Han pasado la Semana Santa y el puente del 1º de
mayo, y nuevamente escuchamos cómo se baten nuevos récords de visitantes
extranjeros a nuestro país, reduciendo el fenómeno turístico a cifras:
en 2016, España recibió 75,6 millones de turistas, el 10,3% más que en
2015, y 12,9 millones de turistas hasta marzo de este año, un 9,3% más
que en el mismo periodo de 2016.
Y no sólo vienen más, sino que, según
el INE, cada turista se gasta más, casi un 8% más en 2016 que el año
anterior.
La situación de inestabilidad del norte de África y de
Turquía, dos de las principales zonas competidoras de nuestro país,
explican en parte la elección de España como destino turístico, siendo
la modalidad de sol y playa, como es tradicional, la más elegida por los
visitantes extranjeros.
Asociados a esta
avalancha de visitantes, se organizan eventos culturales, como
macro-festivales de música y exposiciones temporales de arte, en los que
a menudo se mide su éxito, no por la calidad de la oferta cultural
sino, nuevamente, por el número de visitantes y el dinero que se han
dejado los consumidores culturales (porque no pueden ser calificados de
otra cosa) en hoteles y restaurantes.
La cultura se ha mercantilizado,
es un eslabón más de la dinámica capitalista.
No importa si el reverso
oscuro de esa riada de turistas supone contratos precarios, cuando los
hay, en el sector de la hostelería, invasión de espacios naturales, con
el aumento en la construcción de infraestructuras viarias y
residenciales, congestión del tráfico en las zonas turísticas,
contaminación y otros efectos colaterales.
“Lo
que se pretende es que el medio ambiente no sea un obstáculo para
desarrollar actividades turísticas, siendo la cultura solo un medio para
crear riqueza, y no para aumentar el nivel de la población”
Varios
ejemplos demuestran hasta qué punto el fenómeno del turismo de masas ha
traído consigo el deterioro de las condiciones de vida en algunas
zonas.
En Barcelona, las asociaciones de vecinos han declarado la guerra
a la masificación turística que ha convertido a la ciudad condal en un
parque temático, verificándose la llamada “gentrificación” (del inglés gentry,
“gente bien”, “burgués”) en el centro de la ciudad, aunque el término
más correcto debería ser “elitización”, es decir, el desplazamiento
soterrado del vecindario tradicional, siendo sustituido por personas con
mayor poder adquisitivo que trae consigo un aumento del precio del
suelo, provocado en muchos casos por el uso de viviendas como
apartamentos turísticos, a menudo de forma ilegal.
Otro
ejemplo que nos muestra cómo el turismo ha trastocado totalmente los
lugares de recepción de visitantes lo encontramos en Ibiza, donde es
prácticamente imposible, para los trabajadores foráneos que se trasladan
a la isla, encontrar un alojamiento, pues la práctica totalidad de las
viviendas en alquiler se destinan al turismo, llegándose a pedir 700
euros mensuales por una habitación, o 450 ¡por una cama!, además de que
los espacios naturales sufren una presión insostenible, por la
saturación turística.
O en la Costa Brava, donde el turismo de
borrachera de hordas de jóvenes británicos han convertido las
localidades costeras en auténticos infiernos para el vecindario.
Pese
a todos estos efectos indeseables del turismo de masas, desde las
distintas administraciones se sigue fomentando este tipo de actividad,
pensando solamente en la balanza de pagos, y no en el bienestar de la
población local, las condiciones laborales de los trabajadores del
sector hostelero o la conservación de los espacios naturales para las
generaciones futuras.
El último capítulo que nos demuestra que esto no
tiene visos de cambiar lo encontramos en la Región de Murcia, donde el
flamante presidente de la Comunidad Autónoma ha remodelado su gabinete,
uniendo en una sola Consejería áreas como el Turismo, la Cultura y el
Medio Ambiente, haciendo una declaración de intenciones por la cual
afirma que el objetivo del Gobierno regional es que “entienda el turismo
como un verdadero motor de crecimiento de la Región durante todo el
año, que entienda la cultura como una infraestructura capaz de aportar
riqueza y empleo y que respete el medio ambiente y lo haga compatible
con el crecimiento regional”.
Es decir, lo que se pretende, en realidad,
es que el medio ambiente no sea un obstáculo para desarrollar
actividades turísticas, siendo la cultura solamente un medio para crear
riqueza, y no para aumentar el nivel de la población.
El
turismo y la cultura no pueden contemplarse solamente como fuente de
riqueza. La máxima que los gobiernos central, autonómicos y locales
siguen de “cuanto más, mejor” puede ser un arma de doble filo que mate a
la gallina de los huevos de oro, haciendo insoportable la estancia
hasta para los propios turistas, además de ejercer una enorme presión
sobre los espacios naturales, destruyendo los atractivos que motivan a
los turistas a venir a nuestro país.
Federico G. Charton
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