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DETALLES JUBILACIÓN ANTICIPADA SIN PENALIZAR
El momento de refundar el Pacto de Toledo
Debemos retomar la senda del consenso que tan buenos resultados ha dado en materia de pensiones. El nuevo sistema debe ser previsible, capaz de garantizar pensiones suficientes y financieramente sostenible
Hace algo más de 25 años, muchos españoles se preguntaban si, con una
tasa de paro superior al 20%, el Estado del Bienestar que tanto había
costado construir en las décadas previas iba a ser capaz de garantizar
una pensión suficiente a los que entonces llegaban al final de su vida
laboral. Según las encuestas de entonces del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), el 8% de los españoles tenía dudas y consideraba por
ello que las pensiones eran uno de los tres principales problemas de
España.
En este contexto de crisis económica e incertidumbre
social, no era fácil el consenso y, a pesar de ello, los dirigentes de
prácticamente todos los partidos políticos presentes en el hemiciclo
dejaron atrás sus intereses en pro de un acuerdo. De ahí surgió un
consenso: el Pacto de Toledo, quince recomendaciones que sirvieron de
base a la Ley de Consolidación y Racionalización del Sistema de
Seguridad Social de 1997.
Las
recomendaciones eran de todo tipo. Desde cuestiones muy relevantes
socialmente, como el establecimiento de la edad de jubilación en 65
años, a cuestiones más relacionadas con la sostenibilidad del sistema,
como la separación de fuentes (las prestaciones contributivas se
financiarían con las aportaciones del trabajador y empresa, mientras las
no contributivas se pagarían vía Presupuestos) o la ampliación
progresiva del periodo de cómputo para el cálculo de la pensión de ocho a
15 años.
También se creó el Fondo de Reserva de la Seguridad Social y
se favoreció, aunque con desigual resultado, el desarrollo de sistemas
de previsión social complementaria, tanto individuales como colectivos.
Esta
norma de 1997 permitió poner al día uno de los principales pilares de
nuestro Estado del Bienestar, con un sistema más parecido a los países
de nuestro entorno y, sobre todo, con los principios de sostenibilidad y
suficiencia por bandera. El Pacto de Toledo y su aplicación práctica en
una ley que salió adelante por unanimidad (333 votos a favor de 335
emitidos) fue mucho más que el acuerdo que modernizó nuestro sistema de
pensiones, fue la piedra de toque que redujo la desconfianza social en
el futuro de las pensiones, insuflando la necesaria confianza que España
necesitaba.
Años después, en 2003, y nuevamente bajo el telón del
consenso, estas recomendaciones se pusieron al día. Crecieron hasta 22,
adaptándose a nuevas realidades que surgieron en el entorno laboral
español, como las carreras de cotización irregulares, el cómputo del
periodo dedicado al cuidado de los hijos para la pensión o las nuevas
realidades familiares derivadas de la separación o el divorcio. Y supuso
la primera piedra de la Ley de Dependencia, que llegaría unos años
después.
En la siguiente década, nuestro sistema de pensiones fue
objeto de dos reformas aprobadas en un contexto de profunda crisis
económica, con diferente contenido y resultado. La de 2011, basada en la
reforma de las llamadas variables paramétricas (edad de jubilación,
periodo de cómputo para calcular la pensión y número de años necesario
para cobrar una pensión del 100%). Y todo ello se hizo con el acuerdo de
los agentes sociales y con un despliegue progresivo que no terminará
hasta 2027.
La reforma de 2013 fue distinta. Diseñada por un
comité de expertos, introdujo dos nuevas figuras: el Índice de
Revalorización de las Pensiones (IRP), que desvinculaba el incremento de
las pensiones de la evolución de los precios, y el factor de
sostenibilidad, que liga la cuantía de la pensión a la esperanza de vida
en cada momento. Un déficit de consenso produjo un aumento de la
inquietud en el colectivo de jubilados.
