
La principal ventaja de la izquierda sobre la derecha es la superioridad moral que esta primera tiene sobre la segunda para cualquiera que crea que una sociedad debe ser justa e igualitaria, solidaria y respetuosa con los derechos de todos. La hipocresía en la izquierda, acaba con ella.
Según la RAE, la hipocresía es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. No cabe duda entonces que la hipocresía, en política, es de derechas. Nadie que actué defendiendo los valores propios de la izquierda: justicia social, igualdad, solidaridad, etc., debe fingir que esos son sus deseos cuando tales deseos son ciertos. En cambio, quienes defienden lo contrario, es decir, la derecha, deberá hacerlo todo el rato: negar en palabra que son partidarios de lo que defienden con los actos: el egoismo, la insolidaridad, la injusticia social, la opresión a los más débiles, etc.
Rara vez encontraremos una persona de derechas que no lo sea, al menos entre aquellas personas que son de derechas sabiendo qué implica eso de ser de derechas. Muy pocos de ellos serán capaces de reconocer abiertamente que el egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte son los valores éticos que los representan. Tales y no otros son los valores que el capitalismo exige aceptar como norma a todo aquel o aquella que se sienta identificado y/o representado por la ideología que sustenta y respalda el sistema: la derecha.
Claro que entre la izquierda también tenemos un buen número de hipócritas, justamente aquellos que dicen ser de izquierdas, que incluso ocupan cargos políticos o sindicales en organizaciones supuestamente de izquierdas, pero que, en la práctica, actúan como las personas de derechas, es decir, con el egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte como valores éticos en el día a día de su actividad política y/o sindical. Estos, al igual que los anteriores, tampoco lo reconocerán jamás.
Sin entrar a valorar cuál de estos grupos hace más daño con su hipocresía a la sociedad, una cosa es innegable: en ambos casos necesitan fingir cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente sienten o experimentan. Es la única manera que tienen para hacer creer a los ciudadanos que son lo que no son y acaparar cierto apoyo social. Seguramente porque buena parte de esa sociedad, en el fondo, es tan hipócrita en su vida cotidiana, como lo son estos grupos en su actividad política o su labor sindical. A una sociedad de hipócritas solo puede corresponderle unas instituciones públicas copadas hasta la saciedad por hipócritas.
Si hay algo sencillo de detectar en una persona, eso es precisamente su nivel de hipocresía. Basta con observar su actividad, política o social, durante un periodo no demasiado prolongado de tiempo y detectar con ello las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, para sacar así a la luz el nivel de hipocresía de cualquier persona. Máxime si tales personas son personajes públicos cuya actividad, al igual que sus palabras, queda periódicamente recogida a través de los medios de comunicación. En una sociedad donde la hipocresía no fuese la normal, donde la hipocresía se castigara socialmente, las personas que no pasasen el anterior test quedarían excluidas socialmente, al menos en lo referido a su acción en los cargos públicos. Si la hipocresía no se tolerase socialmente, mucho menos se iba a tolerar a los hipócritas en los cargos públicos.
No obstante, en nuestra sociedad pasa todo lo contrario. Cuanto más hipócrita es una persona, un partido político, un sindicato o cualquier otra institución, más opciones tiene de ganarse un prestigio social y acaparar respaldo popular, al punto de llegar a copar la esfera del poder, tanto público como privado, además del espacio mediático y de creación de discursos éticos y morales. Será por algo.
Pregunten ustedes a la gente en la calle, o entre sus amigos y/o conocidos, cuáles creen que deben ser los valores que rijan la sociedad y cuáles creen que son en realidad los que la rigen. Hace unos años el Círculo de lectores hizo una encuesta similar y los resultados fueron "sorprendentes". Si bien la mayoría pensaban que valores como la solidaridad, el amor, la ayuda mutua, etc., eran los que debían regir la sociedad, a la hora de definir cuáles eran los que realmente regían en la actualidad, respuestas como egoísmo, insolidaridad, etc., eran las mayoritarias.
Es decir, esas mismas personas que mayoritariamente responden que les gustaría vivir en una sociedad solidaria como ideal de sociedad, reconocían que vivían en una sociedad insolidaria. Teniendo en cuenta que las personas que responden son las mismas que componen la sociedad en la que viven, he ahí un ejemplo perfecto de que vivimos en una sociedad donde la hipocresía es norma y, por tanto, donde los hipócritas no solo no son penalizados políticamente, sino que son recompensados con el apoyo popular. Si la sociedad es mayoritariamente hipócrita, es lógico y normal que sus dirigentes la usen con frecuencia y aún así sigan mandando.
