El futbol es así, un deporte cuyo disfrute exige suspender el sentido crítico noventa minutos a la semana
De acuerdo, Messi defraudó 4,1 millones de euros a
Hacienda. Sí, es un dato feo, no nos gustan los tramposos, y con ese
dinero seguro que se podían construir muchos hospitales y colegios. O
campos de fútbol para niños pobres, ya que estamos en plan demagogo.
Ahora toma otro dato: ese mismo Messi ha metido 522
goles hasta la fecha. No te molestes en echar la cuenta, ya la hice yo:
4,1 millones entre 522 goles, sale a 7.850 euros por gol. Ya no parece
tanto dinero, ¿verdad? Y qué goles, oye, que todos recordamos unas
cuantas arrancadas desde medio campo llevándose a todos los defensores y
plantándose solo ante el portero y…
Mira, los pelos de punta al
recordarlo. Muchos de sus goles valen más que esos miserables 7.850
euros, ¿verdad? Si le acaban poniendo un multazo, que abra una colecta,
en plan Lola Flores, que se la pagamos entre todos.
¿Cuántos goles ha metido la infanta? ¿Cuántos regates geniales han
hecho todos esos granujas que tienen cuentas en Panamá? ¿A cuántos
evasores fiscales hemos imitado dando pataditas a una bola de papel por
el pasillo? ¿De cuántos defraudadores nos pondríamos una camiseta, se la
pondríamos a nuestro hijo?
Messi es dios. Messi es
de otro planeta. Messi es un genio, un artista, un Einstein del fútbol,
un Da Vinci de la pelota. A mí me parece lógico que no lo midamos con el
mismo rasero que a otros. Que la prensa lo trate con guante de seda.
Que en las redes haya más chistes que críticas.
Que en estos tres años desde que se destapó su fraude no hayamos dejado de cantar sus goles y aplaudirle hasta cuando iba al juzgado a declarar.
Ayer hubo un amagardo que le gritó no sé qué de Panamá, pero la mayoría de los presentes lo vitoreó. Como se merece. En ocasiones anteriores, cuando tuvo que pasar por el juzgado, daba gloria ver a decenas de niños coreando su nombre a la entrada. Un modelo a seguir, pequeños.
Que en estos tres años desde que se destapó su fraude no hayamos dejado de cantar sus goles y aplaudirle hasta cuando iba al juzgado a declarar.
Ayer hubo un amagardo que le gritó no sé qué de Panamá, pero la mayoría de los presentes lo vitoreó. Como se merece. En ocasiones anteriores, cuando tuvo que pasar por el juzgado, daba gloria ver a decenas de niños coreando su nombre a la entrada. Un modelo a seguir, pequeños.
No me pongan a Messi en el mismo plano que a otros. Si él dice como la
infanta que no sabía nada, nos lo creemos. Si él y su padre echan la
culpa a los asesores, igual que hacen todos los que son pillados con
cuentas en Panamá, nos lo creemos. Si decide no responder a las
preguntas del abogado del Estado que nos representa a todos, pues muy
bien: a la salida le firma un autógrafo, y lo compensa. Que solo son
impuestos, oye. Ni que le hubiera pegado a su novia.
A ver, que hablamos de fútbol, ese deporte cuyo disfrute exige una
suspensión del sentido crítico durante noventa minutos cada semana.
Futbolistas que evaden impuestos o lo esconden en paraísos, clubes que
pegan pelotazos urbanísticos, presidentes corruptérrimos, palcos donde
se cierran negocios, ayuntamientos endeudados que siempre tienen unos
millones para el club local, deudas con la seguridad social,
federaciones mafiosas, sospechas de amaños por apuestas, o un mundial
que costará miles de trabajadores explotados o muertos… El fútbol es así, oiga.
“No sabía. Yo me dedicaba a jugar al fútbol”. ¿Qué más necesita el juez? Nuestro ídolo se dedica a meter goles, no va a estar pensando lo que firma, lo que hace su padre con su dinero o lo que enredan sus asesores.
Pero incluso si acabase condenado, por mí que no pague ni un euro, que
lo pague en especie: con más goles. Ánimo, ladrón, sigue jugando así de
bonito.
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