Fue en 2019 cuando, a
diferencia de lo que ocurrió en las dos décadas pasadas, la preocupación
por las pensiones volvió a resurgir, incluso con más fuerza que antes
de 1995. Según el CIS, hasta un 12% de los españoles tenía entre sus
principales preocupaciones el futuro de nuestro sistema de pensiones, un
nivel que, aunque efímeramente baja por la entrada en la agenda de
nuevos temas, denota una preocupación incluso mayor que en los años que
antecedieron a la firma del Pacto de Toledo.
Debemos retomar la
senda del consenso que tan buenos resultados ha dado en materia de
pensiones. El borrador de febrero de 2019, que estuvo a punto de ser
aprobado, es una base más que sólida, que incluye no sólo las
recomendaciones que nos deben servir como guía, sino también las líneas
rojas que, como sociedad, no debemos estar dispuestos a traspasar: la
transformación radical del sistema de pensiones y cualquier modificación
que afecte a los principios de solidaridad y de suficiencia.
Este
consenso debe abarcar elementos centrales de nuestro sistema para los
cuales ya existe un apoyo social prácticamente unánime, como el
mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones, eliminando así la
incertidumbre que injustamente atenaza a los pensionistas. El nuevo
sistema debe ser previsible, capaz de garantizar pensiones suficientes, y
financieramente sostenible. Y para que transmita certidumbre, debe
estar respaldado por todas las fuerzas políticas.
Con el mismo
objetivo de eliminar la incertidumbre, es necesario profundizar en la
separación de fuentes que ya estipulaba el Pacto de Toledo original.
Desobedeciendo ese mandato, hoy cada año miles de millones de euros
procedentes de las contribuciones sociales de trabajadores y empresas se
dedican a cuestiones que nada tienen que ver con las pensiones, como
las políticas activas de empleo, las cotizaciones reducidas de los
contratos de formación, o las prestaciones asistenciales vinculadas al
desempleo.
Todos estos gastos, que en otros países son sufragados vía
presupuestos, generan una errónea sensación de insuficiencia de recursos
que alimenta la desconfianza social hacia el sistema.
También es
importante profundizar en reformas que logren que la edad de salida
efectiva del mercado de trabajo se aproxime tanto como sea posible a la
edad ordinaria de jubilación.
Los incentivos positivos para que se pueda
seguir en activo apenas se han utilizado hasta ahora; bien al
contrario, se ha abusado de la jubilación anticipada, que debe
reservarse a aquellos trabajadores que cuenten con largas carreras de
cotización o dedicadas a profesiones con elevada penosidad, salubridad o
peligrosidad de forma cuantificable.
Todo ello en un entorno de mayor
contributividad, un concepto del que se habla poco, pero que está
directamente vinculado con la justicia, y que significa que las
prestaciones han de tener mayor vinculación al esfuerzo realizado con
las contribuciones. Esto no sólo permitiría robustecer la solvencia del
sistema, sino que, sobre todo, aumentaría su legitimidad y evitaría
situaciones de injusticia relativa.
Por último, tenemos mucho
margen para potenciar el papel del segundo pilar como forma de
complementar, a través de la negociación colectiva, las pensiones de
colectivos de rentas medias y bajas. Para ello, se debe mejorar el
régimen jurídico y la fiscalidad de las entidades, así como su
transparencia y exigencia de rendición de cuentas a sus gestores.
Cuando
presenté los planes del ministerio que dirijo en el Congreso de los
Diputados, hablé de la necesidad de llegar a un gran pacto de Estado en
materia de pensiones. Entonces, antes de la abrupta irrupción de la
pandemia, era imprescindible transmitir tranquilidad a nuestros
pensionistas tanto como a aquellos que están llegando al final de su
vida laboral.
Ahora, unos meses después, cuando además esta pandemia se
ha cebado con nuestros mayores, este consenso ya no sólo es importante,
sino que es una deuda que como sociedad tenemos con ellos. Refundar el
Pacto de Toledo no es solo necesario para modernizar y asegurar el
futuro de un pilar central de nuestro Estado del Bienestar, es también
un justo tributo a esta generación que tanto luchó por ponerlo en
marcha.
https://www.hoy.es/economia/momento-refundar-pacto-20200721231556-nt.html
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