Nadie como Rajoy para secuestrar la esperanza.
Incluso en este tiempo de escepticismo y desdén hacia los políticos, él
es capaz de rebajar el listón de la decencia hasta niveles
insospechados. Tiene secuestrado a su partido gracias al hecho de que es
un remedo moderno de una monarquía feudal.
Los dirigentes se reúnen
para escucharle y romperse las manos aplaudiendo sus divagaciones y
pronósticos errados. No importa cuántas veces la realidad haya
demostrado que no se enteraba de nada. Ahí están todos para ovacionarle
en una estampa más propia del siglo XX y de ciertos regímenes que no se
basaban precisamente en el sufragio universal y la división de poderes.
Lo malo es que a causa de los endemoniados resultados de las dos
últimas elecciones –y aún tendremos tertulianos que tengan claro lo que
han dicho los españoles con su veredicto en las urnas–, los rehenes no
son sólo los votantes del PP, sino todos los españoles.
Han pasado casi
dos meses después de los últimos comicios y aún no se ha avanzado casi
nada en la formación del Gobierno.
Ciudadanos cedió y se mostró dispuesto a apoyar la
investidura de Rajoy, poniendo de entrada un precio alto, pero eso no es
raro en el comienzo de las negociaciones. Ni por esas.
Rajoy prometió a Albert Rivera que llevaría sus condiciones a la
reunión del Comité Ejecutivo Nacional. "Como comprenderán", dijo, no voy
a tomar esa decisión por mi cuenta. "Debo someter el documento a la
aprobación del Comité Ejecutivo de mi partido".
Eso
ya exigía mirar a otro lado, porque todos sabíamos que estaba mintiendo
(¿se iban a rebelar?), pero, qué demonios, los políticos tienen derecho a
tomarse su tiempo y utilizar procedimientos y normas como excusa para
buscar el mejor momento en el que tomar una decisión difícil. Pero dijo
de forma explícita que llevaría a ese órgano de dirección la oferta de
Ciudadanos para que fuera debatida y, en su caso, aprobada.
Llegó la reunión, los súbditos aplaudieron y el presidente en funciones
se presentó ante los periodistas. Habló durante 17 minutos en una
introducción que no incluía nada que no conocieran los que le estaban
escuchando. Tuvo el detalle de recordarnos en qué fecha se celebraron
las últimas elecciones. Nada dijo sobre las condiciones de Ciudadanos,
unas exigencias que los dirigentes del partido de Rivera dijeron que no
iban a cambiar ni en una coma (esa obsesión de los políticos por las
comas cuando quieren sacar pecho).
Así que una
periodista tuvo que preguntarle por lo que todos sabíamos. Había dicho
antes de esa reunión que iba a consultar a su partido sobre las
condiciones presentadas por Ciudadanos, comentó.
"¿Y quién ha dicho eso?", respondió Rajoy. Usted lo dijo,
deberían haber gritado todos los asistentes a la rueda de prensa
puestos en pie. "Yo nunca lo he dicho. Yo he convocado al Comité
Ejecutivo de mi partido para que me autorizasen a negociar. Lo otro lo
dice usted. Nunca me habrá oído a mí decir eso".
Los
políticos españoles exageran con frecuencia cuando utilizan la palabra
'mentir'. Al menos, en el Parlamento británico tienen la delicadeza de
emplear todo tipo de eufemismos o giros verbales para no llegar tan
lejos. Al final, no siempre puedes estar seguro. Para mentir, hay que
decir algo falso a sabiendas de que es falso.
En el
caso de Rajoy, no hay margen para la duda. Mintió en la rueda de prensa
del miércoles, a menos que sufra de desdoblamiento de personalidad o sea
como Norman Bates en Psicosis. Mintió porque le
da igual Ciudadanos o el PSOE, le da igual la Constitución o el papel
del rey en la formación del Gobierno, le da igual que se haya votado dos
veces o que haya que votar otras tantas.
Mintió como cuando prometió
antes de las elecciones de 2011 que solucionaría el problema del paro en
seis meses cuando sabía que eso era imposible. Mintió como cuando le
dijo a Montoro al llegar al poder que no iban a subir el IVA y luego le
ordenó lo contrario. Mintió como cuando Alemania y la Comisión Europea
le obligaron a pedir el rescate bancario y luego salió diciendo que era
él el que había presionado a los demás.
Está
amarrado al trono de Moncloa y se ve favorecido por el fin del
bipartidismo (sí, parece mentira, él que decía que todo iba a seguir
igual en 2015) y la fragmentación del Congreso, la tradicional división
de la izquierda, el psicodrama que vive el PSOE con un líder acechado
por otra dirigente esperando su momento para eliminarlo, y unos medios
de comunicación en su mayoría domesticados por el poder o por sus
problemas económicos.
Es el secuestro de un país y
sólo falta la foto de los rehenes sosteniendo temblorosos una portada de
periódico con la fecha del día. Sólo queda pagar el rescate y permitir
que el amigo de la familia Bárcenas, el padrino de todos los dirigentes
del PP a los que han pillado robando, continúe en el poder.
Queda la posibilidad de mantenerse firme, de aceptar que no se puede
premiar el chantaje, de pensar que es mejor continuar con un Gobierno en
funciones y volver a las urnas antes que permitir esta transacción. Es
un precio muy alto, pero quizá sea el más digno.
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