Seguro que a las personas de izquierdas le suenan algunos de estos ejemplos recientes: sindicatos que dicen oponerse a la reforma laboral, pero que luego no dudan en aplicarla con sus propios trabajadores en todo el estado español, a través de los famosos ERE´s sindicales o que a la mínima se sientan a pactar pérdidas de derechos con empresarios y gobierno. Candidatos de partidos políticos que se presentan a las elecciones con un programa en contra de los recortes sociales, pero que luego, una vez en el poder, son tolerantes con su aplicación “por imperativo legal” y conviven en un gobierno autonómico que los aplica sistemáticamente en áreas tan sensibles como la cooperación al desarrollo o de una manera más solapada en sanidad o educación. Hipócritas.
Los anteriores, como ya he dicho antes, se llaman de izquierdas pero no lo son. El egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte son los valores éticos que los representan, aunque militen en organizaciones de izquierdas o tengan altos cargos en sindicatos supuestamente de clase. Son de derechas. Son de derechas además no solo porque con su hipocresía entre lo que dicen y lo que hacen así lo demuestran, sino porque contribuyen a que el discurso de “todos son iguales”, es decir, el discurso fascista tradicional que pretende acabar con las diferencias entre izquierdas y derechas para que todos apoyemos un discurso de derechas, cale entre esa parte de la sociedad que, si bien no castiga la hipocresía por norma, se siente defraudada con la actual situación socio/económica y, por ende, política, que atraviesa el estado español.
En realidad, estas personas reconocen, sabiéndolo o no, que la derecha es insolidaria, egoísta e injusta por definición, pero como las supuestas alternativas de izquierdas lo son también, o, al menos, así lo demuestran parte de ellas con su hipocresía, la solución no pasa entonces por la izquierda, sino por criticarlos a todos por igual.
Digo esto hoy, 9 de Noviembre, en el que la hipocresía genuina, es decir, la de la derecha de toda la vida, copa las portadas de los medios de comunicación escritos, las tertulias de las radios y los titulares de los telediarios. Ana Botella, que se fue de puente a un viaje de lujo junto a su marido en plena crisis tras la muerte de varias personas en el Madrid Arena, pidiendo hoy en una Iglesia de Madrid a la Virgen que “apoye a los padres a superar el dolor” y asegurando que “todos los madrileños hemos sentido como nuestro ese dolor”. Ella, claro, lo sintió también, pero desde su viaje de Lujo a Portugal (sic).
Rouco Valera rezando hoy por los desahuciados y empatizando con su drama familiar, cuando solo hace unos meses mandó a los antidisturbios a que desalojaran de la Catedral de la Almudena a un grupo de activistas anti-desahucios que se encerraron allí para denunciar tal drama, y que acabaron detenidos, de rodillas y rodeados de policías a las puertas del templo tras la intevención de la UIP a pedido del Cardenal. La Ministra Fátima Báñez pidiendo hoy a Iberia que aplique de manera “responsable” la reforma laboral que ella misma impuso y que trata el tema de los despidos de cualquier manera menos con responsabilidad. PP y PSOE que anuncian que aceleran el proceso para dar “soluciones a los desahucios” cuando llevan varios años vetando toda solución a los mismos presentada en el Congreso. Todas son noticias de hoy.
La carga de hipocresía que se encierra en esas cuatro noticias es descomunal, obvio. Pero, en esencia, no es muy diferente de la hipocresía que se encierra tras los comportamientos de personas supuestamente de izquierdas que hemos mencionado con anterioridad. Sí, el de las cúpulas de UGT y CCOO a nivel estatal y autonómico, o el de la dirección de IU en Andalucía, por hablar claro. Reflexionemos sobre ello.
Solo cuando saquemos totalmente a gente que se comporta así de las direcciones de la izquierda, en días como hoy la sociedad podrá ver en la hipocresía de la derecha el cáncer de nuestra sociedad. Mientras tanto, la gente, que mayoritariamente tolera la hipocresía como norma social, seguirá pensando que no será tan mala tal hipocresía ni tanta culpa tendrá de las cosas que nos están pasando, cuando tantos unos como otros la usan por igual. A su vez, no se les podrá pedir a los ciudadanos que dejen de comportarse de manera hipócrita cuando los mayores hipócritas son aquellos que nos dirigen, sean de un lado o del otro del espectro político.
