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lunes, 7 de mayo de 2012

El silencio consciente de Rajoy * El presidente considera que son los ministros los que tienen que asumir la presencia pública * Entiende que debe dosificar sus comparecencias en el Parlamento



Mariano Rajoy es un presidente del Gobierno peculiar. Hasta sus más cercanos y fieles colaboradores lo admiten y explican que es deliberadamente peculiar. Rajoy no tiene nada que ver con todos sus predecesores ni en su forma de actuar ni, obviamente, en las circunstancias en las que le ha tocado llegar a La Moncloa ni, desde luego, en el concepto que tiene de lo que debe ser un presidente.

Rajoy, según una colaboradora muy cercana, cree que el presidente debe preservarse y que son los ministros quienes tienen que asumir el peso de la gestión diaria y el desgaste de la explicación pública. “Considera que los ministros no pueden ser sus delegados o correveydiles, sino que hay que apoderarles y darles capacidad política en el día a día”, explica.

Según esta versión, el jefe del Ejecutivo busca un modelo de actuación contrario al de José Luis Rodríguez Zapatero, que “trituraba a todos sus ministros porque les desautorizaba permanentemente, les quitaba visibilidad y algunos terminaban su gestión sin que se supiera casi que habían ocupado el cargo”, dice esta fuente. Zapatero presentaba el Plan de Infraestructuras, por ejemplo, mientras que Rajoy entiende que eso lo deben hacer los ministros del ramo.

La contraindicación de esa estrategia es la apariencia de opacidad y falta de liderazgo y la profusión de mensajes contradictorios de diferentes ministros. Por ejemplo, Rajoy solo ha comparecido ante la prensa en compañía de otros: es decir, en viajes al extranjero o en visitas de mandatarios en las que están limitadas las preguntas en número y contenido. Y también, de forma improvisada, en los pasillos del Congreso. Nunca ha estado cómodo en las ruedas de prensa, las evitaba como líder de la oposición y como presidente directamente las rechaza, incluso con episodios como su salida por el garaje del Senado el 10 de abril para evitar las preguntas de los periodistas. Desde que es presidente solo ha dado una entrevista, a la agencia Efe, y el lunes hará la segunda, en Onda Cero.
Con su silencio deliberado desespera y provoca inquietud y críticas de ministros y dirigentes del PP; siempre formuladas en privado, eso sí, porque el presidente mantiene su autoridad. Sobre las contradicciones y descoordinaciones, fuentes de La Moncloa aseguran que irán ajustándose a medida que ruede el Gobierno y se establezcan protocolos de actuación.
Su idea de cómo debe un presidente preservarse públicamente se materializa también en las presencias de Rajoy en el Parlamento. Cumple las comparecencias justas y necesarias, consecuencia de las exigencias de las sesiones de control o las posteriores a las cumbres europeas, pero ni una más de lo imprescindible. Le sirve su mayoría absoluta, que le ha permitido bloquear ya en tres ocasiones las peticiones para que debata en pleno sus decisiones. Huye del esquema de Zapatero (que hacía plenos monográficos mensuales sobre la crisis) porque, según sus colaboradores, Rajoy entiende que las intervenciones del presidente deben seguir “una liturgia” y una solemnidad. “Las de Zapatero terminaron por provocar desinterés y hasta los diputados socialistas formaban corrillos mientras el entonces presidente explicaba sus decisiones económicas”, afirman los colaboradores del líder del PP.

Por eso se ha planteado que este año no haya debate sobre el estado de la nación, con el argumento de que nunca lo ha habido hasta que no transcurre más de un año desde las elecciones. El precedente es, según La Moncloa, 1989: hubo elecciones en octubre y el debate se demoró hasta 1991.

Es distinta también en Rajoy la relación con su partido desde el Gobierno. Tanto Zapatero como José María Aznar celebraban reuniones de coordinación los lunes (los llamados maitines). En el caso del expresidente del PP acudieron siempre los sucesivos secretarios generales del partido que, además, eran ministros: Francisco Álvarez-Cascos y Javier Arenas. En el de Zapatero, iban a La Moncloa dirigentes del PSOE como José Blanco y José Antonio Alonso. Pero Rajoy ni siquiera celebra esas reuniones. Según él, hay que separar claramente la gestión institucional del Gobierno y la del partido y, por eso, en el comité de dirección del PP de los lunes no hay ningún representante del Gobierno. Están Dolores de Cospedal, los vicesecretarios y los portavoces, y es la secretaria general la que transmite las consignas o planes del Gobierno que, a su vez, le notifica el propio Rajoy.

El resultado es que miembros del Gobierno y del partido aseguran que no funciona la coordinación y que, en la práctica, el PP no cumple la función de altavoz del Ejecutivo. Pero Rajoy no tiene intención alguna de modificar esa situación deliberada. El presidente habla sobre todo con la vicepresidenta, Soraya Saénz de Santamaría, y con Cospedal. Y, cuando es preciso llama a los ministros afectados.

Otra de sus peculiaridades es que él preside la Comisión Delegada de Asuntos Económicos de los jueves. Eso es también fruto de la idea de Rajoy de que debe estar encima directamente de las principales decisiones. Delega en sus ministros, pero es habitual que organice reuniones improvisadas con ministros para cerrar decisiones relevantes, especialmente las vinculadas con la crisis. Y luego, que las defiendan y anuncien ellos. La mayoría absoluta y la urgencia por la crisis le han permitido aprobar el doble de decretos que Aznar en el mismo periodo y tres veces más que Zapatero.






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