La organización del evento de Vistalegre conduce a la inevitable conclusión de que somos una sociedad de idólatras.
La prensa ha estado haciendo referencia a los clamores de “unidad”
desde el público y se ha dedicado a repasar la intervención de las caras
más conocidas del partido, centrándose en el debate Iglesias vs.
Errejón, obviando el dato de que se presentaban otras dos candidaturas
además de las suyas. Odio generalizar pero todo parece señalar que el
análisis de las jornadas se ha centrado en eventos anecdóticos,
ignorando un tema fundamental: la organización interna del partido.
El
quid de la cuestión, lo que se jugaba en Vistalegre, es si Podemos ha
sido capaz de evolucionar hacia esa nueva política dentro de su partido.
Las tensiones sufridas entre los principales líderes de la
formación han orientado el debate hacia el liderazgo de Pablo Iglesias
exclusivamente, en lugar de fomentar una dinámica de debate de cara a
mejorar la estructura organizativa de la formación. ¿Cómo se explica? La idolatría que caracteriza nuestra sociedad.
Desde la prensa se ha resaltado la
palabra “unidad” como la más repetida en este congreso, ignorando otra,
también repetida, y mucho más importante desde mi punto de vista: “círculos”.
Podemos nació desde la desafección ciudadana, desde un clamor por la
democratización del sistema. Los círculos de Podemos han sido
fundamentales para el desarrollo de la organización.
Pese a ello, éstos
han visto reducido su protagonismo. Vistalegre se ha abordado,
tanto desde la prensa como desde la propia organización del evento, como
un acto político más cerca de la política tradicional que de las
revolucionarias asambleas del 15M. Los protagonistas han sido rostros, no ideas. A pesar de las muchas ideas aportadas desde los rostros menos conocidos.
Durante esos discursos en los que el
público se levantaba a estirar las piernas y comprar algo de comer y
beber, durante esos espacios en los que la prensa ha aprovechado para
abordar a las caras famosas con el micrófono, los componentes menos conocidos de podemos, representantes de las bases y los círculos, repitieron en sus discursos la necesidad de aumentar el papel de los mismos, de generar procesos por los cuales, no solo pudieran decidir a través de su voto, sino que pudieran participar aportando a la organización sus ideas y propuestas de manera vinculante.
Se oyeron algunas críticas al proceso de “atarse los cordones” y peticiones contra la acumulación de cargos en una persona. Y hasta ahí puedo leer, tampoco se ha dejado hablar a las bases más allá de esas intervenciones.
Me parece importantísimo recordar que una de las aportaciones más significativas del 15M fue plantear una forma de democracia participativa y directa. La magia de aquél movimiento fue la de generar la oportunidad de auténticos diálogos políticos de manera completamente horizontal.
Era emocionante porque formabas parte de ello, porque tu acción tenía
una verdadera incidencia. Y sobre todo porque podías difundir tus ideas.
Era fundamental que no hubiera líderes porque los protagonistas eran los componentes de la asamblea, las ideas compartidas.
Los coordinadores eran concebidos meros gestores. En cambio Vistalegre,
lejos de haber permitido ese diálogo, ha sido un evento de discursos,
la continuación de un sistema democrático representativo y vertical.
El evento estaba organizado más como un espectáculo que como una asamblea.
Partimos de la desafortunada actuación de un grupo teatral que
infantilizaba al público con cantinelas propias de un animador de
campamento, o del presentador de un musical o un circo. Digo
desafortunada porque, por muy bueno que fuera su trabajo, no era el
lugar.
Lo harían con la mejor intención, pero considero que ese espacio
hubiera sido un tiempo mejor invertido si en lugar de dedicarlo a pedir
al público que gritara cosas aleatorias se hubiera reservado para la
verdadera participación a través de un micrófono que cualquiera pudiera
coger para expresarse, como ocurría en las asambleas del 15M.
Hablamos de un espectáculo muy medido,
en el que las intervenciones de las caras más conocidas, en particular
la de Pablo Iglesias, se hicieron coincidir con el inicio (momento en
que la gente estuviera más descansada y atenta) y el mediodía
(coincidiendo con la entrada en directo de los telediarios).
En cambio
las intervenciones que abordaban la temática de la igualdad, los
discursos de los principales actores de la sociedad civil o la
intervención del único candidato alternativo a la secretaría general,
coincidieron cuando el público brillaba por su ausencia, a las
horas en las que la gente estaba más cansada.
También es responsabilidad
de los asistentes, por supuesto. Nos quedamos con las caras de la tele.
La atención se redujo ante las propuestas del otro candidato a
Secretario General, Juan Moreno Yagüe, sobre la democracia 4.0, que
fueron realmente interesantes y que se merecerían un análisis en
profundidad.
Porque somos unos idólatras. Necesitamos
caras, e hipnotizados por ellas olvidamos escuchar lo que dicen,
olvidamos atender a las medidas y a las propuestas. Sí, es difícil
llevar un movimiento sin un líder, un dirigente que aúne a todos. Pero
sin un discurso lleno de ideas, y sobre todo sin un espacio o
mecanismo que garantice la recepción de las inquietudes de las bases,
ese líder se convierte en alguien peligroso, no para el régimen establecido, sino muy al contrario para la gente que desea transformar ese sistema establecido.
Dice el Tao que un buen líder es mejor cuando la gente apenas sabe que existe, cuando la gente es la protagonista.
Sobraban discursos repetitivos, faltaba espacio para las bases. Me hubiera encantado que en lugar de dedicar diez minutos a mencionar a la abuela Paqui, “a las desempleadas, a las becarias, a las pequeñas autónomas”, se les hubieran dado un micrófono.
Me hubiera encantado que, en lugar de perder el tiempo con animadores
de campamento que incitaban al público a darse abrazos y gritar frases,
se hubiera reservado un mínimo espacio para que los micrófonos
circularan entre el público, y permitieran dar voz a los asistentes. Que
las bases hubieran podido hablar más allá de sus candidatos hubiera
sido una verdadera revolución, un cambio significativo de la forma de
hacer política.
Hablo desde la decepción, y desde la esperanza de que empecemos a ser conscientes de que
el tiempo de la democracia representativa toca a su fin, y que si de
verdad queremos solucionar los problemas sociales actuales necesitamos
más participación directa, más diálogos y más asambleas.
El futuro de
la sociedad no puede depender de un único líder, sino que tiene que ser
algo que podamos construir entre todos.
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