Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 24 de septiembre de 2017

La bestia.



 Érase una vez un hombre muy rico que deseaba más que nada en la vida, al igual que su esposa, tener un hijo. A lo largo de los años su esposa había probado todos y cada uno de los remedios conocidos para concebir, incluso pociones de todas clases, pero la pareja seguía sin tener hijos. En una ocasión al hombre, que era mercader, le dijeron que había un anciano sabio judío, llamado Elías, que podía ayudarlos a tener un hijo. Y una vez probados todos los demás métodos, el mercader y su esposa se encaminaron al barrio judío de El Cairo en búsqueda del anciano.


  Descubrieron que Elías vivía en una cabaña casi vacía en la zona más pobre del barrio. No tenía nada, excepto la túnica que vestía y un libro de oraciones.  El mercader y su esposa se preguntaron si sería posible que pudiera ayudarles un hombre tan pobre. No obstante, estaban desesperados, así que confesaron al anciano su ardiente deseo de tener un hijo y se ofrecieron a pagarle lo que quisiera si los ayudaba. Elías dijo "¿Qué deseáis, un hijo o una hija?" El mercader contestó, "Tener un hijo es lo que más deseo en este mundo". Entonces Elías les dijo que le trajeran lápiz y papel, y cuando así lo hicieron dibujó un amuleto, con palabras mágicas. Les dijo que lo introdujeran en una copa de vino de la que debían beber ambos, y en nueve meses tendrían un hijo.




   De algún modo la calmada confianza de Elías apaciguó a la pareja y les dio esperanzas. Entonces el mercader dijo, "Siempre os estaremos agradecidos si lo que habéis dicho se hace realidad. Decidme, ¿cómo puedo pagaros?" Elías replicó: "De momento no hagáis nada. Pero cuando nazca el niño, depositad una limosna en la urna de caridad de la sinagoga que está en la esquina de esta calle, para auxiliar a los judíos pobres. Eso bastará". Entonces el mercader y su esposa le dieron mil gracias y se volvieron para marcharse. Pero antes de que lo hicieran, el anciano les dijo, "Esperad, hay algo más que tengo que deciros." El mercader y su esposa se volvieron de nuevo, preguntándose qué sería. Y Elías dijo, "El hijo que os nacerá no podrá casarse. Debe permanecer soltero, Porque está escrito que la noche en que se case será devorado por una bestia"


  * De algún modo la calmada confianza de Elías apaciguó a la pareja y les dio esperanzas. Entonces el mercader dijo, "Siempre os estaremos agradecidos si lo que habéis dicho se hace realidad. Decidme, ¿cómo puedo pagaros?" Elías replicó: "De momento no hagáis nada. Pero cuando nazca el niño, depositad una limosna en la urna de caridad de la sinagoga que está en la esquina de esta calle, para auxiliar a los judíos pobres. Eso bastará". Entonces el mercader y su esposa le dieron mil gracias y se volvieron para marcharse. Pero antes de que lo hicieran, el anciano les dijo, "Esperad, hay algo más que tengo que deciros." El mercader y su esposa se volvieron de nuevo, preguntándose qué sería.


Y Elías dijo, "El hijo que os nacerá no podrá casarse. Debe permanecer soltero, Porque está escrito que la noche en que se case será devorado por una bestia".


 Al escuchar esta profecía, las elevadas esperanzas de la pareja se tambalearon. Permanecieron en silencio, hasta que finalmente el mercader dijo "¿No hay nada que podamos hacer para salvaguardar a nuestro hijo de ese terrible destino?" Y el anciano contestó: "Siento decir que no. Lo único que podéis hacer es evitar buscarle pareja alguna, y cuando tenga edad suficiente explicarle que su destino es permanecer soltero." Y el mercader y su esposa aseguraron a Elías que tendrían muy en cuenta su advertencia y que si realmente se veían bendecidos con la llegada de un hijo se ocuparían de que jamás se comprometiera. Después se marcharon, pero esta vez mucho más serios.*


Cuando llegaron a su hogar el mercader depositó el amuleto dibujado por Elías en un cáliz de plata y lo llenó con su mejor vino, de una botella conservada desde su nacimiento. El mercader y su esposa bebieron del cáliz, sorbo a sorbo, hasta que se vació. Entonces advirtieron que el amuleto se había disuelto en el vino sin dejar ni rastro. Y comprendieron que la profecía del anciano se cumpliría realmente y serían padres. Pero no pensaron en sus advertencias.