La principal ventaja de la izquierda sobre la derecha es la superioridad moral que esta primera tiene sobre la segunda para cualquiera que crea que una sociedad debe ser justa e igualitaria, solidaria y respetuosa con los derechos de todos. Y eso solo puede servir para construir un proyecto de mayorías si la izquierda expulsa de sus filas a quienes, hablando o actuando en su nombre, se comportan al final como es propio de esa derecha moralmente inferior.
Nunca antes.
Y cada vez más claro.
por Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Rara vez encontraremos una persona de derechas que no lo sea, al menos entre aquellas personas que son de derechas sabiendo qué implica eso de ser de derechas. Muy pocos de ellos serán capaces de reconocer abiertamente que el egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte son los valores éticos que los representan. Tales y no otros son los valores que el capitalismo exige aceptar como norma a todo aquel o aquella que se sienta identificado y/o representado por la ideología que sustenta y respalda el sistema: la derecha.
Claro que entre la izquierda también tenemos un buen número de hipócritas, justamente aquellos que dicen ser de izquierdas, que incluso ocupan cargos políticos o sindicales en organizaciones supuestamente de izquierdas, pero que, en la práctica, actúan como las personas de derechas, es decir, con el egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte como valores éticos en el día a día de su actividad política y/o sindical. Estos, al igual que los anteriores, tampoco lo reconocerán jamás.
Sin entrar a valorar cuál de estos grupos hace más daño con su hipocresía a la sociedad, una cosa es innegable: en ambos casos necesitan fingir cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente sienten o experimentan. Es la única manera que tienen para hacer creer a los ciudadanos que son lo que no son y acaparar cierto apoyo social. Seguramente porque buena parte de esa sociedad, en el fondo, es tan hipócrita en su vida cotidiana, como lo son estos grupos en su actividad política o su labor sindical. A una sociedad de hipócritas solo puede corresponderle unas instituciones públicas copadas hasta la saciedad por hipócritas.
Si hay algo sencillo de detectar en una persona, eso es precisamente su nivel de hipocresía. Basta con observar su actividad, política o social, durante un periodo no demasiado prolongado de tiempo y detectar con ello las contradicciones entre lo que se dice y lo que se hace, para sacar así a la luz el nivel de hipocresía de cualquier persona. Máxime si tales personas son personajes públicos cuya actividad, al igual que sus palabras, queda periódicamente recogida a través de los medios de comunicación. En una sociedad donde la hipocresía no fuese la normal, donde la hipocresía se castigara socialmente, las personas que no pasasen el anterior test quedarían excluidas socialmente, al menos en lo referido a su acción en los cargos públicos. Si la hipocresía no se tolerase socialmente, mucho menos se iba a tolerar a los hipócritas en los cargos públicos.
No obstante, en nuestra sociedad pasa todo lo contrario. Cuanto más hipócrita es una persona, un partido político, un sindicato o cualquier otra institución, más opciones tiene de ganarse un prestigio social y acaparar respaldo popular, al punto de llegar a copar la esfera del poder, tanto público como privado, además del espacio mediático y de creación de discursos éticos y morales. Será por algo.
Pregunten ustedes a la gente en la calle, o entre sus amigos y/o conocidos, cuáles creen que deben ser los valores que rijan la sociedad y cuáles creen que son en realidad los que la rigen. Hace unos años el Círculo de lectores hizo una encuesta similar y los resultados fueron "sorprendentes". Si bien la mayoría pensaban que valores como la solidaridad, el amor, la ayuda mutua, etc., eran los que debían regir la sociedad, a la hora de definir cuáles eran los que realmente regían en la actualidad, respuestas como egoísmo, insolidaridad, etc., eran las mayoritarias.
Es decir, esas mismas personas que mayoritariamente responden que les gustaría vivir en una sociedad solidaria como ideal de sociedad, reconocían que vivían en una sociedad insolidaria. Teniendo en cuenta que las personas que responden son las mismas que componen la sociedad en la que viven, he ahí un ejemplo perfecto de que vivimos en una sociedad donde la hipocresía es norma y, por tanto, donde los hipócritas no solo no son penalizados políticamente, sino que son recompensados con el apoyo popular. Si la sociedad es mayoritariamente hipócrita, es lógico y normal que sus dirigentes la usen con frecuencia y aún así sigan mandando.
Seguro que a las personas de izquierdas le suenan algunos de estos ejemplos recientes: sindicatos que dicen oponerse a la reforma laboral, pero que luego no dudan en aplicarla con sus propios trabajadores en todo el estado español, a través de los famosos ERE´s sindicales o que a la mínima se sientan a pactar pérdidas de derechos con empresarios y gobierno. Candidatos de partidos políticos que se presentan a las elecciones con un programa en contra de los recortes sociales, pero que luego, una vez en el poder, son tolerantes con su aplicación “por imperativo legal” y conviven en un gobierno autonómico que los aplica sistemáticamente en áreas tan sensibles como la cooperación al desarrollo o de una manera más solapada en sanidad o educación. Hipócritas.
