Sin la ilusión desbordante de diciembre Podemos no podía dar el
salto que le pronosticaban las encuestas. Lo extraordinario es que
Podemos obtuviera más de cinco millones de votos
La
posibilidad de que la cocina del CIS hubiera dado a los resultados de su
encuesta un sesgo que favoreciera los intereses del PP no se puede
descartar.
Porque ese instituto está en la órbita del gobierno y a
este le interesaba agrandar cuanto pudiera la amenaza de Podemos
La decepción, si no la desolación, se
ha instalado en las filas de Podemos y sus dirigentes no están
aportando mucho para que se supere este estado de ánimo. Dar con las
causas de la pérdida de un millón de votos es un empeño oportuno, pero
no debería ser el prioritario. Porque nunca se va a conseguir un
dictamen inapelable sobre las mismas y porque lo fundamental en un
partido es mirar hacia el futuro.
Sobre todo cuando ha sufrido un
trauma, y el del 26-J ha sido muy fuerte para Podemos. Si se tiene en
cuenta, además, la situación que vive el PSOE que sabe que se encamina
hacia una crisis importante pero que desconoce cómo va a salir de ella,
la necesidad de cambiar de actitud se hace más perentoria. Porque el
riesgo que corre la oposición, la izquierda, es el de quedarse durante
mucho tiempo sin capacidad de contestar al PP.
La derrota electoral ha puesto encima de la mesa las debilidades de
Podemos y los errores que ha ido cometiendo en su corta trayectoria. Se
conocían, algunos eran evidentes, y buena parte de ellos se habían
venido denunciando desde hacía tiempo. Pero los éxitos electorales y la
ilusión de que se podía progresar sin fin en las urnas, basada
únicamente en los sondeos y en el entusiasmo propagandístico de sus
líderes, llevaron a muchos, propios y extraños, a no tenerlos en cuenta,
a aparcarlos para más adelante.
Tal vez creyendo, sin otro fundamento que la pasión, que una victoria inapelable arrumbaría con ellos.
Tal vez creyendo, sin otro fundamento que la pasión, que una victoria inapelable arrumbaría con ellos.
Tras mucho tiempo de desesperanza y
de los muchos episodios de descreimiento que habían vivido en sus
carnes, millones de españoles de condiciones sociales muy distintas
tenían ganas de creer. Los resultados de Podemos en las elecciones del
20 de diciembre expresaron claramente esa esperanza.
Las del 26 de junio han certificado sus limitaciones.
Las del 26 de junio han certificado sus limitaciones.
Por encima de muchos otros factores, que no son despreciables, el
emocional prima a la hora de decidir el voto. A cualquier partido. El
20-D Podemos capitalizó un enorme caudal de ilusión. Esa era la base de
la movilización de su gente. Los seis meses de inútil trapicheo
político, que desmovilizaba de hecho porque nadie que no fuera un
político metido en el asunto podía seguirlo, lo han erosionado hasta
llevar al resultado de hace menos de una semana.
Sin la ilusión desbordante de diciembre Podemos no podía dar el salto que le pronosticaban las encuestas. Lo extraordinario, lo que debería animar a sus dirigentes a superar la confusión en que hoy se encuentran, es que Podemos obtuviera más de cinco millones de votos. Conservar ese capital, evitar que se desperdigue o que vaya a otras opciones, debería ser la prioridad de los dirigentes de Podemos.
Sin la ilusión desbordante de diciembre Podemos no podía dar el salto que le pronosticaban las encuestas. Lo extraordinario, lo que debería animar a sus dirigentes a superar la confusión en que hoy se encuentran, es que Podemos obtuviera más de cinco millones de votos. Conservar ese capital, evitar que se desperdigue o que vaya a otras opciones, debería ser la prioridad de los dirigentes de Podemos.
Nunca se sabrá por qué otro millón más, que se creía ya ganado, se
quedó en casa. Ningún estudio demoscópico aclarará del todo esa
incógnita. ¿Cómo determinar cuántos votantes de IU se abstuvieron porque
la coalición les parecía poco de izquierdas, cuántos porque no les
gustaba Pablo Iglesias, y cuántos porque no querían aventuras
izquierdistas ya que ellos votaban al partido de Garzón sólo porque así
no tenía que optar entre el PSOE y Podemos, y puede que hasta entre
éstos y Ciudadanos y el PP, sin perder su buena imagen y sin
consecuencia política alguna?
