Álvaro Figueroa N.
Sobre la necesidad de formación en masculinidades igualitarias
Recuerdo una de las primeras veces que se propuso un taller sobre masculinidades y deconstrucción patriarcal, en uno de los espacios en el que militaba. Una compañera bromeó con el hecho de que los hombres que íbamos a participar en el taller terminaríamos llorando y teniendo relaciones sexuales unos con otros. Esta broma nos hizo reír a la mayoría de personas que estábamos allí.
Pero, con el tiempo, me he preguntado: ¿cuántas personas, y en especial hombres, han aprendido a asociar con la homosexualidad una masculinidad que cuida, que es más más sensible, igualitaria y tierna? También hay voces que señalan que no se trata tanto del temor de los hombres a ser homosexuales, a que los consideren como una mujer. Desde esta otra perspectiva, lo que, de verdad, explica que los hombres no cambiemos es que estamos muy a gusto con nuestros privilegios.
No nos engañemos, los hombres podemos proferir todos los discursos feministas que queramos y acudir a todas las manifestaciones feministas. Pero, cuando toque el turno de arremangarse y asumir la parte de cuidados que nos toca, muchos de nosotros sentiremos ganas de escaquearnos y volver a la comodidad de nuestros privilegios.
No cabe duda de que habrá hombres en la CNT que afirmen que ya se conocen la cantinela de la igualdad entre hombres y mujeres. De hecho, la gran mayoría de hombres en el ámbito sindical, en el laboral y en los movimientos sociales se declararán a favor de la igualdad (si bien, a menudo, será una visión superficial y equivocada de lo que supone la igualdad). Aunque se hayan logrado cambios en las conductas masculinas, y pese a que no todos los hombres somos iguales, la gran mayoría de nosotros seguimos participando en circuitos de acciones patriarcales.
Hemos
de abandonar nuestras conductas machistas pensando, también, en
nosotros mismos, en nuestra salud, bienestar y dignidad. Estar probando
lo «hombres» que somos es agotador. Todos los hombres hemos oído alguna
vez la frase de «no tienes huevos de …». Para que nuestros iguales no
nos menosprecien, emprendemos todo tipo de conductas de riesgo, de
violencia y competitividad que nos ponen en peligro y empobrecen nuestra
vida. Los hombres nos vemos privados de la riqueza personal y social
que supone cuidar y cuidarnos.
A este respecto, Nancy Fraser ha
comentado cómo, con la crisis de 2008, muchísimos hombres que perdieron
su empleo, se hundieron en una depresión porque ya no podían cumplir con
aquello que se les había enseñado que era un «hombre», el que trae el
dinero a casa, el principal o único sustentador de la familia. Por todo
esto es por lo que hemos de orientarnos hacia posiciones menos violentas
y competitivas, liberándonos del machismo que hemos aprendido. Debemos
poner la vida y los cuidados en el centro de nuestra militancia.
A
continuación, se plantean algunas sugerencias sobre cuál puede ser el
camino a seguir si los hombres queremos conseguir una masculinidad más
saludable:
a) Pararnos a pensar cuáles son nuestros privilegios
en la calle, en el ámbito laboral, en nuestro ocio y militancia… Ser los
primeros en encargarnos de los servicios de guarderías y la limpieza
del local (especialmente los baños) cuando se planteen en el sindicato o
en otros espacios de militancia.
b) Promover horarios, para las asambleas y reuniones, que permitan conciliar
la
vida personal y la militancia. Que no sean reuniones interminables que
obliguen a irse, antes de tiempo, a nuestras compañeras, que son las que
suelen tener que asumir las tareas que las esperan en casa.
c)
Observar si estamos contribuyendo a que los espacios que habitamos sean
también seguros para nuestras compañeras, amigas, parejas, familiares...
En las reuniones o asambleas del sindicato, o de otros espacios de
lucha en los que participemos, observar cuántos hombres y cuántas
mujeres hay y si el nivel de participación es paritario. Si vemos que
estamos hablando casi siempre los hombres podemos hablar menos nosotros y
hablar con otros compañeros para que ellos también limiten su tiempo de
palabra.
d) Sería recomendable revisar de qué forma nos
expresamos. Adoptar una actitud empática, asertiva, tierna y cariñosa
(cuando se pueda). Los hombres solemos entrar en discusiones donde el
tono se vuelve agresivo, se pegan voces, se corta a las otras personas y
no se les escucha y eso dificulta el trabajo y la calidad de nuestras
relaciones. A menudo, ocupamos la mayoría del espacio público y forzamos
que las demás personas nos escuchen, levantando la voz e
interrumpiendo. Sin embargo, ahora se nos abre una oportunidad para
trabajar la escucha activa y la empatía.
e) Si, en los espacios
en los que nos movemos o militamos, se producen actitudes machistas,
intentemos no ser cómplices. Hablemos con el compañero que ha tenido esa
actitud, claramente, aunque sin agresividad, para decirle que no
estamos de acuerdo con ese tipo de actitudes. Si la compañera está de
acuerdo, es recomendable explicar el conflicto en nuestro espacio de
militancia. No se trata de crucificar al hombre que haya tenido la
actitud machista sino en dar respuestas grupales a problemas colectivos.
Las
masculinidades no sólo son formas individuales de expresar el género.
Es mucho más. Perder de vista lo colectivo, lo social, del género es
pensar que un cuerpo individualmente puede romper con el orden de género
cuando no es así. No debemos caer en la misma trampa que las «nuevas
masculinidades» neoliberales, que ponen el cambio en un puñado de
hombres blancos y con dinero.
En relación a esto, y para terminar, me gustaría dejar una frase de Lionel Delgado:
«Centralizar
los debates sobre la masculinidad en la ultracoherencia individualista
en pos de una deconstrucción plena es una labor abocada al fracaso». No se trata de perfeccionismos individualistas sino de procesos emancipatorios.
[Artículo publicado originalmente en el periódico CNT # 426, Valladolid, enero-marzo 2021.
Número completo accesible en https://www.cnt.es/noticias/periodico-cnt-no-426-enero-a-marzo-2021-dosier-anarcofeminismo.]
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