cerrado?
Las
discotecas llevan seis meses cerradas», exclama Unai Blanco, dueño del
Skulls Metal Pub, un clásico heavy de la calle Barrenkale. Tanto su bar
como los de Charly de Gumuzio están con la persiana echada de momento,
en una situación económica extrema.
Y tanto Unai como Charly de Gumuzio
forman parte de ABRIR (Asociación de Bares Rockeros Intentado Resurgir),
una asociación cultural surgida tras el confinamiento y que engloba a
los siete propietarios de los ocho bares que forman el circuito rock y
heavy enclavado en el corazón del Casco Viejo: de la calle Iturribide,
el Metal, Las Ruedas, Zerua Rock Bar, La Espuela, y Babylon; de Somera,
La Revenge; y de Barrenkale, Gure Txoko y Skulls Metal Pub. Un circuito
en el que la música es parte y expresión de una cultura y una forma de
vida.
Berlín, Liverpool... y Euskal Herria
En Berlín, el ayuntamiento ha aprobado recientemente unas ayudas de
81.000 euros para cada uno de los 46 locales y salas de conciertos,
consciente de que la vida nocturna es uno de los pilares de la vida
social y económica de la ciudad y de que, si desaparecen, Berlín dejaría
de ser la “capital de la fiesta” de Europa. Eso no les conviene, sobre
todo por la vida cultural, por el turismo y por todo el dinero que esos
locales mueven y generan.
En Liverpool, el alcalde Joe Anderson ha hecho
un llamamiento para que el Estado apoye económicamente a The Cavern
Club, el local musical que vio tocar a los Beatles por primera vez.
Porque, son sus palabras, «la perspectiva de perder una joya nacional
como esta es un escenario horrible».
Unai Blanco resopla: «Eso es en el primer mundo. Estuvimos en Praga
hace dos años y allí existen los ‘ruin bar’, que de ruina no tienen nada
y son como gaztetxes, enormes. Son de interés cultural, a los que te
mandan desde la oficina de turismo. A mí me ha venido un grupo de
turistas con el plano de Bilbao, buscando un bar.
En la oficina de
turismo les habían tachado Barrenkale, Somera y San Francisco. Y les
pregunté: ‘¿Quien os ha tachado esto? Ellos: ‘It’s a dangerous street’
(es una calle peligrosa). ‘¡Pero si estáis aquí, en Barrenkale!’. Les
están diciendo que no vengan a mi calle; pues no me están ayudando
mucho. Porque a mi bar es bienvenido cualquiera, a ver si me entiendes».
Unai se preparaba para celebrar el pasado fin de semana el décimo
aniversario del Skulls, pero no ha podido ser. El suyo, al igual que el
Babylon, es un pub; es decir, dentro de la normativa de hostelería está
incluido en el grupo 3 –en la asociación los hay del grupo 2 y 3, lo que
le permite permanecer abierto hasta más tarde que los del grupo 2.
Esto
conlleva más ingresos, pero también más impuestos y tasas,
evidentemente. «A nosotros, nos dejan abrir ahora con un 60% de aforo,
pero eso me dejaría a mi con diez personas [su aforo normal es de 30],
todas sentadas. Y yo no tengo mesas. He tenido que contratar además una
persona para la puerta. En estas condiciones yo no abro, porque tengo un
bar de noche, no puedo convertirlo en el Iruña».
El Skulls, es cierto, no es bar Iruña. Pero también es un clásico,
con una clientela fija. «Parece que les jode, porque no entramos en el
rollo del turisteo –añade–. La gente llega a mi bar y mucha tiene la
consumición puesta, porque no hace falta que la pida. Dani Álvarez [el
periodista es un asiduo y suele pinchar música] en Radio Euskadi me
preguntó por mis clientes, y le dije que yo no tengo clientes, que no
soy un banco.
En mi local hay parroquianos. Yo pongo la música que pongo
y viene la gente que viene, que son más majos que la leche la mayoría».
En diez años solo recuerda una pelea y sí muchos buenos momentos. La
pelea mayor ha sido la supervivencia –el año pasado tuvo que trabajar en
el puerto–, y lo administrativo, que le ha traído tener un aforo menor
que el que le correspondería. Los heavys son gente tranquila –«no sé por
qué tenemos mala fama: estamos en el XXI y las greñas y los tatuajes
los lleva todo el mundo.
¡Somos gente normal! ¡Que no traficamos con
niños!»– pero no tonta: «Ponéis la mascarilla obligatoria y han subido
los contagios.
Cerramos el ocio nocturno, que no está operativo desde
marzo, y le echáis la culpa de todo». ¿Y si cierran este circuito? Unai
lo tiene claro: «Si desaparece, desaparece una parte de nuestra esencia
como ciudad. Y una ciudad turística sin ocio, a ver quién va a verla».
«Somos parte de la solución»
A Charly de Gumuzio no hace falta preguntarle cómo está. Tiene
cerrados sus dos bares, porque en las condiciones actuales solo le
provocarían más pérdidas –ambos están en calles de paso, con aforos
imposibles– y ha tenido que despedir a sus dos trabajadores. «Mis
pérdidas desde marzo hasta aquí son muy altas –explica–. He tenido que
pedir un préstamo, que se está acabando, y de ahora en adelante no sé
qué voy a hacer. Tengo los dos locales cerrados.
De uno de ellos me
perdonaron el alquiler durante el confinamiento pero ahora tengo que
pagarlo, y el otro local lo compré; o sea, que lo estoy pagando.
Mientras estoy pagando autónomos, impuestos de basuras, todo... y la
SGAE manda todos los meses cartas, aunque tenga los bares cerrados».
En esta pandemia, y quizás por las propias circunstancias, es
evidente se están tomando decisiones sin matices. Y también hay un
control estricto en algunos extremos –la presión de la Policía Municipal
y las multas–, paralelamente a la imposibilidad de control, según
parece, en otros.
Léase, botellones de jóvenes. «La sensación que me da a
mi personalmente –dice Charly– es que como los hosteleros y, en
general, los autónomos no tenemos un sindicato que vaya a dar la cara
por nosotros, se están aprovechando y culpabilizándonos de esto.
Es
demencial, porque no ha habido ningún caso en Bilbao, pero, eso sí, nos
han cerrado a todos. Y la culpa viene del ocio nocturno.
El problema de
la instituciones es que nos ven como el problema, cuando realmente somos
parte de la solución. Porque si a nosotros nos dejan abrir, podríamos
controlarlo para nosotros empezar a trabajar, cuando ahora estamos a
punto de cerrar la mayoría de los locales, porque es insostenible esta
situación sin ningún tipo de ayuda.
Pero es que, aparte de eso, es que
la gente ya no estará en la calle haciendo fiestas clandestinas, porque
los locales estarán abiertos y podrán ir a un local donde estarán
bebiendo en vasos limpios y van a controlar que la gente se comporte y
mantenga las distancias».
¿La solución? «Que detectasen dónde está realmente el problema y que
trabajasen en consecuencia a ello. El problema no está en el ocio
nocturno en general; el problema es que no está controlado. La gente va a
querer seguir saliendo, porque la realidad es que estamos en un país
que es el bar de Europa.
En una encuesta que vi hace poco se decía que
solo Bilbao tiene más bares que todos los Países Bajos. Vivimos en el
país del ocio nocturno; por eso, cuando tienes tanta afluencia de
público que busca esto, a lo mejor lo que tendrías que haber hecho son
unas campañas de concienciación, como hicieron con las playas y ahora
con las mascarillas»
El demonio del virus está matando la noche rockera de Bilbo
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