¿Y cómo saber cuántos electores de Podemos el 20-D no fueron a votar
por alguno de los motivos anteriores, obviamente salvo el último,
cuántos porque expresaban así su crítica a que Podemos no hubiera
apoyado la presidencia de Sánchez y cuántos por miedo a que las
encuestas tuvieran razón y Pablo Iglesias pudiera hasta aspirar a la
presidencia? Por cierto hay que recordar que la escalada de pronósticos
cada día más favorables a Podemos empezó cuando el CIS, cinco semanas
antes de las elecciones, publicó su encuesta. En la que se decía que el
partido de Pablo Iglesias iba por delante del PSOE y abría la puerta a
la hipótesis de que podía ganarle en escaños.
Ignacio Escolar acaba de desmentir con
eficacia las elucubraciones sobre que el 26-J se pudo producir un
pucherazo electoral. Pero la posibilidad de que la cocina del CIS
hubiera dado a los resultados de su encuesta un sesgo que favoreciera
los intereses del PP no se puede descartar tan tajantemente. Porque ese
instituto está en la órbita del gobierno y al gobierno le interesaba
agrandar cuanto pudiera la amenaza de Podemos para provocar miedo y con
él consolidar sus posibilidades electorales.
Las demás encuestas, o cuando menos la mayor parte de ellas, que alguna es creíble, no cuentan en ese enjuague. Porque con los medios de que disponen no pueden hacer otra cosa que seguir la estela del CIS.
Las demás encuestas, o cuando menos la mayor parte de ellas, que alguna es creíble, no cuentan en ese enjuague. Porque con los medios de que disponen no pueden hacer otra cosa que seguir la estela del CIS.
Puede que eso sea lo que ha llevado a Carolina Bescansa a declarar que
fue un grave error que Podemos no hiciera una encuesta propia, a que se
dejara arrastrar complaciente por los loores que desde fuera se le
prodigaban, puede que solo con aviesas intenciones. Ese reconocimiento
es encomiable. Porque los políticos no suelen hacer esas cosas, pero
sobre todo porque sólo hablando en plata los dirigentes de Podemos
pueden sacar a la organización del marasmo en que se encuentra.
Y hablar en plata significa reconocer, para empezar, que ningún hallazgo publicitario –como el de la socialdemocracia- puede tapar el hecho de que Podemos carezca no ya de un programa, que lo tiene, aunque haya cambiado mucho en un año y siga estando algo confuso, sino de una idea fuerte, de una propuesta que permita entender a qué colocación en la política y en la sociedad aspira ese partido, más allá del rechazo de lo que han hecho y de lo que significan los demás partidos.
Y hablar en plata significa reconocer, para empezar, que ningún hallazgo publicitario –como el de la socialdemocracia- puede tapar el hecho de que Podemos carezca no ya de un programa, que lo tiene, aunque haya cambiado mucho en un año y siga estando algo confuso, sino de una idea fuerte, de una propuesta que permita entender a qué colocación en la política y en la sociedad aspira ese partido, más allá del rechazo de lo que han hecho y de lo que significan los demás partidos.
Habrá quien piense que eso que esa necesidad es sólo un prurito
académico. Se equivocará. Porque esa propuesta, esa idea de lo que uno
es, más allá de un rebelde, es fundamental para hacer política cuando de
verdad se quieren transformar las cosas. Cada día, a medio y a largo
plazo. Y sólo porque en torno a ella se puede articular la acción
política, que es algo mucho más amplio y comprometido que la propaganda.
Y que en los tiempos que van a correr, sin elecciones a la vista, va a ser muy importante. En Las Cortes y fuera de ellas. Donde a Podemos le esperaría una tarea inmensa y que podría dar un nuevo sentido a su existencia.
Carlos Elordi
Y que en los tiempos que van a correr, sin elecciones a la vista, va a ser muy importante. En Las Cortes y fuera de ellas. Donde a Podemos le esperaría una tarea inmensa y que podría dar un nuevo sentido a su existencia.
Carlos Elordi
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