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jueves, 12 de julio de 2012

De Guindos gana otra vez a Montoro: impone su política fiscal en las reformas de Rajoy

De Guindos gana otra vez a Montoro: impone su política fiscal en las reformas de Rajoy
Luis de Guindos en el Congreso con Cristóbal Montoro

HACIENDA LLEGÓ A DECIR QUE LA AMNISTÍA FISCAL EVITARÍA SUBIR EL IVA





Las habilidades de antaño pueden ser incapacidades hogaño. Es lo que le ha ocurrido a Mariano Rajoy. Mientras estuvo al frente de la oposición, el ahora presidente del Gobierno se alió con el tiempo y se abrazó al calendario. Supo resistir y resistirse, perseverar en su posición estatuaria, utilizar el silencio como un lenguaje muy expresivo y emplear los gestos como discursos. Ese temperamento frío, ausente de emotividad, ese mutismo porfiado, le sirvió, primero, para sobrevivir a sus muchos adversarios de dentro y de fuera del PP, y después, para contemplar el progresivo e imparable deterioro de Rodríguez Zapatero y del PSOE hasta dejarlo en una fase de degradación de la que aún no ha salido el socialismo español.


Pero aquellas capacidades resistentes, no eran las más adecuadas para la ofensiva que España necesitaba después de ser elegido presidente por mayoría absoluta. Rajoy debía enfrentarse a Rajoy y transformar su quietismo en actividad decisora. Y debió hacerlo en el discurso de investidura; y en los Presupuestos Generales del Estado y en las reformas estructurales.

 De manera dramática, sin embargo, el presidente persistía en comportarse como si su despacho estuviese aún en la calle Génova y no en la Moncloa, ensayando una especie de política lampedusiana: que todo cambié para que nada lo haga. Hasta tal punto que en un ejercicio más de inconsciencia que de solvencia, Rajoy asumió la vicepresidencia económica del Gobierno, quebrando la coordinación interna en el Ejecutivo y agravándola con la instalación de un potente y esotérico Nadal en la Oficina Económica de la Presidencia y, en el colmo de las temeridades, sin implementar una política de comunicación digna de tal nombre.

Errores garrafales en el planteamiento de las relaciones con la troika –Comisión Europea, FMI y BCE— tales como asignar a España una cifra de déficit para 2012 sin negociarla con los socios europeos y ofrecer una estéril batalla para la financiación directa de los bancos españoles intervenidos, se unieron a un destape innecesariamente pirotécnico de Bankia al calor de un segundo Real Decreto de reforma financiera que inoculó en todo el sistema el virus de la desconfianza y que actuó, por simpatía, respecto de todo el entramado supervisor: desde el Banco de España hasta la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Poner patas arriba el sistema hubiese sido una opción si hubiese habido una decisión de hacerlo, pero no la hubo en absoluto: resultó ser la consecuencia de una improvisación. Una crisis adicional y constante de nuestra deuda soberana que ciega la financiación del Estado (bono a 10 años en el 7% y  aún por encima de ese porcentaje) ha estrangulado la situación española sobre la que ha recaído un borrador de Memorando de Entendimiento para el rescate financiero que es, en realidad, una sentencia de intervención no estandarizada de nuestra entera economía, que leído con atención no es tomate en absoluto. Es trilita política.

La suma de los errores del Gobierno –tanto en el diagnóstico como en la terapia— con pésima herencia recibida del Gobierno socialista (y en parte, oculta), ha desembocado en un ajuste tan obligado para Rajoy como el que, arrastrando los pies, tuvo que comunicar al Congreso su predecesor el 10 de mayo de 2010. De tal suerte que de aquel Rajoy atemperado en sus ritmos, confiado en el efecto-pudridero del devenir del calendario hemos pasado al Rajoy al que no queda otro remedio que, con una copernicana rectificación, tomar el toro por los cuernos y hacer todo aquello –hasta la última coma- que pensaba no hacer. Rajoy contra Rajoy.

¿Resultado del enfrentamiento entre el personaje y su holograma? De una parte, un conjunto de medidas que son necesarias e inaplazables para el ajuste fiscal y sentar las bases del crecimiento posterior; y de otra, su reducción política a proporciones gestoras e ideológicas –no digamos ya de liderazgo— propias de tratamiento en una unidad de cuidados intensivos.

Una crisis adicional y constante de nuestra deuda soberana que ciega la financiación del Estado (bono a 10 años en el 7% y aún por encima de ese porcentaje) ha estrangulado la situación española sobre la que ha recaído un borrador de Memorando de Entendimiento para el rescate financiero que es, en realidad, una sentencia de intervención no estandarizada de nuestra entera economía

 
No obstante, el presidente dispone de algunas bazas que, esquemáticamente, serían las siguientes: 1) una mayoría absoluta parlamentaria que vencerá en diciembre de 2015, tiempo quizás suficiente para que la recesión haya comenzado a remitir, 2) una oposición socialista que evoca en los ciudadanos las gestión errática de Rodriguez Zapatero, y ahora dirigida por un Pérez Rubalcaba que no dispone de un PSOE cohesionado con su liderazgo y 3) una opinión pública que es consciente de que  el discurso de Rajoy tenía que llegar con las hechuras del de hoy.

