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miércoles, 14 de septiembre de 2022

Las millonarias locuras de Jesús Quintero que le han llevado a la ruina

 


QUINTERO.

 Se muere a chorros Jesús Quintero (82 años), periodista del silencio, poeta del silencio, dandy, libresco, literario.

 Baila con la vida Quintero, al borde del precipicio, sin sombrero, el pijama como último escombro, memoria lujosa, letras muy separadas y solitarias en el cuaderno eterno.

 Grande Quintero: palabra y vida, lenguaje y vida, calle y vida. Dónde hoy los periodistas borrachos de libros, dónde. 

Dónde hoy el nervio poético como tajo en la actualidad inmediata, dónde. 

Oh Jesús Quintero de las entrevistas todas de silencio, oh Jesús Quintero de los mil blocs, oh Jesús Quintero de las mesas de los bares llenas de libros y libros y libros. 

Ratón colorao, loco en la colina, vagabundo de Pierre Cardin, perro verde. 

La fama en limpio, horizonte alto para Risitas, Pozí y otros joyones en el charco de la honesta y divertida supervivencia.

 El fular y el pico del libro asomando por el bolsillo.

 Jesús Quintero, escénico y teatral, bruja y brujo, fuego húmedo, llama viva.

 Una vida literaria. Bohemio rico. 

Genio sin cabeza. Chaleco eterno.

 Sabio arruinado.

Nadie como tú volvió a hacer una entradilla en antena con Neruda, Miguel Hernández, Dante, Quevedo, Lorca, Alberti. 

Te vas, te estás yendo, el bolígrafo tan lleno de tinta y la libreta tan llena de blanco. 

La palabra vivida y la vida libre. 

Una fiesta gramática, declamación incluida, cubata incluido, rizos incluidos.

 La heterodoxia en este país se paga.

 El micrófono antiguo de radio como el mayor trofeo. 

Rey del Vagamundo, acera triste y sol.

 Grande, Jesús Quintero

  Diego Medrano


Las millonarias locuras de Jesús Quintero que le han llevado a la ruina 

* A Jesús Quintero (82 años) se le conoce más por su personaje, 'el loco de la colina', que por su persona, de la que solo aquellos que le han tratado pueden desvelar su peculiar idiosincrasia. 

En televisión o radio hemos visto y escuchado sus diatribas contra el poder, las injusticias o los desequilibrios de una sociedad sin escrúpulos, pero en la vida real, Jesús Quintero ha dejado un reguero de deudas y ha desplegado todo un catálogo de caprichos millonarios que contradecían sus geniales discursos. 

Tras una brillante carrera en los medios, dejando un legado que descansa en una fundación en su pueblo, San Juan del Puerto, en Huelva, Jesús Quintero se enfrenta a la vejez con serios problemas de salud y ha sido ingresado en la residencia Nuestra Señora de los Remedios de Ubrique, en Cádiz.

 El comunicado familiar señala que el periodista «requiere atención médica profesional y especializada» debido a «la aparición de algunas complicaciones médicas.»

  Jesús tiene dos hijas de dos relaciones diferentes: Andrea, que vive en Madrid, cuya madre es Ángeles Urrutia, y Lola, residente Barcelona junto a su madre, la periodista Joana Bonet, con quien estuvo casi 17 años sin hablarse, a pesar de ser, según muchos, 'la mujer de su vida'.

 Hasta hace poco, tanto Andrea como Lola aparecían cómo herederas universales en su testamento.   Supersticioso hasta la médica, nunca viaja los días 13 de cada mes. 

También tiene pánico a volar, obligando a su secretaria a pedir explicaciones a las compañías aéreas antes de hacer una reserva sobre el tipo de avión: si es un modelo con hélices, no viaja. A veces, ni con esas. 

En una ocasión, ya en la pista de despegue en Sevilla para emprender viaje a Valencia para una conferencia, Jesús obligó a la tripulación a que detuviesen la nave y bajarse. 

 En el edificio de tres plantas que tenía en la céntrica calle Placentines, en Sevilla, Jesús tenía apartamentos para invitados en la primera planta y vivía en el ático, en el que mandó construir una haima de cristal que le permitía ver los tejados sevillanos coronados por la Giralda. 

Para acudir a la emisora, en la vecina calle Conteros, hizo construir un puente que le permitía evitar lo que más la agobiada: la gente.

 Además, entre su casa y la segunda planta tenía un montacargas para una única misión: subir y bajar la ropa que guardaba celosamente en un piso concebido exclusivamente como armario.

 Amante y coleccionista de prendas de primeras marcas, Quintero llegaba a salir vestido llevando encima más de 30.000 euros en ropa.

 Su debilidad era ir a Marbella y arrasar en las tiendas de Gucci, Tom Ford, Yves Saint-Laurent… 

En una ocasión, llegó a comprar la colección completa de John Galliano para Dior, con estampados de periódicos. 

 Aunque su aventura de Radio América y el restaurante Montpensier acabaron siendo espectaculares fracasos económicos, nunca se deshizo de sus dos coches de lujo: poseía un Bentley, valorado en 200.000 euros, que siempre deseó customizar, pero no logró convencer al 'mejor diseñador de Harley Davidson' para que cumpliera su sueño. 

Lo logró, sin embargo, con su Hammer: un vehículo de casi 100.000 euros que apenas cabía en las estrechas calles de Sevilla. Pintado de rojo, le encargó a Custo el diseño de flores que llevó al catalán a bordar los asientos con delicados y exquisitos motivos florales. 

Tras un accidente en El Rompido, el coche quedó destrozado y fue vendido al peso. 

 Sus peores negocios fueron el café Montpensier, un palacete en el parque María Luis cuya decoración batió récords, y el Teatro Quintero, en la calle Cuna, que alquiló por 15 años y en el que invirtió unos 4 millones de euros. Finalmente, al no renovarse el contrato, lo perdió todo.

Se jugó propiedades en San Juan del Puerto y Caños de Meca por culpa del escándalo Ausbanc y su relación con Luis Pineda. En los últimos años, Quintero vivía en la urbanización Novo Portal, en Huelva. La casa, decorada al estilo 'hippy', cuenta con un espectacular porche con jardín.





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