agosto 21, 2012
Ni en las más imaginativas envolturas de crujiente espionaje el australiano Julian Assange pasa por ser un sigiloso infiltrado de poderes contrapuestos en un mapa de secretos por revelar. Ecuador, con su pública recepción al perseguido, no aspira a reeditar gélidas disputas con archienemigos poderosos; en su caso, el balcón de la embajada del país latinoamericano en Londres se convirtió, el pasado domingo, en sede de una guerra cálida, más bien húmeda y tormentosa, en el que los protagonistas a este lado del telón de fina lana buscan redimir el espacio entre la apariencia y la realidad.
¿Cómo acabará todo ésto? En realidad, esa cuestión carece de interés parcialmente. Si la estructura procesal de Suecia retorna a sus habituales cabales y, efectivamente, posee fundadas pruebas acerca de la comisión de delitos por parte de Julian Assange contra ciudadanos nacionales, terminará por aplicar, precisamente, la cordura jurídica y solicitar un interrogatorio en la propia embajada. De igual modo, Inglaterra pierde credibilidad con cada amenaza, con el esparcimiento de esa rumorología que habla de invasiones diplomáticas o rechazo de salvoconductos.
Cada trozo de la máscara que se derrite sobre la anfibia piel de nuestras naciones europeas nos hace dudar de la identidad subterránea de las mismas, de su falsaria naturaleza, haciéndonos añorar el templado ecuador donde parece residir con mayor calidez la anhelada sensatez.
Cuando la organización Wikileaks irrumpe en la escena mediática internacional, con la transparente bolsa de secretos y mentiras de la inteligencia norteamericana a cuestas gracias a una filtración obtenida de manera rudimentaria y casi casual con la aparición de una fuente única desorientada, demuestra que no ha desarrollado una sofisticada desconfianza hacia el propio entorno que pretende dejar al descubierto, poniendo en manos demasiado acariciantes con la realidad bombardeada por los cables revelados el grueso de un material que, sin duda, desencajaba con esas cinco tintas matutinas encargadas de dar luz a las sombras.
Y, así, se hizo el silencio, el descrédito, la oscuridad. Assange pasó de star system de las trincheras críticas pero disculpables a archienemigo que acaricia gatos malencarados en la penumbra y, aunque no lo parezca, se carcajea con sátira ante la desventura de la humanidad que le cree héroe. De ésto a villano pero de podrida catadura, capaz de violentar sexualmente a cuanta nórdica inocente le saliera al paso, va un ídem.
Una de ellas, Anna Ardin, ostenta la imparcialidad ideológica de resultar la predecesora de Jens Aron Modig, el conservador sueco acompañante de Ángel Carromero en el accidente automovilístico que le costó la vida a Oswaldo Payá y Harold Cepedo, en eso de los tramposos accesos políticos a la República de Cuba con visado de turista pero con la única pretensión de servir de mulas pecuniarias para que la supuesta oposición democrática del Estado caribeño sufrague sus estructuras y sus planes, los miles de tuits que Yoani Sánchez dice enviar en formato SMS por carecer de una conexión fiable a internet y que, por el volumen de mensajes mensuales, le supone una cantidad de miles de dólares insolidarios con unos compatriotas por los que dice luchar.
Pero como la desconfianza sólo debemos cultivarla cuando los supuestos delitos ocurren en territorios no amigos de los Estados donde echamos la siesta, pongamos en legítimo barbecho la inocencia penalista de la soberana nación sueca, empeñada gracias a su portentosa evolución democrática y social que cualquier habitante del planeta denunciado dentro de sus fronteras debe ser apresado y puesto a disposición de sus jueces y tribunales.
Que esta mañana su Gobierno haya tenido que justificar la rumorología a cuenta de una supuesta extradición futura a los Estados Unidos por un delito del que ni siquiera ha sido llamado a declarar afirmando que nunca lo haría (¿el qué, si no existe imputación ni, teóricamente, investigación? El sensacionalismo televisivo español ha contagiado a la clase política nórdica, definitivamente, comentando entelequias por puro gusto de alentar la polémica en prime time) si Assange pudiera enfrentarse a la pena capital sólo refuerza el escondrijo elegido por el australiano.
Ante la duda, la figura del asilo político o por razones humanitarias supone el triunfo de la civilización ante la sobrevenida perversión de un sistema que se autocondecoraba sin silbidos desde 1991 y, claro, ahora nos toca a los desperezados occidentales poner en cuestión lo que nos cuentan a diario, escudriñar cual es la frontera que nos protege o que nos expulsa de la dignidad y del progreso. Tanto los países que conforman ALBA como UNASUR han secundado sin titubeos la postura de su aliado ecuatoriano, que no se arruga frente a amenazas de invasión a microescala de aquellos que exportaron un producto que han dejado, a su vez, pudrir en sus mal ventilados almacenes.
Cada trozo de la máscara que se derrite sobre la anfibia piel de nuestras naciones europeas nos hace dudar de la identidad subterránea de las mismas, de su falsaria naturaleza, haciéndonos añorar el templado ecuador donde parece residir con mayor calidez la anhelada sensatez.
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