Gudaris resistiendo el golpe fascista de 1936 en Euskal Herria
El
viejo y barbudo, Iñaki Gorri, se había venido en los años 20 a trabajar en los
tomateros del sur de la isla de Tamarán, luchador incansable en su heroica
tierra natal, fue detenido la misma noche del golpe de estado del 36, lo fueron
a buscar a su humilde casita de los Llanos de María Rivera.
Nunca
imaginó que su participación en las huelgas agrícolas, en las movilizaciones
contra el brutal caciquismo de la oligarquía canaria tuviera tan graves
consecuencias. Lo pensaba mientras se veía colgado por las piernas en el centro
de detención de la calle Luis Antúnez en Las Palmas, mientras el falangista,
Carlos Grote Bento, le golpeaba salvajemente todo su cuerpo con la afilada vara
de acebuche.
Acostumbrado
a los trabajos extremos en su amada Euskal Herria, antiguo levantador de
piedras, boxeador, corredor, cortador de troncos, leñador, sabía como aguantar
el dolor, no quería darle el gusto a su torturador de venirse abajo, ni
siquiera de llorar, solo articulaba algunas palabras en euskera que el asesino
fascista no entendía, lo que aumentaba su ira, el ritmo frenético de los golpes
con una inquina que solo podía venir de un psicópata.
Desde
su incomoda posición solo alcanzaba a verle parte de la cara al criminal, sus
ojos ensangrentados de odio al ver como no se quejaba, como no decía nada y hasta
en algunos momentos se reía, canturreaba casi susurrando, seguía hablando
consigo mismo en su lengua ancestral.
El
hilo de pitera se le clavaba en los tobillos, la carne se le abría con el peso
de su desgastado cuerpo, la barba roja de sangre, la espalda y sus genitales
cortados por los fuertes latigazos del esbirro falangista.
Iñaki Gorri resistía, sabía que no había salida, que solo le esperaba la dulce oscuridad, esa de la que no se sale nunca cuando cerramos los ojos para siempre.
En
las habitaciones contiguas se escuchaban gritos, aullidos como de animales
salvajes heridos en las entrañas de su alma. Hombres y mujeres que estaban
siendo masacrados, torturados hasta la muerte. El centro de detención era un
infierno del que solo se salía muerto, pero el viejo gudari resistía el dolor,
prefería morirse de sufrimiento, no hablaba, no daba ningún nombre de sus
camaradas de partido, del Frente Popular, ni un dato, ni una calle, ni siquiera
una pista sobre los escondites en las montañas de la cumbre y el barranco
Guiniguada, donde todavía quedaban compañeros agazapados, metidos en la
oscuridad de las cavernas aborígenes, esperando el momento de escapar, de
organizar un foco de resistencia imposible por no tener armas, quizá
sencillamente esperar el momento de la captura, de ser detenidos, maltratados, arrojados
a las simas, fosas comunes y pozos que inundaban las entrañas de la isla de buena
gente luchadora.
El
verdugo, Grote Bento, llegó a la conclusión de que no lograría sacarle ninguna
información, en ese momento comenzó a golpearle con más fuerza, la sangre y las
visceras salpicaban las sucias paredes. El viejo se sintió morir, gritó unas
palabras en su legendaria lengua.
-Gora
Euskadi Askatuta! Gora langile glasearen! –Se hizo el silencio en todo el
recinto-
En
ese preciso instante vio la cara confundida del fascista, su rostro frustrado,
como asustado. Cerró los ojos, decidió partir, observando unos montes muy verdes,
acantilados fronterizos con Nafarroa, fueron segundos antes de no sentir dolor,
algo así como dejarse llevar por la brisa del tiempo infinito de los
inolvidables héroes del pueblo trabajador.
(*) Héroes del pueblo.
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