Los anteriores, como ya he dicho antes, se llaman de izquierdas pero no lo son. El egoísmo, la competencia desleal, el interés personal a corto plazo, la insolidaridad y la ley del más fuerte son los valores éticos que los representan, aunque militen en organizaciones de izquierdas o tengan altos cargos en sindicatos supuestamente de clase. Son de derechas. Son de derechas además no solo porque con su hipocresía entre lo que dicen y lo que hacen así lo demuestran, sino porque contribuyen a que el discurso de “todos son iguales”, es decir, el discurso fascista tradicional que pretende acabar con las diferencias entre izquierdas y derechas para que todos apoyemos un discurso de derechas, cale entre esa parte de la sociedad que, si bien no castiga la hipocresía por norma, se siente defraudada con la actual situación socio/económica y, por ende, política, que atraviesa el estado español.
En realidad, estas personas reconocen, sabiéndolo o no, que la derecha es insolidaria, egoísta e injusta por definición, pero como las supuestas alternativas de izquierdas lo son también, o, al menos, así lo demuestran parte de ellas con su hipocresía, la solución no pasa entonces por la izquierda, sino por criticarlos a todos por igual.
Digo esto hoy, 9 de Noviembre, en el que la hipocresía genuina, es decir, la de la derecha de toda la vida, copa las portadas de los medios de comunicación escritos, las tertulias de las radios y los titulares de los telediarios. Ana Botella, que se fue de puente a un viaje de lujo junto a su marido en plena crisis tras la muerte de varias personas en el Madrid Arena, pidiendo hoy en una Iglesia de Madrid a la Virgen que “apoye a los padres a superar el dolor” y asegurando que “todos los madrileños hemos sentido como nuestro ese dolor”. Ella, claro, lo sintió también, pero desde su viaje de Lujo a Portugal (sic).
Rouco Valera rezando hoy por los desahuciados y empatizando con su drama familiar, cuando solo hace unos meses mandó a los antidisturbios a que desalojaran de la Catedral de la Almudena a un grupo de activistas anti-desahucios que se encerraron allí para denunciar tal drama, y que acabaron detenidos, de rodillas y rodeados de policías a las puertas del templo tras la intevención de la UIP a pedido del Cardenal. La Ministra Fátima Báñez pidiendo hoy a Iberia que aplique de manera “responsable” la reforma laboral que ella misma impuso y que trata el tema de los despidos de cualquier manera menos con responsabilidad. PP y PSOE que anuncian que aceleran el proceso para dar “soluciones a los desahucios” cuando llevan varios años vetando toda solución a los mismos presentada en el Congreso. Todas son noticias de hoy.
La carga de hipocresía que se encierra en esas cuatro noticias es descomunal, obvio. Pero, en esencia, no es muy diferente de la hipocresía que se encierra tras los comportamientos de personas supuestamente de izquierdas que hemos mencionado con anterioridad. Sí, el de las cúpulas de UGT y CCOO a nivel estatal y autonómico, o el de la dirección de IU en Andalucía, por hablar claro. Reflexionemos sobre ello.
Solo cuando saquemos totalmente a gente que se comporta así de las direcciones de la izquierda, en días como hoy la sociedad podrá ver en la hipocresía de la derecha el cáncer de nuestra sociedad. Mientras tanto, la gente, que mayoritariamente tolera la hipocresía como norma social, seguirá pensando que no será tan mala tal hipocresía ni tanta culpa tendrá de las cosas que nos están pasando, cuando tantos unos como otros la usan por igual. A su vez, no se les podrá pedir a los ciudadanos que dejen de comportarse de manera hipócrita cuando los mayores hipócritas son aquellos que nos dirigen, sean de un lado o del otro del espectro político.
La principal ventaja de la izquierda sobre la derecha es la superioridad moral que esta primera tiene sobre la segunda para cualquiera que crea que una sociedad debe ser justa e igualitaria, solidaria y respetuosa con los derechos de todos. Y eso solo puede servir para construir un proyecto de mayorías si la izquierda expulsa de sus filas a quienes, hablando o actuando en su nombre, se comportan al final como es propio de esa derecha moralmente inferior.
Nunca antes.
Y cada vez más claro.
por Pedro Antonio Honrubia Hurtado

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