 Para su mutua alegría, la esposa del mercader pronto descubrió que estaba en estado, y durante todo el embarazo tuvo gran cuidado en no perder al niño. Al transcurrir los nueve meses dio a luz a un hermoso hijo, y el mercader y su esposa se sintieron altamente bendecidos. El mercader no olvidó la promesa hecha a Elías de dar una limosna a la sinagoga para los pobres, ofreciendo una gran donación, suficiente para cubrir el presupuesto de un año. Pero no prestó atención a las advertencias del anciano, porque todavía quedaba lejos el momento en el que su hijo pensaría en casarse.


  En los años siguientes, el hombre y su mujer criaron a su hijo con el mayor de los cuidados, porque era para ellos lo más preciado del mundo. De vez en cuando recibía alguna propuesta de matrimonio, porque los compromisos tempranos eran costumbre por entonces. Los padres del muchacho siempre rechazaban tales ofertas, dando cualquier excusa, que por supuesto nunca era la auténtica. Finalmente llegó el día en el que el propio joven informó a sus padres que quería casarse. Los padres discutieron mucho tiempo hasta que se hizo de noche sobre si debían contar a su hijo la profecía del anciano.


 Al final decidieron no hacerlo, y en vez de ello se propusieron asegurarse de que se casara estando protegido de cualquier peligro. 


   Durante sus viajes, el mercader se había hecho propietario de una pequeña isla de un mar lejano. Tal isla estaba deshabitada y no había seres humanos ni animales, y el mercader pensó que sería el sitio perfecto para celebrar la boda. Por lo tanto, una vez concertado el compromiso, el mercader hizo construir una hermosa mansión en la isla, rodeada de un gran muro de piedra que protegería a su hijo de cualquier peligro. Además hizo que varios guardianes vigilaran la mansión día y noche.  

  Un año más tarde, cuando llegó la fecha de la boda, avisaron al mercader que la mansión estaba lista. Entonces el mercader equipó al mejor de sus barcos e hizo subir a bordo a ambas familias, junto con los novios y muchos invitados. (Por supuesto la novia y el novio tenían prohibido verse, según la costumbre de la época). El viaje resultó muy agradable y el mercader y su mujer no recordaron en momento alguno la profecía del anciano. Porque consideraban que habían hecho todo lo posible para proteger a su hijo del peligro.    


Cuando el barco atracó finalmente en la hermosa isla, todos quedaron maravillados y encantados. La arena de las playas era blanca como la nieve y había árboles frutales de todas clases, así como uvas y bayas silvestres. Los invitados se asombraron igualmente al ver la lujosa mansión. Estaba hecha de mármol, como si de un palacio se tratara, y el dormitorio de los novios estaba situado en la cima de una torre en espiral. El mercader estaba seguro de que allí su hijo estaría a salvo.   


 Los festejos de la boda duraron tres días con sus noches antes de que finalmente se emitieran los votos. Fue entonces cuando el hijo del mercader contempló a su novia por primera vez. Era de una belleza asombrosa, con una negra melena que le llegaba a la cintura, y el joven se sintió el novio más afortunado de la tierra. Finalmente, él y su novia ascendieron juntos por las escaleras de la torre y se detuvieron en el umbral de la cámara nupcial.      


  El joven condujo a su novia al interior y cerró la puerta. Al mirarla se sintió abrumado por su belleza. Admiraba sobre todo sus manos, de esbeltos dedos y largas uñas. Le sonrió tímidamente, pero ella parecía asustada de levantar la mirada del suelo. Cuando por fin lo hizo, el joven se asombró al observar en sus ojos una mirada de salvaje deseo como jamás había visto antes.


 Al dar un paso para abrazarla, súbitamente escuchó un gruñido ronco. El joven miró alrededor confuso, preguntándose de dónde provendría. Se volvió justo a tiempo para ver los colmillos de la bestia que saltaba sobre él desde el mismo sitio en el que había estado su novia.


          Howard Schwartz  Traducido del inglés por Nozick  


 



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