 Un discurso al que le ha faltado -en su descarnada sobriedad- recoger la aspiración de transparencia, honradez y probidad que la ciudanía reclama a gritos de la clase política parte de ella empantanada en el lodazal financiero de la rebatiña codiciosa de determinadas Cajas.

Si el Rajoy de hoy ha vencido al Rajoy de ayer, entonces, y como no hay otra alternativa, dispondrá de esa segunda oportunidad que otros en situaciones parecidas en Europa no han tenido. Si después de esta tarascada en forma de sentencia-memorando, persiste la atonía política y la escasez de liderazgo de Rajoy, el PP se encargará de ir preparando otro rostro para el cartel electoral de las próximas generales. Así son las cosas.

No, señor presidente, usted podía haber hecho más



Desde ayer somos algo más pobres. Lo comentaba recientemente uno de los escasos banqueros que ha salido indemne del tsunami del rescate: “El sueldo medio del español será de seiscientos euros netos al mes de aquí a tres años”. Una afirmación que podría entenderse como una boutade, una provocación destinada a sonrojar al interlocutor, y que, sin embargo, se encamina por desgracia a convertirse en una realidad. La devaluación interna que sufre el país comienza a permear todos los estratos sociales.

Si alguien hubiera presagiado hace tres años que el IVA alcanzaría el 21%, que el Gobierno se vería forzado a quitar la paga de Navidad a los funcionarios y recortar las prestaciones por desempleo, nos habríamos apresurado a lapidarle en plaza pública acusándole de apocalíptico y antipatriota. Pero hoy nos encontramos a 12 de julio de 2012, veinticuatro horas después de que Mariano Rajoy haya presentado uno de los mayores recortes de la historia, y ése es el escenario al que nos enfrentamos. Salarios de derribo para un país en quiebra, donde los ricos han dejado de ser ricos, la clase media se encuentra capitidisminuida y los parados ya no saben siquiera lo que son.

Un Mariano Rajoy serio y resignado, con ese halo de incomprensión con el que acompaña sus gestos, subió a la tribuna del Congreso para anunciar medidas tan necesarias como dolorosas que a buen seguro tardaremos tiempo en calibrar. De haberlas realizado hace siete meses, se habrían entendido como la inmolación de un presidente del Gobierno dispuesto a sufrir una catarata de huelgas generales y sacrificar su reelección para salvar el país. Ayer, en cambio, no daba la impresión de tratarse del jefe del Ejecutivo sino de un gestor a cargo de una compañía en suspensión de pagos que ha terminado capitulando y entregando las llaves a sus acreedores. La troika hablaba por boca de Rajoy. No había opción. El Memorando de Intervención (eufemísticamente denominado de “Entendimiento”) así lo exigía. “Hago lo único que se puede hacer para salir de esta postración”, confesaba Rajoy a sus señorías.


Pero no, señor presidente, usted podía haber hecho más. Como acertadamente le recordó Rosa Díez, tenía la posibilidad de “optar entre el Estado del bienestar y el actual Estado de las autonomías”, y usted se decantó por el segundo, por mantener los privilegios de las comunidades y suprimir derechos a los ciudadanos.

Porque dígame, señor presidente, cómo se pueden bendecir estos recortes sociales si en la Comunidad Valenciana, gobernada por el PP (Alberto Fabra), todavía hay tres canales de televisión que chupan de las arcas públicas como sanguijuelas, si en Telemadrid (Esperanza Aguirre) un puñado de cargos gana más que el propio presidente del Gobierno, y en Castilla-La Mancha (María Dolores de Cospedal) ponen chóferes para que los invitados acudan a los programas emulando a las starlets de Hollywood; cómo se pueden anunciar unas medidas tan draconianas, tan perniciosas para el ciudadano, si Fomento sigue obcecado en construir el AVE a Galicia por 9.000 millones de euros, si hay aeropuertos abiertos como el de Huesca que apenas reciben cinco pasajeros al mes, si este 2012 se van a pagar 700 millones de euros más en primas a las renovables que el ejercicio pasado, si el Ejecutivo sale finalmente al rescate de las concesionarias de autopistas igual que ha hecho con la banca. ¿Acaso alguien puede entenderlo?

No hay precedente de un hachazo similar a la renta disponible de las familias. El consumo amenaza con desplomarse. Con las medidas de ayer, los expertos vaticinan recesión hasta al menos 2014 y una travesía en el desierto de, como mínimo, una década. Rajoy ha encontrado un extraño aliado en el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, que ejerce de hombre de Estado con el objeto de salvaguardar el legado de los anteriores gobiernos PSOE-PP. Pero no es el único ni el principal. La sociedad española, consciente de que no queda otra que tirar para delante y asumir los sacrificios, también está dispuesta a arrimar el hombro. Ahora bien, no se trata de un apoyo gratuito. Como contrapartida exige empezar a mover los cimientos autonómicos, poner coto al gasto superfluo y cerrar unas cuantas televisiones.




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