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Señores de Campofrío: CEOs, inversores,
accionistas chinos, directivos y creativos publicitarios, autores y
responsables todos de la infamia de spot publicitario que es sus “Hijos
del Entendimiento”.
Una podría pensar que el anuncio de
Campofrío es otro ejercicio de ñoñería navideña con un poco de caspa
nacional, otra brillante ocurrencia de sus publicistas para vender jamón
a golpe de nostalgia. Pero no: su anuncio no es ñoño, ni casual, ni
inofensivo, sino peligroso y profundamente ideológico. Si la posverdad
es la palabra del año, les felicito por este claro ejemplo de su
ejercicio.
Durante cinco minutos de metraje, y con
un paseíllo al fusilamiento como aperitivo, Campofrío escupe sobre la
dignidad, la historia y los valores que han inspirado las mejores luchas
de este país: las que trajeron consigo los derechos y libertades, pero
también los presos, los muertos y el exilio. También lo hace sobre los
retos del presente, como si de esa manera nos dijera que ya no hace
falta luchar, ni siquiera votar, que todos somos iguales, y que el amor
–cuando es blanco, heterosexual y de clase media- está por encima de
todas las guerras.
Sólo un imbécil, o un fascista, podrían
comprar al bando golpista –al que en su spot llaman nacional– con el
legítimo gobierno republicano que se derrocó a sangre y fuego. Sólo
alguien muy ignorante –o quizás muy inteligente–, jugaría con la osadía
de poner al mismo nivel a personas solidarias que se manifiestan por sus
derechos que al antidisturbios que cobra por golpearlos. Sólo un
descreído de la democracia puede comprar el derecho al voto con ser del
Sevilla o ser del Betis.
Sólo alguien a quien la dignidad animal le
importase un bledo tendría la insolencia de equiparar a quienes la
defienden con quienes disfrutan con su tortura y su sufrimiento. Sólo
alguien profundamente conservador podría caer en el cliché de la pija y
el barrendero sin despeinarse. ¿No les parece, señores de Campofrío,
que en esta equidistancia hay un claro ganador?
Su anuncio no refleja un país real, sino
la masa informe y desideologizada que ustedes querrían ver: una
sociedad sin memoria, sin ideología, sin valores, sin compromisos, que
olvidara las heridas sin cerrar, que rebajara a los comprometidos al
nivel de los indiferentes, los corruptos al nivel de los solidarios, los
asesinos al de los asesinados, igualando a todos, sentándolos alrededor
de la mesa a comer jamón cocido. El sueño de Albert Rivera en rodajas
muy finas.
Señores de Campofrío. No todo vale. Y
no, no todos somos iguales. No será el mismo jamón el que se coman a la
mesa esta Nochebuena sus directivos, con su salario millonario y su MBA
por la Universidad de Michigan, que el de los trabajadores que sufrieron
el ERTE de dos años tras el incendio de la fábrica de Burgos. Que no,
señores, que no somos iguales. Que el entendimiento no es posible sin
memoria, justicia ni igualdad social. Yo no soy, ni seré nunca, una hija
del entendimiento.
Soy una hija de la disconformidad, de la discordia,
del conflicto: soy la hija de quienes luchan por no ser como ustedes. Y
nunca, nunca, seré la hija de un entendimiento banal a la medida de sus
intereses, como tampoco seré la madre de la desmemoria que emborrona las
líneas de nuestra historia.
Pero todo eso ya lo saben. Por eso han
hecho este anuncio. Y si en algo les pudiera amargar, siquiera un poco,
el pavo de Nochebuena, tengan por seguro que en casa de esta hija de
perdedores no entrará estas navidades un solo trozo de sus tan selectas
carnes.
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