El discurso del rey Felipe VI estuvo plagado de frases de autoayuda y
lugares comunes, el simplismo y la nadería como muestra de
representatividad institucional.
Los momentos de propaganda regios que nos brinda el discurso de Navidad
son siempre una oportunidad para descubrir la trascendencia que alcanza
la nada en los medios cuando sale de un congénere de sangre azul de
nuestra insigne monarquía.
En un momento de exaltación de la familia
se agradece que el que sólo tiene como aval el mérito que otorga ser
“hijo de” se meta en la cena de Navidad para adoptar el statu quo de
cuñado y que a nadie nos falte el personaje que realiza sentencias
mezcla de una taza de Mr Wonderful y un meme de Paulo Coelho.
El rey comenzó su discurso con una frase de coaching que merecería estar en cualquier best seller de autoayuda: “Los momentos más difíciles de la vida son las mejores oportunidades para descubrir nuestra fuerza interior”.
A la plebe deberían darle una camiseta con su insigne sentencia para
que sepa bien que no hay que rendirse cuando estás hecho mierda, sin
curro o en precario, o cuando hayas tenido que ir al comedor social para
cenar en Navidad.
Eso sí, a los que hayan cortado la luz por falta de
pago habría que mandarles una carta porque no habrán podido escucharle
por televisión.
Porque el rey sabe lo que sufre su
pueblo, lo ha visto en “diferentes lugares de la geografía nacional”,
siempre reunido con la gente de los barrios, de los pueblos, cercano a
la realidad social.
Su agenda
no miente, en el último mes estuvo inaugurando una exposición en el
Museo Arqueológico, reuniéndose con los miembros del Patronato de la
Fundación Princesa de Girona, en una cena de honor en ABC en
unos premios de periodismo y recibiendo el premio 2016 Lord Jakobovits
Prize of European Jewry por parte de la Conferencia de Rabinos Europeos,
en la base militar de Retamares, o en las instalaciones del Grupo Zeta.
¿Cómo no va a conocer la realidad del pueblo con semejante agenda?
No sólo eso, el rey además de darnos una sesión gratis de coaching nos enseñó el verdadero camino, el de los entrepeneurs. Que es sin duda la palabra del año por encima de la posverdad.
Felipe VI nos dijo: “He visto, también, en muchos compatriotas la decisión de asumir riesgos para crear o defender puestos de trabajo, y el valor para levantarse y reemprender la tarea después de haber visto destruidas obras hechas con ilusión y gran sacrificio”.
Qué gran mensaje, nada político ni
ideológico, algo que cualquier ciudadano de bien podrá compartir.
Yo
también he conocido a muchos, aunque eran de los vagos que no supieron
volver a levantarse y rehacerse. Muchos de ellos que cuando se quedaron
en el paro tras la burbuja inmobiliaria cogieron sus exiguos ahorros
para hacer caso a estas frases de apología del emprendedurismo y
abrieron un pequeño bar sin tener noción alguna de hostelería.
Cerraron
y se arruinaron, arriesgaron, todo, pero no tenían a nadie que los
rescatara y ahora viven ahogados entre deudas. El obrero cuando arriesga
suele perder. No tiene red. Aunque nuestro rey tiene un mensaje para
esa persona que lo ha perdido todo: “no puede tenerle miedo al futuro”.
No sólo se ha preocupado el rey por el
bienestar de la gente llana. Sino que también realizó un alegato
encendido a la diversidad y al respeto a la libertad de expresión: “La
intolerancia y la exclusión, la negación del otro o el desprecio al valor de la opinión ajena, no pueden caber en la España de hoy”.
Lo que tiene que ser sin duda una crítica velada y subliminal a la
detención de tres miembros de la CUP y puesta a disposición judicial en
la Audiencia Nacional por haber quemado fotos del rey en un legítimo
ejercicio de la crítica política.
Felipe VI acabó con una frase que firmaría el Paulo Coelho
de nuestro Parlamento: “son tiempos para profundizar en una España de
brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o
abra heridas cerradas”. Ni rojos ni azules, dejad ya de dar el coñazo
con la fosa del abuelo.
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